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«Enol, perdóname, hijo. Yo te quiero, y hubiera dado mi vida por ti, pero no lo vi»

La estremecedora carta que escribe María Dolores Palacio Ornia a su hijo fallecido la semana pasada arrollado por un tren en Meres después de una pelea con su padre | La progenitora del joven aclara que no sufría esquizofrenía, pero que tenía trastornos relacionados con su condición de superdotado y le pide perdón por no haber podido ayudarle | Además, da las gracias a profesores, amigos, familiares y conocidos del chico sentimiento de cariño que manifestaron hacia el chico

MARÍA DOLORES PALACIO

Miércoles, 24 de junio 2015, 11:02

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Querido hijo: te pido perdón. El dolor tan intenso que me produce que no estés aquí conmigo me parte el corazón. Me duele todo. No tengo consuelo, ni lo tendré nunca. Todos te quieren, todos nos hablan y me hablaron siempre maravillas de ti: de lo agradable, cariñoso, sociable, guapo, inteligente La familia, amigos, profesores, vecinos Desde pequeño, siempre fuiste muy querido por todos los que te conocían. Desde que naciste trajiste la alegría a mi vida. «Mi nenín pequeñín». Con tu alegría, vitalidad y el cariño que me diste. Después llegó tu hermano y estábamos colmados de felicidad.

Todos los libros que me recomendaste leer, como La maldición de la inteligencia, de Carmen Sanz Chacón, me hicieron comprender los problemas que generaba el ser demasiado inteligente, algo en lo que nunca pensé mientras crecías. Yo sabía que eras un niño especial. Cuando empezaste a la escuela, sentí un gran dilema. Pensaba comentar que eras un niño superdotado, pero, hablando con otras madres, ellas también decían que sus hijos eran superdotados. Pensé que no sería ningún problema no hacerte las pruebas de inteligencia, y no me di cuenta de que te podía perjudicar. Aunque pienso que en la infancia fuiste un niño muy feliz, la adolescencia te pasó factura, te hizo vulnerable y afloró ese sufrimiento que acumulaste desde la más tierna infancia por sentirte diferente a los demás, porque no te sentías encajar.

Perdóname, hijo. Yo te quiero, y hubiera dado mi vida por ti, pero no lo vi. No fui consciente de que estabas sufriendo en silencio, porque no encajabas, por comentarios como: «¡Qué raro!», o por no sentirte identificado con el resto. El sentirse observado y el no encajar por sentirte distinto te causó mucho sufrimiento, te generó problemas. Perdóname, porque de nuevo no te pude ni pudimos ayudar. Además, chocamos con un sistema que no nos dejó ni entrar. Un especialista, amigo de la familia, al que querías y en quien confiabas, nos dijo que eras muy inteligente, y que el engranaje de las personas muy inteligentes en la adolescencia es más complejo que en el resto, de ahí el malestar que sentías. Por eso te recetó esa medicación que siempre te llevo a algún incidente al no tomar lo justo.

Recientemente hicimos, como tú pediste, las pruebas del coeficiente de inteligencia (CI), y diste una puntuación de cerca de 150. Vimos juntos que se da en una persona de cada mil. Cariño, fue un alivio para ti y una explicación a toda tu vida, pero me duele el alma, me duele el corazón, porque me equivoqué. Si hubieras crecido sabiendo lo que te pasaba, el porqué eras diferente, no hubieras sufrido lo que sufriste y no hubiera pasado lo que pasó. Ya era muy tarde, ya te sentías muy diferente, ya habías sufrido demasiado.

Llegando a este final que nunca pensé, tomaste medicación en cantidad para poder centrarte a estudiar. Luego, el tratar de ingresarte, por tu bien, provocó la discusión familiar y el forcejeo con tu padre. Estando drogado por la medicación, marchaste corriendo por miedo a que te ingresáramos. Jamás pensé que te pudiera pasar lo que te pasó.

Los prejuicios, aparte de perjudicarte toda la vida, llevaron al periódico a dar noticias falsas:

1. Que eras esquizofrénico. Es mentira. Es un prejuicio por haber tenido la mala suerte de tener un tío con esta enfermedad.

2. Y que te suicidaste. Fue algo totalmente accidental. Tenías muchos planes para la próxima semana, que era tu cumpleaños. Tus amigos me comentaron que habías quedado con ellos, nos habías dicho qué querías de regalo de cumpleaños. Tenías muchos planes para el futuro. Todo fue fruto de que estabas drogado y te sentías acorralado. No comprendiste que era por tu bien el tratar de ingresarte.

Sabes que tu padre, hermano, güelito y tati estuvieron y estarán siempre contigo. Te adoraban y fuiste muy importante para ellos. Dejaste un gran dolor que no pueden aliviar y un vacío que nunca podrán llenar. Estarás siempre con ellos, al igual que con el resto de primos, tíos y demás familia.

Enol, te quiero y añoro el día en que te pueda abrazar de nuevo. Siempre estuviste y estarás conmigo. Perdóname, porque no supe ayudarte, no supe ver lo que te podía pasar, nunca creí que pudiera pasar lo que pasó. Te quiero, y que no estés aquí a mi lado me quita las ganas de vivir.

Doy gracias a todos tus profesores del Baudilio Arce, del instituto Fleming y de la Universidad de Ciencias; a Maku, a Lorena, a los compañeros del doble grado de matemáticas y física, del instituto; a todos los compañeros, amigos, familiares, vecinos y conocidos por el sentimiento de cariño y aprecio que manifestaron hacia ti. A la directora de la academia de idiomas por su comentario: «Otro genio que se nos va». A José Manuel (párroco de Colloto). A tu querida Wendy.

Querido hijo, hoy es tu cumpleaños. No encontramos palabras para expresar lo que sentimos. Lo más próximo son los versos de Miguel Hernández:

«Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida».

Siempre contigo. Te quiero. Perdóname.

Tu madre, que te adora y te quiere como a tu hermano, por el que la vida sigue teniendo sentido.

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