Borrar
Carmen Miranda, delante del cartel del servicio de Radioterapia que había en el viejo HUCA y que fue trasladado a La Cadellada.
«Recibí de los pacientes más de lo que di»

«Recibí de los pacientes más de lo que di»

Carmen Miranda, supervisora de Radioterapia Oncológica del HUCA, se jubila hoy tras 47 años de trabajo

Laura Fonseca

Miércoles, 27 de mayo 2015, 00:15

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Carmen entró en el antiguo Hospital Central con unos precocísimos 15 años. Le faltaban apenas 12 días para cumplir los 16 y, gracias a sus buenas notas y a que había cursado el bachillerato superior, pudo ingresar en la Escuela de Enfermería de Oviedo y formarse en el Hospital General de la Diputación, que por aquel entonces ni era vetusto ni tampoco un edificio víctima de la aluminosis, sino «todo un potencial» de la medicina asturiana. Eso sí, un potencial pero con habitaciones de hasta doce camas regentadas por monjas, «que tenían un carácter que no veas». Carmen Miranda (Oviedo, 1951) es una de las más veteranas del HUCA y todo un referente en el hospital asturiano. Sobre todo entre los pacientes por los que siempre «se ha partido el cobre. Se enfrentaba a quien fuera: médicos, jefes, gerentes, directores», relata un compañero. A día de hoy, muchos enfermos a los que ella atendió la llaman por teléfono a casa o pasan por el hospital «para contarle años después cómo van».

Con su jubilación, hoy mismo, Carmen pone fin a 47 años de trabajo, la mayoría en el viejo complejo de El Cristo, «al que echo muchísimo de menos», dice. Esta histórica y orgullosa vecina de San Claudio, es la SUPERVISORA, así, con mayúsculas, del servicio de Radioterapia Oncológica del Hospital Universitario Central de Asturias, un cargo que ha desempeñado durante los últimos 27 años y del que asegura se marchará con «dolor de corazón, ya que dejo aquí muchos amigos». En el HUCA, «todos la conocen. Es vital, alegre, cercana, pero también enérgica cuando hace falta», relatan.

Cuando una jovencísima Carmen le contó a su padre, Eduardo Álvarez Suárez, fundidor y «republicano de alma y corazón», que «iba a ser enfermera en el hospital de Oviedo, se puso a llorar». Por una parte, le daba pena que «su chiquilla» se metiera «a luchar contra la podredumbre», decía, pero, por otra, «estaba orgulloso de que hiciera carrera». Porque en la familia de esta enfermera «nunca sobró nada, pero tampoco faltó». Ella pudo estudiar «en unos años en que no era algo habitual entre las mujeres», y eso la hace sentirse «una privilegiada». El estudio era casi una obsesión para sus padres, Eduardo y Oliva, que se desvivieron por conseguirlo. Carmen, curtida en mil batallas emocionales dentro y fuera del hospital, no puede, sin embargo, evitar las lágrimas al recordarlo.

Fue en 1971 cuando acabó su formación como enfermera (ATS, de aquella) y enseguida empezó a trabajar en el hospital ovetense «de noche, que es el turno en el que haces realmente de enfermera», cuenta. Antes de pasar al servicio de Radioterapia Oncológica como supervisora, en diciembre de 1988, trabajó en vascular y cirugía torácica. Carmen se casó con Amado González en 1972. «Lo conocí en una fiesta en Turón y cuando vino a por mí le dije: 'espero que sepas bailar porque si no te dejo en la pista'». Parece ser que Amado supo bailar o, al menos, «se revolvió bien», ya que desde entonces están juntos. Carmen confiesa tener un vínculo emocional muy fuerte «con el viejo hospital», el del barrio de El Cristo. «Viví allí toda mi vida. Incluso allí, en la capilla que había dentro del hospital, bauticé a mi hijo, que ahora tiene 41 años», rememora. Pese a esta nostalgia («es algo que nos pasa a casi todos los trabajadores antiguos»), está convencida de que el nuevo HUCA de La Cadellada «será un gran hospital. Le falta todavía algo de rodaje, pero es un hospital fantástico con la mejor tecnología».

1985, llega el acelerador

Porque cuando Carmen aterrizó, adolescente y temerosa, con seis termómetros en la mano (es lo que le daban para atender las habitaciones de seis enfermos), en las plantas del antiguo HUCA «no había las maravillas de ahora». Los tratamientos oncológicos «eran más cruentos y rudimentarios». Eran los años de las bombas de cobalto y del radium, la antesala de lo que luego fue la braquiterapia. Hasta 1985 no llegó el primer acelerador lineal. «Un Saturno 20», apunta. De aquella, «usábamos moldes para tratar a los pacientes que pesaban hasta doce kilos». Había otra práctica que esta enfermera reconoce que le causaba desasosiego. «A los enfermos había que marcarlos para los tratamientos, y esa marca no se la podían quitar mientras durara la terapia. Muchos tenían que ir así por la calle; era horroroso». En el año 2000 «llegaron las máscaras termoplásticas, un avance increíble que logró que dejáramos de marcar a los enfermos. Fue algo maravilloso».

Carmen recuerda con cariño a muchos pacientes, sobre todo a los más jóvenes. Con algunos «aún me sigo viendo». Es el caso de una chica que siendo adolescente se trató de un linfoma. «Años después vino a verme, embarazada. Me sentí como si yo fuera la abuela de la niña que iba a dar a luz». Trabajar en un área como la de oncología «no es fácil. Sobre todo con niños. A eso no me acostumbré nunca. Siempre lo llevé bastante mal», asegura. Sin embargo, Carmen Miranda tiene claro el balance de estos 47 años de trabajo: «Recibí de los pacientes muchísimo más de lo que di. Soy afortunada».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios