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PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Domingo, 30 de abril 2017, 00:44
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Cada año se sacrifican en el Principado más de 22.000 terneros certificados por la marca IGP (Indicación Geográfica Protegida) Ternera Asturiana, una cifra que supone en torno a las 5.000 toneladas de carne, de las que un 22% se consume, según los datos del Consejo Regulador, en el mercado nacional.
El potencial de la cabaña autóctona, no obstante, es muy superior. Así lo refleja el cálculo que realizan algunos de los principales compradores del producto en la región, quienes señalan que un gran número de las crías de las razas de pasto autóctonas son cebadas en otras comunidades autónomas, con lo que pierden su adscripción a la IGP. El volumen de gasto generado en un proceso de engorde y las escasas dimensiones de buena parte de las explotaciones ganaderas son los motivos principales de la salida de estas crías para ser cebadas fuera de Asturias.
Uno de los principales compradores de Ternera Asturiana, la cadena de supermercados Alimerka, puso en marcha en noviembre pasado un cebadero con capacidad para un millar de animales al año con el que pretende contribuir al equilibrio entre la oferta y la demanda, dando salida comercial a los terneros que los productores más modestos no pueden engordar en sus ganaderías.
El proyecto -pionero en la región- supuso una inversión cercana a los cuatro millones de euros y está ubicado en una finca de La Lloraza (Villaviciosa) con una superficie de 327.204 metros cuadrados en la suma de las parcelas que la integran y en la que el terreno destinado a cebadero, henil y estercolero ocupa unos 6.526 metros cuadrados. «El principal problema con el que se encuentran los pequeños ganaderos es el de no poder asumir el proceso de engorde de todas sus crías y como es lógico buscan darles salida si tienen oportunidad», explica Sergio Marqués Prendes, gerente de la sociedad Solagronor, encargada de la explotación del cebadero. Como consecuencia, cada año cientos de terneros de las razas autóctonas se venden para ser cebadas en otros lugares de España, con lo que pierden la posibilidad de que su carne lleve la certificación de la IGP, ya que uno de los requisitos para obtenerla es el de haber sido criados en Asturias. «Nuestro proyecto está enfocado a que esos ganaderos puedan dar salida a sus animales dentro de la región, se los compramos para engordarlos en el cebadero y aunque solo representen el 10% del total necesario para abastecer nuestras tiendas queremos contribuir a evitar que el valor añadido de la carne de ternera asturiana se diluya fuera como un producto genérico más», afirma el gerente de la finca La Lloraza.
Tres años de trabajo previo
El cebadero es el resultado de tres años de trabajo y está diseñado para que las reses se críen en las mejores condiciones tanto para cumplir con las normas comunitarias sobre bienestar animal como para que la calidad de su carne alcance las virtudes óptimas que singularizan el producto de la IGP propia de la región. Son cinco naves las que forman el complejo, cuatro de ellas destinadas directamente al engorde y la quinta como espacio de adaptación de las reses nuevas que entran.
Cada una de las naves está dividida en varios recintos donde se agrupan los terneros por sexos y procurando en cada corral una cierta afinidad de los mismos en razón del peso, la edad o sus condiciones físicas. Cuatro operarios se encargan del mantenimiento y las tareas diarias de la explotación que cuenta con una plataforma de embarque para la salida de las reses que van a ser sacrificadas, tres silos para mezclar el pienso y la paja secos que constituyen su alimentación y una nave-estercolero en la que se compostan los residuos retirados de los corrales para su reciclaje como abono orgánico. Al visitante que recorre las instalaciones del cebadero le llama la atención la ausencia de los malos olores que normalmente se asocian a una explotación ganadera.
Ventilación adecuada
Las naves están abiertas al aire libre en buena parte de su arquitectura, especialmente diseñada para facilitar la ventilación y a la vez impedir que se produzcan corrientes. La escasa ventilación de muchas ganaderías tradicionales es un factor de riesgo para la salud de las reses jóvenes, propensas a sufrir la acción de virus y gérmenes en unas condiciones que los favorecen. El suministro de alimento seco a los animales contribuye a que el estiércol producido por estos no se transforme en purines y a que resulte más eficaz la limpieza de las camas de los corrales.
Dentro de sus recintos, los terneros están sueltos y parecen tranquilos en una actitud que recuerda más a la que adoptan en un prado junto a sus madres que en un establo. «Para que un proceso de engorde sea óptimo es importante que los animales no se estresen», señala Sergio Marqués, veterinario de formación y que tras varios años de experiencia laboral fuera de Asturias decidió volver incorporándose a este proyecto pionero en las explotaciones de cría y cebo de terneras autóctonas. «Nuestras instalaciones están abiertas a los ganaderos que quieran ver cómo trabajamos. Los más jóvenes suelen mostrar bastante interés y ese el reto para el futuro: el cambio de mentalidad», concluye.
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