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Bueño, el sueño de un pueblo ejemplar hecho realidad
PREMIO PUEBLO EJEMPLAR

Bueño, el sueño de un pueblo ejemplar hecho realidad

La localidad a la que los Príncipes de Asturias entregan su galardón ha sabido conservar el encanto rural a pocos kilómetros de Oviedo

XUAN BELLO

Sábado, 27 de octubre 2012, 14:45

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Una etimología probable de Güeñu es una palabra prerromana, 'onno', que significaba en la lengua de los ástures 'río'. A la vera del río Nalón está el flamante Pueblo Ejemplar de Asturias 2012 y, mientras paseo entre su multitud de hórreos y paneras, me dejo llevar por la imaginación. En Güeñu (los naturales del sitio lo pronuncian así, aunque en el letrero aún perdura Bueño) se vive muy bien y esta circunstancia siempre es una alegría para los que viven allí y para los visitantes ocasionales. A siete escasos kilómetros de Oviedo, en el siglo XIX y principios del XX era un lugar escogido por los ovetenses para su solaz. Octavio Bellmunt y Traver describía de esta manera la vega de La Ribera: «Su extensa vega, lugar predilecto y de esparcimiento de los ovetenses, bañada por el gran río asturiano y que tiene por bellísimo marco ondulantes y erguidas montañas, de blanca caliza en unos puntos y cubierta por rumorosa arboleda en otros sitios».

En la descripción no se exagera nada y aún hoy podemos ver en este lugar algo diferente, indiscriptiblemente distinguido, algo que hace de Güeñu un lugar singular. Seguramente todo es producto a que en cada esquina nace una invitación a quedar. Los asturianos, que muchos defectos tenemos, disfrutamos de la virtud de la amabilidad. Preferimos integrar al que viene, convirtiéndolo en nosotros, a adoptar posturas que se entienden en otros pero que son agrias y ásperas. En Güeñu a uno le gustaría quedarse y no se sabe muy bien por qué.

Es un pueblo precioso, sin duda, orientado hacia el sur y, por lo tanto, soleyeru como pocos. El río Nalón ya bien crecido, pues ha recibido las aguas del Caudal confiere a este paisaje algo distinto, algo hermoso, algo que Joaquim du Bellay, el poeta francés, llamó «dulzura angevina».

Ahora en otoño esa dulzura se acrecienta aún más. Güeñu, de alguna manera, ha quedado atrapado entre lo industrial y lo rural. Casi todo sus habitantes trabajaban, nos lo dice Belarmino Fernández, para Hidroeléctrica del Cantábrico y casi nadie se dedica en este momento a la agricultura profesional. «Una huertina tienla todo el mundo, eso sí, pa llevar de comer pa en casa», subraya Gelu Menéndez. Los 130 habitantes de Güeñu configuran un paisaje humano que atesora recuerdos, historias, leyendas y vivencias de los tiempos buenos y malos. Yo creo que el espíritu de Asturias hace ya muchos años fue arrinconado en las aldeas, en las parroquias; es aquí no tan lejos de la ciudad, por cierto donde se percibe con claridad eso insondable que es Asturias, eso que nos conmueve y que formula, a su manera, una suerte de convivencia y civilización. En Güeñu hay lo que hay en todas las aldeas asturianas, pero también hay un magnífico Festival de Jazz, por el que han pasado los mejores intérpretes del mundo de este género, y desde este mismo verano un Festival de Fado.

También cantan tonada, y hacen sestaferias para arreglar los caminos, y han transmitido a sus niños el valor de trabajar en andecha. Belarmino Fernández, presidente de la Asociación Cultural de Güeñu, resalta que el valor del pueblo premiado es la convivencia. Mientras paseo con él por las caleyas del lugar, increíblemente limpias, me comenta que están muy ilusionados con el premio que la Fundación Premios Príncipe de Asturias les ha dado este año. No recuerda bien, pero a la quinta o a la sexta fue la vencida: finalmente Güeñu, el pueblo de las paneras, tiene su galardón.

Con los Príncipes de Asturias lo celebrarán a lo grande. Socarrones, algo me dicen que en el pueblo la mayoría se consideran republicanos, pero que la visita de los Príncipes va a suponer para ellos un motivo de imborrable melancolía (esa extraña forma de la felicidad). El jurado de los premios valoró el hecho de que Güeñu haya sabido, con el paso de los años, «sobreponer su condición rural y su cultura tradicional a la presión de un entorno industrial y urbano gracias al esfuerzo compartido, la perseverancia y la iniciativa de todos sus vecinos».

Algo hay de eso, efectivamente. Güeñu, que ya no vive del campo, ha sabido conservar para el futuro valores campesinos de importancia. Es una cuestión de tempo, que si en la ciudad suele andar destemplado, aquí va con el ritmo de las estaciones. En la actualidad sólo tiene un bar, El Coloráu, y echan de menos quizás más competencia. Sus vecinos, además, tienen una vocación de colaboración que se echa en falta en otras aldeas. Sólo así, colaborando en la ilusión, han sido capaces de mantener vivo un sitio con los brazos abiertos al mundo.

«Desde que se nos ha concedido el premio me comenta Belarmino Fernández por aquí no paran de pasar curiosos a ver por qué. Y muchos de ellos acaban preguntando si no habrá en el pueblo alguna casa libre para comprar o alquilar».

Cruzando el puente sobre el Nalón se pasa de Güeñu a Palombar. El paisaje es magnífico y, tanto Belarmino como Gelu, saben cada nombre de cada loma, de cada vega, de cada llosa. Decía Henry Thoreau, el gran prosista norteamericano, que existía una media entre una persona de 77 años y una parroquia de unos 14 kilómetros cuadrados. Si esa persona saliese todos los días a pasear, sin salirse de los estrechos límites de la parroquia, hallaría cada día una nueva sorpresa, algún recodo que visitaría por vez primera. En Güeñu esto es así: podrán estar casi cercados por la inmediata central térmica de Soto Ribera y por la autovía a León; pero lo cierto es que no se nota en absoluto.

Reconozco que de los Premios que la Fundación Premios Príncipe concede éste es el que más inmediatamente útil resulta para los asturianos. Güeñu, lo decía antes, ofrece una imagen muy nítida de Asturias, pero también de Europa. Sus habitantes han sabido, con los años, constituir un modelo de convivencia en el que no sobra nadie. El Festival de Fado, por ejemplo, se hizo pensando sobre todo en la colonia portuguesa que vive en Ferreros, a dos pasos de Güeñu, instalados allí desde hace décadas.

«Lamentablemente no acudieron muchos vecinos de Ferreros al festival, aunque estuvo lleno de gente que vino de toda Asturias», me comenta Gelu Martínez.

Varias de las noches más encantadoras de mi vida transcurrieron en Güeñu durante el Festival de Jazz. Se trata de una fiesta apacible, íntima, impecable. Aldeana en el sentido de que todo tiene un tamaño a la medida del ser humano y no hay altisonancias que distorsionen el alma que llega, reverente, a escuchar. No pude ir este año al Festival de Fado, pero escuchar entre hórreos alguna copla de Amália Rodrigues tiene que ser algo único.

En Güeñu no he dicho otra cosa en este artículo saben vivir. Mañana los Príncipes de Asturias pasearán por estas caleyas inmaculadas y, tal vez, encontrarán en ellas las inmensas ganas de vivir que tienen las aldeas asturianas. Yo brindo hoy por ellos, por los míos: por los que han sabido mantener la cultura popular sin cerrarse al mundo. He aquí un sueño, el de Güeñu, cumplido.

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