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Octavio Villa
Jueves, 29 de diciembre 2016, 16:16
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El hombre enfermo de Europa lo sigue siendo un siglo después de ganarse el apelativo. Turquía vivió un año convulso, inmersa en un complicado escenario de intereses contrapuestos en el exterior y en su política doméstica. En el interior, esto cristalizó en el golpe de Estado contra Erdogan, el 15 de julio, un mes después de que tres yihadistas asaltasen el aeropuerto Atatürk, en Estambul, matando a 44 personas.
El golpe no triunfó, en buena medida porque Erdogan desvió la atención al insistir en que la intentona la protagonizaba un pequeño grupo de militares; al proclamar, con éxito notable, que el pueblo tenía que responder y al buscar un culpable en su antiguo aliado, el predicador Fethullah Gülen. Pero Turquía está lejos de la seguridad. Por una parte, su conflictiva relación con Rusia es aún peor por la guerra de Siria. Por otra, en el interior nada se ha calmado.
El 21 de agosto, un niño se hizo estallar en una boda y mató a 51 personas. El 11 de diciembre, 38 personas murieron y 155 resultaron heridas en un atentado en las inmediaciones del estadio del Besiktas.
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