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LUCÍA RAMOS
Viernes, 10 de febrero 2017, 00:16
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Un bosque mediterráneo en pleno acantilado del Cantábrico. El encinar de Pimiango, ubicado en las inmediaciones de la ermita de San Emeterio, es una joya que durante décadas ha pasado inadvertida. Se trata, aseveró el presidente del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas), Roberto Hartasánchez, «de una de las formaciones forestales más singulares de la costa cantábrica asturiana» porque no solo acoge encinas, sino otras especies, como el madroño, más típicas de la costa mediterránea. Ahora él y su equipo trabajan por conservar y ampliar este bosque.
«Originariamente, los bosques de encinas, una especie que hoy está en peligro de extinción, ocupaban buena parte de la costa cantábrica, entre Ribadesella y Santander, pero tenían poca utilidad y poco a poco fueron desapareciendo y siendo sustituidos, fundamentalmente, por eucaliptos», explicó Hartasánchez. Ahora son precisamente estos últimos los que no ofrecen rentabilidad económica, pues «sale más barato traer madera de Brasil que cortar, recoger y llevar estos árboles a las fábricas de celulosa».
Así las cosas, el Fapas, decidido a recuperar estos peculiares bosques asturianos, fue llamando a las puertas de diferentes ayuntamientos de la comarca hasta que, finalmente, encontró en el regidor ribadedense, Jesús Bordás, al mejor aliado para su proyecto. «En cuanto Roberto me planteó su idea tardamos apenas dos minutos en ponernos de acuerdo», relató ayer el alcalde de Ribadedeva, durante una visita a la zona que varios trabajadores del Fapas llevan repoblando desde el pasado octubre.
Por el momento, la ONG trabaja con unas encinas que la Consejería de Desarrollo Rural y Recursos Naturales tenía disponibles en su vivero de La Mata (Grado), pero en un futuro dispondrán de otros 50.000 ejemplares que ya están cultivando en su propio vivero, ubicado en Tuñón (Santo Adriano). «Actualmente el bosque original cubre unas cien hectáreas y estamos trabajando para reforestar en torno a 48, aunque si el Ayuntamiento nos cede más terrenos nos gustaría llegar al centenar de hectáreas», explicó Hartasánchez.
El proceso pasa por estudiar la estructura del encinar original y después replicarla en los nuevos terrenos. «Para ello no solo plantamos encinas, sino madroños, abedules y algún que otro acebo», señaló. Dentro de los trabajos de adecuación del terreno, están talando los eucaliptos, unos cuatrocientos en total, y dejando que se pudran en el suelo. «De esta forma favorecemos que el sotobosque original de encinas que no podía crecer porque no le llegaba la luz resurja, se desarrolle y vuelva a ocupar el terreno». Un trabajo que se podría llevar a cabo en «otros muchos bosques asturianos en la misma situación».
El proyecto, con un coste de 180.000 euros, está siendo financiado por la Fundación EDP e incluye charlas de educación ambiental y visitas en las que los escolares del concejo podrán plantar encinas.
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