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Octubre de 2011. Paisaje quemado tras un incendio forestal en la sierra de Valledor y Carondio.

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Octubre de 2011. Paisaje quemado tras un incendio forestal en la sierra de Valledor y Carondio. CARMEN PIÑÁN

El infierno se resiste a abandonar el Valledor

El fuego calcinó esta semana más superficie que en 2011 | Los vecinos dudan que la tragedia sirva de escarmiento, temen que se repita otra vez y toman medidas ante la llegada de osos hambrientos

BELÉN G. HIDALGO

ALLANDE.

Domingo, 22 de octubre 2017, 03:03

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El Valledor no consigue despertar de la pesadilla. Una capa negra de ceniza cubre de nuevo sus montañas. En la retina de los vecinos sigue viva aquella estampa. A unos días de cumplirse seis años de aquel gran incendio, cuando las llamas cercaron varios pueblos, calcinaron viviendas, escuelas, pastos..., la historia se repetía, esta vez, con más virulencia.

«Le tienen ganas al Valledor», afirmaba tratando de contener la rabia Leticia Fernández, apenas unas horas después de que la Unidad Militar de Emergencia (UME) abandonase San Salvador del Valledor. Recién estrenada su mayoría de edad, pasea por el pueblo sin dar crédito a la panorámica que se dibuja ante sus ojos. En 2011, ardieron más de 2.000 hectáreas en esta comarca allandesa. Se consideró la peor catástrofe forestal desde 1998 en la región.

El regidor allandés, José Antonio Mesa, afirma que aún no hay datos fiables sobre la superficie calcinada. «Continúan realizándose mediciones, no obstante, se quemaron más hectáreas que en 2011», anticipa. «Ha sido un completo desastre».

Como en aquel gran incendio, no han tenido que lamentarse pérdidas humanas; pero sí daños patrimoniales. Entonces las llamas acabaron con siete viviendas y se llevaron por delante dos escuelas y la Torre del Valledor, en San Martín. En este incendio, la mayor tragedia se vivía en Cornollo: ardieron cinco paneras, dos viviendas, dos garajes y la ermita de San Bartolomé. En ambos incendios, el ganado y los pastos y forrajes, así como las cabañas y la maquinaria agrícola sumaron grandes pérdidas materiales a los vecinos de los pueblos afectados.

Celso Villanueva aún recuerda cómo las llamas acabaron con el pueblo de Trabaces, en 2011, donse su madre tenía una casa. Temía que la historia se repitiese y el fuego calcinase la suya: Casa Caboxo, en San Salvador. «Vale más no vivirlo. Te intentas serenar, pero no puedes. Será cuestión de tiempo», dice. Cuenta que todo sucedió muy rápido y él se afanó en regar su casa para que las llamas no la alcanzasen.

Ahora Celso centra sus esfuerzos en regresar a la normalidad y recuperar las colmenas que lograron salvarse del fuego. «Se recuperarán, lo peor es el pasto del que se alimentan las abejas que tardaremos en recuperar unos tres años», explica. El fuego devoró el brezo y la arboleda que sustenta las abejas de los colmenares de la comarca.

Afirma que aún es temprano para calcular los daños que pudo sufrir en sus cerca de 500 colmenas, la mayoría de ellas localizadas en El Valledor. «Vengo de comprar material para cerrar el colmenar y protegerlo de los posibles ataques del oso», cuenta este apicultor allandés. Los plantígrados también se quedaron sin alimento y, asegura, no dudarán en acercarse a la miel para saciar el hambre.

El ganado como prevención

Entre los vecinos reina la desolación y la impotencia. «No creemos que vaya a servir de escarmiento. Volveremos a vivir algo similar. ¿Qué se aprendió del incendio de 2011?», se preguntan indignados. Critican la actitud pasiva de las administraciones a la hora de prevenir estas catástrofes. Reclaman más recursos para acometer desbroces y realizar cortafuegos y el mantenimiento de las pistas forestales como medidas principales para frenar el avance de estos grandes incendios.

La gestión de los montes, señalan, es la mejor herramienta para combatir el fuego. Rubén López, cabrero de Villanueva del Valledor, enfatiza la importancia del pastoreo a la hora de mantener limpio el monte. Rubén no puede reprimir la rabia que siente, sobre todo, cuando se criminaliza al sector ganadero. «Quienes perdemos con los incendios somos nosotros. Nos quedamos sin pasto, sin animales... y arriesgamos el pellejo para que nuestro ganado no se queme en el monte», cuenta.

El ramoneo, defiende Rubén, funciona como método de desbroce y las cabras contribuyen a esparcir las semillas. Reivindica que sus animales no hacen daño: «Al contrario, limpian y regeneran por donde pasan». Por todo ello, afirma, han de revalorizar su trabajo en la conservación del monte. «Lo que no quemó fue, precisamente, lo que pastaron las cabras», afirma señalando hace los robledales donde pastó su rebaño, aún desorientado por el humo.

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