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la marcha minera

La marcha minera arrastra una multitud por Madrid, pero acaba con incidentes

La protesta se dividió en dos: una seguía los discursos y otra protagonizaba una auténtica batalla con las fuerzas de seguridad

ALEJANDRO CARANTOÑA

Jueves, 12 de julio 2012, 19:55

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El Ministerio de Industria ya no estaba protegido, como en la manifestación del 31 de mayo, por un puñado de antidisturbios apostados dentro del recinto. Esta vez la Policía Nacional sabía que la marcha de hace 41 días se iba a quedar en agua de borrajas al lado de la que se estaba preparando para 'celebrar' la llegada de la conocida como marcha negra a Madrid después de casi tres semanas de viaje.

Sabían que el recibimiento del martes noche brindado a los trescientos mineros llegados desde toda España era un augurio de la multitud que, ayer, iba a desfilar por el asfalto reblandecido del Paseo de la Castellana hacia la sede del ministerio de José Manuel Soria para pedir que el Gobierno echase el freno al recorte en las ayudas a la explotación del carbón.

Pero justo a las 11 de la mañana, cuando la manifestación echaba a andar con sus protagonistas a la cabeza, ya empezaba a intuirse en el aire veraniego de Madrid que algo más había ocurrido; que todas las previsiones iban a volar por los aires. En efecto, los sindicatos se lanzarían más tarde a aventurar una cifra de 500.000 manifestantes, (la población de Gijón y Oviedo juntas), mientras que fuentes oficiales apuntaban a unos discretos 10.000 (los que acudieron a Madrid el 31 de mayo).

Ni lo uno, ni lo otro, pero desde luego sí una asistencia apabullante: cuando la cabecera alcanzó la mitad del recorrido, de 4 kilómetros, aún quedaban rezagados saliendo de Colón. Porque mucho más atrás de los constantes 'Santa Bárbara Bendita' que entonaron los manifestantes del carbón los cánticos empezaban a fundirse con los de profesores descontentos, funcionarios (que más tarde darían media vuelta y se concentrarían en el Congreso de los Diputados, donde el presidente Mariano Rajoy les adelantaba un tijeretazo), colectivos contra la reforma laboral y, sencillamente, viandantes solidarios con las reivindicaciones mineras.

Así, la marcha devoró a su paso el ancho de la Castellana, la vértebra madrileña, al completo, provocando con ello intensas retenciones en los bulevares aledaños, añadidas al ya de por sí desesperante tráfico de la capital.

Por el camino hacia Industria, guiado por el lema «No al cierre de la minería del carbón», la masa informe de vítores, aplausos, cánticos y risas se deslizaba con fluidez, con petardos y voladores (como es ya costumbre) y sin ningún tipo de incidente. Por no haber ni siquiera hacían falta más agentes que los de la Policía Municipal que hacían lo posible por domar el tráfico: ni un altercado reseñable, ni una palabra más alta que otra. Solo manifestantes de paso firme y constante que quizás correteaban un poco, apuraban la sombra, tomaban una caña y recuperaban su posición.

Esta vez, pues, frente al Ministerio de Industria no les aguardaba uno de los angostos carriles laterales de la Castellana para despacharse a gusto, sino toda ella, (salvo la vía de sentido descendente, al otro lado de la calle), desplegándose vacía y majestuosa hacia esa Plaza de Castilla coronada por las torres inclinadas.

Graves incidentes

Llegaron a Industria y los líderes sindicales comenzaron a tomar la palabra por turnos. Todo iba sobre ruedas (más petardos, más voladores, más gritos) hasta que, de pronto, un puñado de manos hicieron que todo se torciera y la marcha terminará con 76 heridos y ocho detenidos.

Quedaba tiempo de sobra para las dos de la tarde, la hora hasta la que la concentración estaba autorizada y en la que todo apuntaba a que se pondría punto y final a los 20 días de marcha negra. Nadie parecía tener intención de acampar frente al ministerio, al contrario de lo que se había dicho.

Pero en la esquina sur del edificio, un puñado de manos comenzaron a agitar las altas vallas que había instalado la Policía Nacional. Tras ellos, una salva de botellas, insultos y pieles de plátano caía sobre los agentes, parapetados tras sus cascos y escudos a la espera de actuar.

Mientras, justo al otro lado de la calle, donde se encuentra el Ministerio de Defensa, empezaba a cerrarse un embudo que provocaría las primeras caras de nerviosismo: por culpa de un puñado de manifestantes, los antidisturbios formaron el cordón de seguridad y aguardaron órdenes. No pasó nada.

De lejos, los discursos se habían convertido ya en un zumbido inaudible, entre el batir de las vallas, los gritos, los petardos, las bengalas y el pesado sonido de los equipos policiales al moverse para detener una escalada sin origen claro pero con un final que se antojaba evidente.

Al final, la cuerda se rompió. Unos metros más allá del semáforo, en plena Castellana, una mujer caía desplomada. Periodistas, compañeros, manifestantes y Policías unían fuerzas por primera vez al abalanzarse sobre ella, al hacerla reaccionar sin éxito. El acompañante de la mujer, de unos 40 años, ya estaba gritándoles y los ánimos, alrededor, terminaban de caldearse.

Tres efectivos del SAMUR corrían, cernidos sobre ella, mientras que uno de los mandos policiales colocaba a sus hombres en fila, de lado a lado de la Castellana, y gritaba alto y claro: «¡No os mováis! ¡De aquí no pasa nadie!». Y frente a ellos, manifestantes y oportunistas se arremolonaban sin orden claro. Los «estas son nuestras armas» con las manos alzadas en gesto pacifista se perdían entre pedradas (trozos de acera). Lejos, los discursos seguían, pero habían dejado de importar: la manifestación, definitivamente, se había roto.

Lo que siguió fue una desbandada pastoreada por la Policía. Ya no se sabía quién respondía a quién: una piedra dio a un periodista; un pelotazo a una joven de Gijón (Irene Ortiz, de 18 años, en el muslo); un botellazo casi alcanza a una mujer.

El objetivo policial era claro: separar el grano de la paja, los provocadores de los pacíficos, y hacerlo de la manera más rápida y efectiva posible. No resultó complicado: cada vez que los agentes se replegaban dos pasos, un grupo con la cara tapada emergía del tumulto para contraatacar. A quien se moviera por los laterales de la Castellana cuesta abajo era difícil que le alcanzara un porrazo; a quien obedeciera las órdenes de aquellos semblantes con la visera puesta que procuraban no ser acorralados, como el 31 de mayo, por los violentos, no le costaba librarse.

Al final de la carrera, en el Santiago Bernabéu, el humo y la pólvora se perdieron entre los autobuses fletados para la ocasión. Ocho detenidos y setenta y siete heridos, entre policías y manifestantes, fueron el saldo final. Todo ocurrió muy rápido, en apenas media hora frenética. Arriba, de hecho, ya lejos, el trozo de manifestación que no había sido separado seguía escuchando a sus líderes, y cerrando, a la hora prevista, la concentración con el enésimo 'Santa Bárbara Bendita'. Pero eso, desde un rato antes, ya casi no importaba.

Directo 52287 Si

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