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La socióloga Cecilia Díaz, en su despacho de la Universidad de Oviedo.
«La obesidad se ha convertido en una de  las manifestaciones visibles de la pobreza»

«La obesidad se ha convertido en una de las manifestaciones visibles de la pobreza»

«La comida es el pivote del día, un momento de encuentro. Si cambias el horario cambias los vínculos, las relaciones familiares y hasta el tipo de alimentos que comes»

LAURA MAYORDOMO

Lunes, 17 de agosto 2015, 00:38

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Desde su cargo como directora del Grupo de Sociología de la Alimentación de la Universidad, Cecilia Díaz (Parlero, Villayón, 1962) lleva años analizando los cambios alimentarios de la sociedad asturiana y española. Estos últimos, marcados por una crisis económica que no ha variado mucho los hábitos de alimentación pero sí los de consumo. Se buscan los comercios más baratos para hacer la compra y ganan peso las marcas blancas. Pero alimentarse es mucho más que eso. En Asturias, las comidas tienen «un componente de ritual».

Las industrias lácteas relacionan la caída en el consumo de leche en el último año con una «moda antileches». ¿Existe tal moda?

Me cuesta creerlo. No sé por qué se plantea en esos términos. Si ha habido cambios en los consumos de los lácteos han ido en la línea de sustituir unos productos por otros, no en la de eliminarlos.

¿Por ejemplo?

La preocupación por la salud lleva a la gente a consumir leches desnatadas o semidesnatadas, en lugar de las enteras. Es una tendencia que ya se dio en el resto de Europa. Las tendencias que hemos visto también revelan un mayor consumo de productos dulces lácteos, en los que se incluyen los yogures, probablemente por motivos de salud. Hay cada vez más una orientación hacia productos que se entiende que son saludables, que tienen alguna funcionalidad, como ayudar a combatir el colesterol. Los denominados 'alicamentos'.

¿Comemos determinados alimentos porque están de moda?

No sé si se puede llamar moda a la preocupación por la salud, pero hay tendencias que se generalizan por ese motivo. Y no solo en los hogares de mayor renta. Lo peculiar es que la alimentación siempre se había visto como un hábito estable y por tanto ajeno a las modas. Ahora, en cambio, se están introduciendo en este campo, en el de los productos de alimentación elaborados, estrategias de marketing similares a las de otros productos.

¿Se mantiene el consumo de productos frescos?

Ahí tenemos una ventaja en comparación con otros países, porque aquí el comercio de proximidad existe, está a mano y ofrece buenos precios. Eso, que no sucede en todos los sitios, propicia que no haya una dificultad añadida en la compra. Si tienes acceso a esos alimentos tienes más facilidad para llevar una dieta saludable.

Dicen los médicos que está comprobado que a menor peso, mayor supervivencia. ¿Ha calado ese mensaje en los asturianos?

Claro que cala, pero si seguimos las encuestas de salud vemos que son los grupos mejor situados los que logran tener un peso cercano a lo que los médicos consideran adecuado y que eso no ocurre con los más desfavorecidos. Eso pasa en Asturias y en el resto de España.

De tres platos a uno

¿El plato preparado le ha ganado la batalla al plato de cuchara de toda la vida?

Según las encuestas, aumenta el consumo de platos preparados y, al mismo tiempo, hay una reducción del consumo de legumbres. Pero hay cambios más grandes, como haber pasado de comer tres platos -sopa, garbanzos, con compango, y postre- a uno solo. También a hacer cenas más ligeras. Son cambios importantes, pero no tienen por qué ser peores. Es algo que se aprecia en unos grupos sociales más que en otros.

No me diga más. En los jóvenes.

Sí, en los jóvenes.

Y mientras, los concursos de cocina triunfan en televisión...

Probablemente es una moda pasajera que, cuando deje de tener esa visión mediática, perderá fuelle. Lo que demuestran este tipo de concursos es el creciente interés por la alimentación. Por sacarla de la cocina, cuando hace años era una cuestión doméstica y femenina.

Femenina, en su mayoría, sigue siendo, ¿no?

Sí, en torno al 77% de las personas que gestionan la alimentación en un hogar son mujeres. Lo que sí se aprecia también es que los que más se incorporan a la cocina son jóvenes con un nivel educativo alto.

