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El cerebro de la Iglesia asturiana

El cerebro de la Iglesia asturiana

«Estamos saturados. No hay ningún otro centro de este tipo que reciba tantas peticiones», aseguran sus trece voluntarios

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 26 de abril 2015, 01:03

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En 1934, todo ardió. La historia de la Diócesis de Oviedo desapareció entre las llamas. «No se salvó nada más que unas las constituciones de defensa del clero que alguien se había llevado por casualidad». Pero hoy, más de ochenta años después, el Archivo Histórico Diocesano vive su mejor momento, como una suerte de Ave Fénix que ha resurgido de sus cenizas. Porque si el Seminario es el corazón de la Iglesia asturiana, el archivo es su cerebro, el lugar que preserva su memoria desde que el Concilio Trento (1562) estableció la obligatoriedad de los archivos parroquiales. Para ser más precisos, alrededor de 6.500 volúmenes que Agustín Hevia Ballina -al frente de la gestión de los fondos, a los que ha consagrado su vida de 76 años- comenzó a recolectar allá por 1979 para llenar el vacío que dejó la revolución.

«Hubo que empezar desde cero. Cogía el coche e iba de parroquia en parroquia, recopilando los libros», cuenta este hombre al que le apasiona lo que hace y que cuida con mimo lo que los sótanos del Palacio Arzobispal, restaurados en 2010, esconden: «Fundamentalmente, son dos tipos de libros. En primer lugar, los libros de personas: registros de bautizados, confirmados, casados y difuntos. Y, por otra parte, los libros de cosas: los llamados libros de fábrica, en los que se recogen aspectos concretos de la vida de la parroquia como las estructuras de los edificios o las obras que se acometen, libros de capillas, santuarios y cofradías. Y a eso se suman los fondos diocesanos».

Hevia Ballina empezó la cosecha por Moreda de Aller, donde halló un registro exhaustivo de la peste que, en 1599, se llevó por delante a más de 240 personas, tal y como quedó minuciosamente reflejado por el párroco, que, las más de las veces, guardaba también el secreto de la escritura, vedada a los parroquianos de a pie. Y, muchas veces, encontró tesoros en forma de libros cantorales, un manual para practicar exorcismos o una carta manuscrita de San Melchor a su madre.

El director del Archivo Histórico Diocesano no se rindió ni siquiera cuando se topaba con la negativa del cura del pueblo a entregarle los libros: «Hubo uno que me dijo que de la parroquia no salían, que lo suyos no iban al archivo. Pero, cuando se jubiló, los metió en un taxi y se presentó aquí. Había entendido que no iban a estar mejor en ningún otro lugar».

Y tanto trabajo ha dado sus frutos. Porque, si Asturias tiene 950 parroquias, los fondos de 650 de ellas ya están a buen recaudo en Oviedo. Ordenados por concejos, en armarios mecanizados, con un sistema anti-incendios y unas medidas de seguridad que este cura maliayo de Santa María de Lugás enseña orgulloso.

Nitrógeno contra la carcoma

A lo que un día fueron los palacios de la monarquía asturiana (como muestran los restos arqueológicos que se encontraron con la restauración) llegan documentos en muy mal estado. Pergaminos, estampaciones en seda, madera o papel. Así que se someten a un proceso de desinfección en una cámara en la que el nitrógeno termina con toda vida. Carcoma incluida. «La acción de los roedores» ya es otro cantar. Aunque de eso se ocupa una restauradora que trabaja codo con codo con un equipo de trece voluntarios.

Ellos son los encargados de atender las peticiones que les formulan desde los 32 puestos de consulta que, durante los tres días semanales en que abren al público (martes y jueves de 16 a 19 horas y viernes de 10 a 13) permanecen «prácticamente llenos». De curiosos que bucean en su árbol genealógico o de investigadores que ultiman detalles de su tesina o de un futuro libro.

«Estamos saturados. No hay ningún otro centro de este tipo en España que reciba tantas peticiones», asegura Luis Huerres, uno de los apasionados que rastrea los orígenes de su apellido. Responden decenas de cartas, llamadas, mails. Y todo queda, aquí, a salvo de olvido.

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