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Adrián Ausin
Domingo, 7 de junio 2015, 12:45
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Unas vacaciones con final infeliz. Los pasajeros que debían despegar el sábado de Lanzarote a las 17.35 horas acabaron llegando al aeropuerto de Asturias a las cinco de la madrugada, en autobús, desde Santiago de Compostela, agotados, hambrientos y, lo peor de todo, algunos sin dinero para coger un taxi o sin ni siquiera un taxi disponible, pues apenas había. «No me gusta quejarme de nada, pero fue algo absolutamente indignante», relataba ayer a EL COMERCIO una de las pasajeras afectadas.
Todo comenzó con un despegue con un retraso de tres horas. Al llegar a Asturias, cuando el avión estaba apunto de tomar tierra «se levantó en picado para arriba», debido a una combinación adversa de viento y niebla, con el consiguiente «susto de muerte» para el casi centenar de pasajeros que iba a bordo.
El vuelo se desvió a Santiago de Compostela, donde aterrizaron a las doce y media de la noche, con todos los servicios del aeropuerto cerrados. Sin un café ni un sandwich, los pasajeros montaron en dos autobuses a la 1.30 de la madrugada rumbo al aeropuerto de Asturias.
«Había gente mayor quejándose y dos matrimonios con bebés, uno en cada autobús. En el nuestro, el niño no paraba de llorar y los padres enseguida se arrepintieron de haberse subido. Entonces pidieron al conductor que parase en una gasolinera para calentar un biberón y alimentarlo. Pero éste decía que estaban todas cerradas. Poco antes de Guitiriz se bajaron en un bar de carretera y allí se quedaron», relató una pasajera vecina de Gijón.
La llegada a la terminal asturiana se produjo a las cinco de la madrugada. Algunos afectados más precavidos habían telefoneado a un taxi para asegurarse el servicio, pues allí nade se iba a ocupar de ellos. Y al llegar se confirmaron las sospechas, pues apenas había taxistas.
Antes de aterrizar en Santiago, Vueling entregó a los pasajeros un cheque descuento de 20 euros en compensación por los retrasos. Sin embargo, la mayor indignación se produjo por «el desamparo sufrido desde el aterrizaje y la imposibilidad de tomar siquiera un café».
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