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Las praderías que engulló el mar

Investigadores de la Universidad de Oviedo descubren que la orilla estaba más al norte y en su lugar había una estepa

LUCÍA RAMOS

Viernes, 3 de marzo 2017, 00:06

El paisaje de inmensidad azul que hoy podemos contemplar desde los acantilados del Oriente asturiano no siempre fue así. De hecho, si pudiésemos viajar atrás en el tiempo, a hace unos 65.000 años, no encontraríamos ni rastro de nuestro verde Paraíso Natural, sino un panorama mucho más parecido al de la estepa siberiana, con enormes praderías de hierba amarillenta. Fue aquella una época donde los reyes del lugar eran los 'abuelos' del caballo que hoy conocemos.

Todo esto y mucho más es lo que ha desvelado el estudio que llevó a cabo en los últimos siete años el Grupo de Geomorfología y Cuaternario de la Universidad de Oviedo en la Cueva de Cobijeru, en Buelna (Llanes). Los resultados de la investigación, encabezada por Daniel Ballesteros, Laura Rodríguez-Rodríguez y Saúl González-Lemos, han sido publicados en la prestigiosa revista internacional 'Earth Surface Process and Landforms'.

Se trata, explicaba ayer Ballesteros a EL COMERCIO, de «la primera vez que se documenta cómo las aguas marinas también participaron en la formación y evolución de las cuevas de la costa cantábrica». Hasta ahora todos los estudios se centraban en el papel que las aguas dulces tenían en la erosión de la roca, pero no estaba probado que las olas también tuviesen su parte de 'culpa'. Basándose en la geomorfología de la cueva, en análisis de los fósiles, dataciones por el método de desintegración radioactiva Uranio-Torio y observaciones realizadas en la superficie, los investigadores fueron capaces de hacerse una idea bastante concreta acerca de cómo cambió la costa del Oriente en los últimos cientos de miles de años.

Así, explicaron, hace más de 350.000 años, «las rasas o terrazas marinas situadas actualmente a entre 25 y 30 metros de altitud ya habían emergido del mar y en ellas se habían desarrollado depresiones cerradas y cuevas». Por aquel entonces su superficie estaba cubierta por bosques de hoja caduca, tal y como demuestra el hallazgo de conchas fósiles de caracol quimper, propio de climas húmedos, en cuevas cercanas a la de Cobijeru.

Hace unos 145.000 años, y debido a la acción de erosión de los ríos que bajaban de las montañas de cuarcita situadas al sur de la costa, la Cueva de Cobijeru y también otras de la zona, como la de El Pindal, quedaron prácticamente cubiertas por sedimentos. Posteriormente, las cuevas se vaciaron para volver a llenarse de sedimentos hace 65.000 años. En esa época, el nivel del mar era entre 50 y 100 metros más bajo que ahora y la orilla estaba a entre dos y cinco kilómetros más al norte. El espacio restante lo ocupaban las praderías y estepas antes mencionadas. En ellas vivía el antecesor del caballo actual, tal y como evidencia una muela hallada en el interior de la cueva.

Este fue el árido panorama con que se encontraron los homínidos y la fauna fría glaciar procedentes del centro de Europa a su llegada. Pero no duraría mucho, pues años después los sedimentos que cubrían las terrazas marinas desaparecieron por completo. Este proceso, identificado por primera vez en Cobijeru, «permitió que las cuevas ubicadas en las rasas se abrieran al exterior, haciendo posible que el hombre prehistórico las pudiese ocupar y realizar grabados y pinturas rupestres en su interior», explicó Ballesteros. Según los restos hallados en el último siglo, parece ser que algunas de estas oquedades actuaron como trampas mortales para rinocerontes lanudos, renos y bisontes.

El estudio, además del primero de su tipo, tiene una gran importancia para tener un mayor conocimiento del pasado de la tierra que pisamos. «Ayuda a saber cuál era la situación de las rasas y cómo era el paisaje que se encontraron los homínidos y la fauna glaciar a su llegada. En definitiva, es parte de nuestra historia», apostilló Ballesteros.

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