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Numerosas personas se agolpan junto a los vehículos policiales en la calle Rosalía de Castro de Gijón, donde se llevó a cabo el operativo antiyihadista.
«Dicen que es bueno, pero ya no sé»

«Dicen que es bueno, pero ya no sé»

El arresto dispara los recelos hacia una familia apreciada en La Calzada

OLAYA SUÁREZ / ELENA S. HERRERO

Miércoles, 12 de octubre 2016, 02:08

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Ayer, más que nunca, en los barrios de La Calzada y El Natahoyo se escuchó la coletilla: «No nos esperábamos esto, era muy educado, siempre saludaba». Los vecinos de Abdellah Ouelji Lafsahi no podían imaginarse que el hijo mayor de Mohammed fuese uno de los miembros más activos del Estado Islámico en España. «Lo hemos visto crecer, a él y a sus hermanos. Sus padres son unas personas muy trabajadoras y no merecen esto, llevan toda la vida de esfuerzos para sacarlos adelante y darles una vida mejor que la que tenían en Marruecos», explicaba María Josefa Fernández, madre de una chica que fue compañera de colegio del supuesto yihadista. La incredulidad fue el sentimiento general en la zona Este de Gijón, donde el amplio dispositivo policial levantó una gran expectación desde primera hora de la mañana.

«De pronto empezamos a ver entrar en la calle a coches de la secreta y a furgonetas de los antidisturbios, parecía una película. Iban todos con pasamontañas y los que llevaban uniforme iban hasta con metralletas. Al principio creíamos que era algo relacionado con la droga, hasta que ya leímos en la web de EL COMERCIO que era un yihadista, llevamos un susto tremendo», resume un vecino que se encontraba en un bar de la calle de Rosalía de Castro tomando un café.

La amplia presencia de efectivos policiales interrumpió la rutina en el barrio, donde poco a poco se fueron formando corrillos para comentar las novedades que iban transcendiendo. «Los padres llevan viviendo aquí toda la vida y jamás dieron un problema. Él se había instalado aquí hace unos meses para cuidar del padre, que está bastante delicado y justo hace unos días se había ido a Marruecos a ver a la familia», aseguraba uno de los moradores del número 2 de la misma calle.

Hasta el lugar se fueron acercando familiares del detenido. Su mujer, sus hermanos y otros allegados se abrazaban y daban ánimos para sobrellevar el momento de tensión que estaban viviendo. La esposa, Sofia, sufrió un ataque de nervios cuando vio a su marido abandonar el inmueble esposado y tratando de ocultar su rostro bajo un pañuelo de cuadros. «Abdellah, Abdellah, Abdellah...», gritaba, mientras se tiraba al suelo delante del vehículo en el que la Policía lo trasladaba al piso de la calle Venezuela, a unos 500 metros de allí.

Los vecinos de esa vivienda que inspeccionaron los agentes en segundo lugar -el domicilio del detenido- se mostraron perplejos. Sofía Fernández y Maximiliano Alonso no daban crédito a la detención del que tenían por un vecino «amable». Cuentan que Abdellah Ouelji y su mujer, que residían en el segundo izquierda del bloque, eran «una pareja de jóvenes, con dos críos pequeñinos». Preocupados y «muy nerviosos», explicaban que también conocían a los padres del detenido, ya que llevaban viviendo en Asturias «muchos años».

Aunque aseguran que nunca notaron nada raro en el comportamiento del joven de origen marroquí indican que «hace tiempo que la pareja no estaba en el piso. Decían que estaban cuidando a la abuela en casa de sus padres en Marruecos. Él viene y va, no se ve mucho por aquí. De todas formas, nunca hicieron nada raro. Cuando los encontrábamos por ahí siempre nos saludábamos», comentaba Sofía Fernández. Según explicaba, Ouelgi Abdellah y su esposa se desenvolvían en el edificio con total normalidad: «Ella es muy habladora. Viene a las reuniones de vecinos y actúa como una más, es más comunicativa que su marido y está más integrada en el barrio», indicó.

«Hablaba muy poco»

Otras vecinas, Casilda Muruais y Elizabeth Álvarez, se referían a él como un joven «algo raro» y que «hablaba poco». Es más, en el caso de Elizabeth no solo coincidió con el detenido en las calles del barrio: «Hace un tiempo operaron a la mujer y yo coincidí en el hospital con ella. Cuando él iba a verla no quería encontrarse nunca con nadie, esperaba a que saliéramos todos para poder pasar a la habitación. Pero, no sé, en el portal dicen de él que es muy buena persona... yo no sé», comentaba. Su mujer estuvo ingresada tiempo atrás en el Hospital de Jove para ser intervenida de piedras en el riñón. En esa época las salidas a la calle de Abdellah ya eran más bien escasas. Su comportamiento había cambiado notablemente desde hace dos años, tras un viaje de cuatro meses a Marruecos, donde supuestamente comenzó su radicalización.

A medida que pasaban las horas, los curiosos iban acercándose a la calle Venezuela, y algunos intentaban averiguar lo ocurrido interrogando a los más cercanos. «¿Qué pasa, qué pasa?», preguntaba un hombre mayor, alarmado por el despliegue policial. «Ahí viven dos morinos del barrio... pero me parece muy raro que estén metidos en terrorismo», le respondía una vecina que conocía de vista a la familia, a lo que otra le contestaba: «No te puedes fiar de nadie y menos de las ideas de esa gente».

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