¿Con un gusto culinario muy distinto al de sus padres?

Sí, la cocina cambia e incorpora cosas nuevas, se enriquece. Se produce una revisión de la cultura tradicional con la incorporación de productos y formas de alimentarse de otras culturas, como la asiática. Eso ha enriquecido mucho la dieta.

Porque lo que no ha cambiado es lo mucho que a los asturianos nos gusta comer.

Sí, el deleite, el placer ligado a la comida y no prescindir de la alimentación como una actividad social nos define. Mantenemos ese componente de ritual en las comidas. Por eso no nos gustan nada las comidas en solitario e incluso se altera la hora de comer para hacerlo en compañía, y así tenemos esos horarios tan caóticos. Un 25% de las personas que viven solas no comen solas. Los jóvenes van a casa de los padres y los mayores, a casa de sus hijos.

¿Veremos algún día a los españoles comiendo a las doce del mediodía, como en la mayor parte de Europa?

El tema de los horarios se ha debatido mucho y no ha calado. Puede parecernos muy racional el horario europeo, pero aquí no ha habido una respuesta contundente hacia el cambio. Eso indica que no es solo una cuestión de horario, sino que hay mucho en torno a eso. Y lo mucho que hay es por la comida. Es el pivote del día, un momento de encuentro. Si cambias el horario, cambias los vínculos y las relaciones familiares. Hasta el tipo de comida que comes.

¿Por qué cambiamos nuestros hábitos de alimentación?

Básicamente por cuestiones de salud y de dinero.

¿Qué productos se han dejado de consumir por culpa de la crisis?

Ha habido un trasvase hacia carnes más baratas. Se ha reducido el consumo de la de ternera y ha aumentado el de pollo. Sobre todo, en los hogares con menor renta. En éstos, las estadísticas oficiales revelan que se compra también menos pescado y fruta.

¿El cambio en el consumo de los hogares ha sido significativo?

No, la diferencia no es muy grande. Las estadísticas no ofrecen una imagen muy clara, porque el cambio es lento. No hemos reducido mucho nuestro gasto alimentario. Se restringe si hace falta, pero no se elimina lo fundamental. Las necesidades básicas, en este sentido, están cubiertas.

En la crisis, ¿se ha pasado hambre?

Las propias ONG han dicho que no. Y los pediatras. Cuando se hablaba de privación alimentaria se hablaba de escasez, de delgadez, sin embargo, en los países desarrollados se habla de malnutrición. No falta comida sino que se come mal y eso está dando lugar a más casos de obesidad. Está siendo una de las manifestaciones visibles de la pobreza. Todos los expertos dicen que hay que afrontar la obesidad, no la falta de alimentación.

Estigmatizados

El grupo que usted dirige analizó los casos de una treintena de familias, nuevas perceptoras de ayudas alimentarias de la Cruz Roja. ¿Qué conclusiones extrajeron?

No reveló un cambio importante en la dieta cotidiana, pero sí en la forma de organizar la alimentación. La gente cambia de comercio buscando el más barato y opta por marcas blancas, incluso compran distintos productos en distintos sitios en función del precio. Además de las ayudas de las instituciones, reciben ayudas de la familia o los vecinos. Y lo que hacen es gestionarlo conjuntamente para tratar de componer una dieta saludable.

Un estudio reciente reveló que, en familias con pocos recursos, los lácteos se reservaban a los niños.

Sí, nosotros también hemos constatado que, en las familias con hijos, éstos tienen prioridad. También, que siguen comprando productos que denoten una cierta normalidad, como chucherías, para que los niños no aprecien una situación de privación.

¿Estigmatiza ser perceptor de ayudas sociales?

Es algo que vimos en el estudio. La gente nos comentaba que intentaban ocultar que tenían un vale de alimentos dado por una ONG. Incluso estos vales se transformaron para evitar que se notase que era una ayuda. Eso ocurría sobre todo en pueblos pequeños. Las personas mayores solas que entrevistamos consideraban que recurrir al comedor social era lo último que les podía pasar. Hasta el punto de que ocultaban la situación a sus propios hijos. No hay que olvidar que se trata de nuevos usuarios de ayudas y que nunca antes se habían encontrado en una situación así. Asumirlo es duro.

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