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Las claves del día: el «silencio» de Sánchez
Ambiente en el bar de Los Lagos durante la noche previa. La música no paró hasta bastante después del amanecer.
Una verbena en los Picos

Una verbena en los Picos

La noche previa a la fiesta es la más ruidosa del año en Los Lagos, y la única en la que se permite la acampada libre

P. A. MARÍN ESTRADA

Martes, 26 de julio 2016, 00:26

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A los ocho y media de la tarde el sol aún enciende los muros rosados de la Basílica de Covadonga bajo un cielo limpio y despejado. Desde el mirador de los Canónigos, el Real Sitio parece una isla en medio de un mar verde, salpicado de rizos de espuma caliza. Nos acabamos de cruzar con uno de los últimos autobuses lanzadera que descienden de Los Lagos y con numerosos turismos que siguen el mismo camino. Hace apenas media hora que se permite el acceso de vehículos particulares hacia El Enol y La Ercina. Esta noche además las lógicas restricciones sobre los espacios del Parque Nacional se relajan excepcionalmente para autorizar la acampada libre en la Vega del Enol. Es la víspera de la Fiesta del Pastor, que cada verano sirve para que los ganaderos con reses sueltas por estas cumbres repartan sus terrenos de pasto y sobre todo para que cientos de visitantes acudan a disfrutar de una jornada en la que las carreras de caballos, los deportes tradicionales, la música del país y la sidra gozan de un especial protagonismo.

Apenas unos kilómetros más arriba nos encontramos con los primeros jirones de niebla desparramándose por las laderas y a las cuatro curvas y media, Nuestra Señora de la Nublina -como la llamó el escritor Xuan Bello- ya se ha hecho prácticamente dueña de todo cuanto nos rodea. Cerca del mirador de la Reina (ahora convertido en un no-mirador y del que solo asoma el cartel) dos caballistas, a lomo de sendas yeguas esbeltas y musculadas, nos ceden el paso. Son las primeras almas que nos topamos en medio del territorio dominado por la niebla. La tercera es un joven solitario que sube a pie, con una pequeña mochila al hombro. Es de Santander, aunque hace años que reside en Suecia. Nos ofrecemos a llevarlo hasta La Vega y él rechaza amablemente el pasaje. Se ha tomado llegar hasta el fin del camino como un reto.

Siguen bajando vehículos. Cada encuentro con ellos en una vía que parece aún más estrecha por los límites de borrina que la cercan a ambos lados, es una prueba para nuestros nervios de conductores urbanos. Milagrosamente vislumbramos en medio del universo no visible el cartel del lago Enol y tras descender del coche para comprobar exactamente el lugar en el que empieza la pista a la Vega, nos zambullimos hacia el destino final, encomendándonos a la Reina de estas Montañas, para que el breve trecho aunque se nos haga eterno concluya felizmente.

Las luces y la música del bar de La Casa del Pastor son nuestra única guía para corroborar que hemos llegado. La niebla es tan densa que cuesta no tropezar con las tiendas que se han ido instalando por aquí y por allá. Pronto el denso manto blanquecino se irá oscureciendo y hacia la medianoche se produce el milagro: la borrina escampa y sobre nuestras cabezas se muestra el cielo lleno de estrellas. En el bar del refugio la fiesta está en su máximo apogeo y un jinete llega al trote hasta la misma barra del bar, mientras la música verbenera sigue y seguirá ininterrumpidamente hasta más allá de las nueve de la mañana. El amanecer nos brindará un nuevo milagro, las aguas del Enol emergiendo de la neblina del alba y volviendo a sumergirse en ella, como el durmiente que se envuelve en la sábana para echar una última cabezada, antes de afrontar la fiesta larga del día que comienza.

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