Borrar
Gabino Díaz Merchán, ayer por la tarde, en la casa sacerdotal del Arzobispado, donde reside.
«Cuesta captar el cambio, pero no solo a la iglesia, a todos»

«Cuesta captar el cambio, pero no solo a la iglesia, a todos»

arzobispo Emérito de Oviedo. «Asturias era un destino que daba miedo en 1969, pero yo siempre valoré la hidalguía de este pueblo. Yo no tuve miedo»

Adrián Ausin

Viernes, 4 de septiembre 2015, 00:13

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Lee a diario EL COMERCIO «en la tableta», tiene un móvil «appel» y demuestra, de principio a fin de su comparecencia, no solo un conocimiento preciso de la convulsa actualidad sino también una memoria enciclopédica de sus intensos 89 años. Gabino Díaz Merchán (Mora, Toledo, 1926) acude a su cita con los medios de comunicación a paso lento, pero firme, asido de su cachaba. Lleva 13 años 'jubilado' tras 33 como arzobispo de Oviedo y abandona voluntariamente su plácido retiro al cumplirse medio siglo desde su nombramiento como obispo, circunstancia que se celebrará en la catedral de Oviedo el 12 de septiembre en una ceremonia presidida por Sanz Montes y con asistencia, se espera, de prelados de toda España. Él quiere que sea «muy sencilla», en armonía con su talante. 'Gabino, el bueno', como le bautizó su antecesor, el cardenal Tarancón, recibe los primeros piropos de los asistentes nada más tomar asiento, pues a cinco meses de los 90 años luce buen semblante. Sin embargo, enseguida introduce matices: «De fachada, muy bien. Pero la fachada a veces esconde la vieyera».

Hace cuatro años, recuerda, se sometió a una operación «muy difícil, a vida o muerte, pues se me averió el intestino y esto me dejó bastante hundido. Gracias a Dios, he recuperado fuerzas, pero ahora llevo una vida monacal, sin ninguna actividad, pues lo que no me pudieron quitar en el quirófano fueron los años» (ríe). Hasta entonces, Merchán daba ejercicios al clero en varias diócesis. Luego debió dejarlo y hoy no sale de la casa sacerdotal, donde convive tanto con el actual arzobispo como con el auxiliar. «No echo de menos salir fuera. ¿A dónde voy a ir?». Además, la gente le pararía por la calle y sus fuerzas, advierte, están muy justas.

Hechas las presentaciones, don Gabino abre el encuentro con una larga reflexión sobre la Iglesia, el hombre y la sociedad, que remonta 50 años atrás al Concilio Vaticano II, en cuya fase final tomó parte 14 días después de ser ordenado obispo de Guadix allá por 1965. En aquel cónclave, que abrió su mente a la convivencia con 2.500 obispos de todo el mundo (él es el único español con vida de aquel encuentro), «quedó patente la preocupación por la evolución del mundo, por una transformación acelerada y profunda, una globalización que debía abrir a la Iglesia a una nueva etapa histórica». Ahora, matizó, «esto se ve muy claro», pero entonces «supuso un gran avance». «No se dieron definiciones dogmáticas, pero se planteó la necesidad de adaptarse al nuevo lenguaje de la sociedad», prosiguió. Antes, puso como ejemplo, las misas eran en latín y cuando luego fueron en castellano la gente se quejaba (aquí Merchán ilustra el choque con un chiste en el que 'una vieja' le pregunta a otra qué dijo el cura y ésta le traduce 'el señor esté con vosotros' al latín).

La vigencia del Concilio

No dejó el prelado toledano de nacimiento y asturiano de adopción de abundar en la «vigencia» de las líneas maestras marcadas en dicho Concilio, de la continua necesidad de adaptarse a los tiempos. Pero advirtió de que ésta no es tarea exclusiva de esta institución: «Cuesta captar ese cambio tan profundo que nos impone la evolución de la sociedad, pero no solo a la Iglesia, a todas las profesiones», sentenció.

En este contexto, Merchán consideró que «la Iglesia católica se ha estado purificando de sus pecados en estos últimos 50 años». Y en esa adaptación no dejó de resaltar las virtudes de todos los Papas a los que ha conocido: Juan XXIII, que «no gozaba de popularidad pero hizo una gran labor iniciando el Concilio»; Pablo VI, el que lo desarrolló; Juan Pablo I, «una estrella fugaz»; Juan Pablo II, «siempre conciliar, muy auténtico, al que más traté pues le acompañé durante su primera visita a España»; Benedicto XVI, «un teólogo siempre admirado que tuvo el valor de renunciar»; y Francisco, quien «ha cogido un tono tan cercano al pueblo, tan sencillo y tan directo que ha causado una impresión general».

Insistió Merchán en que la Iglesia «no puede moverse tan rápidamente como la sociedad», pues ésta cambia repentinamente y de forma diferente en distintos territorios. Reflexionó que «el mundo está cambiando para bien y para mal» pues «el hombre es una mezcla de cosas buenas y cosas malas». Elogió los avances científicos, pero matizó el peligro de grandes amenazas derivadas por ejemplo de la tendencia del hombre al dominio, a la ganancia rápida, a la opresión que genera injusticias... «Pero yo espero que todo esto se esté superando. Soy optimista», concluyó.

En estas circunstancias adversas, hizo alusión el arzobispo emérito de Oviedo a la terrible imagen del cadáver de un niño en una playa que conmovió ayer al mundo entero. Sin embargo, lanzó un mensaje crítico al respecto: «Ha habido un clamor mundial alrededor de este niño muerto, pero debería preocuparnos la muerte de miles, de millones de seres humanos», cuestionó. En estas reflexiones sobre la situación actual, Merchán huyó de los dogmatismos, que quiso alejar incluso de la institución eclesial. «Antes si un rey era católico toda su nación debía ser católica. Pero en el Concilio Vaticano II nos dimos cuenta de que la fe debe ser personal. Los derechos y deberes fundamentales de la persona deben ser respetados y en un mismo territorio pueden convivir perfectamente personas de diferentes creencias. En la Iglesia católica lo importante es sentirse en comunión, sentirse hermano, sentirse solidario», anotó.

El arzobispo emérito matizó, respecto a las últimas medidas anunciadas, que el perdón a una mujer arrepentida de haber abortado «no es algo nuevo». Es una facultad, anotó, que siempre ha estado reservada a los obispos «y que ahora se puede extender» al resto del clero. Diferente es, anotó, el caso del divorciado que se casa luego por lo civil y quiere comulgar. «Esa persona puede y debe ir a misa pero no puede recibir la comunión».

El jardinero y la viuda

Del ideario, el casi nonagenario prelado pasó a los recuerdos, que centró en aquel 1969 en que fue nombrado arzobispo de Oviedo tras pasar cuatro años en Guadix (Granada). «Asturias era un destino que daba miedo, pero yo siempre valoré la hidalguía del pueblo asturiano, que me acogió muy bien», anotó. ¿Por qué el miedo? Entonces, reseñó, «el carbón estaba en declive», había una importante conflictividad y estaba latente ya una gran preocupación: «¿Qué va a ser de la juventud? Una juventud muy estudiada que iba a tener que emigrar». Sin embargo, pese a estas trazas, no titubeó: «Yo no tuve miedo. Ya conocía Asturias, pues había pasado diez años en Comillas y veníamos a ver a la Santina, las obras, los altos hornos, Gijón...».

Pero una cosa fue no tener miedo y otra afrontar «un contraste tremendo». Don Gabino venía de una tierra muy empobrecida, Guadix, adonde llegó con 39 años convertido en el obispo más joven de Europa. Entre 1965 y 1969, la ciudad granadina perdió 50.000 habitantes, fruto también de la emigración. «La pobreza era tal que antes de marchar recibí la visita de un hombre que estaba feliz porque acababa de conseguir un trabajo como jardinero que le reportaría 5.000 pesetas al mes, lo cual solucionaba todos sus problemas. Me dijo: 'Soy el rey de España'. Nada más llegar a Oviedo, recibí a una viuda con dos hijos. Le habían asignado una pensión de 7.000 u 8.000 pesetas y me dijo que con ese dinero no podía vivir».

Gabino se integró rápidamente. «Aquí hay una gran facilidad para aceptar a alguien que no es asturiano y al mismo tiempo los asturianos se consideran con firmeza españoles». Y esto, para un manchego, anotó, allanó mucho el proceso de adaptación. La Diócesis que se encontró en 1969 estaba «muy trabajada», fruto de la labor de su antecesor, Vicente Enrique y Tarancón. Luego llegarían los conflictos sociales, el histórico encierro de 39 trabajadores de Duro Felguera en la catedral de Oviedo durante la friolera de 318 días (corría 1997) y las manifestaciones, en unos y otros momentos, del prelado en favor de éstos y otros trabajadores afectados por la reconversión industrial. Nunca dejó de tener gestos Merchán hacia los desfavorecidos y de mostrar un talante sencillo y cercano que le granjeó la honda simpatía de los asturianos.

Cuando ayer, tras una intensa hora de confesiones, se levantó del asiento pidió primero un café, volvió a la mesa para tomarlo en calma y se incorporó al cabo de cinco minutos para abandonar la habitación, con su cachaba, para volver al retiro de la casa sacerdotal. A sus 89 años, Gabino Díaz Merchán sigue siendo tan entrañable como cercano y querido, un toledano de una pieza que Asturias nunca olvidará.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios