Borrar
Francisco José Cadenas muestra cómo han quedado los manzanos tras el paso del oso. B. G. H.
«Con el poco alimento que hay en el bosque, el oso no tardará en ir a por las vacas»

«Con el poco alimento que hay en el bosque, el oso no tardará en ir a por las vacas»

Vecinos de Cangas del Narcea desisten de instalar colmenas y plantar frutales ante la «constante» presencia de plantígrados | Los afectados rechazan las tesis de la Fundación Oso Pardo, que tildó el ataque en Llamera de «hecho puntual»

BELÉN G. HIDALGO

CANGAS DEL NARCEA.

Lunes, 7 de agosto 2017, 04:48

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El oso se ha convertido, en algunas localidades de Cangas del Narcea, en un vecino más. No resulta extraño para los habitantes de los pueblo más altos de este concejo del suroccidente asturiano encontrarse con su rastro, incluso desvelarse en la noche alertados por los perros que guardan sus fincas y advierten de la llegada del 'rey del bosque'. La semana pasada, en la braña de Llamera, su paso dejó más que huellas en la finca de Francisco José Cadenas, un joven ganadero de 30 años que asistía desolado al desastre.

El plantígrado destrozó el comedero que había instalado Francisco para los terneros más jóvenes. Amén del estado en que quedó el bidón que contenía el alimento del mastín que cuida el ganado en la montaña. «No puede ser un único oso. Sabemos que son varios los que merodean la braña. Nos preocupa, más allá de que se coma el pienso, que se meta con las vacas y, con el poco alimento que tiene el animal en el bosque, no tardará en hacerlo», argumenta este ganadero cangués.

Recorriendo los alrededores de la braña, situada a unos siete kilómetros del pueblo, es posible tropezarse con indicios que confirman que el oso planea quedarse en el lugar. Varias son las camas que ha instalado en el bosque. Su tamaño indica que se trata de osos adultos y algunos vecinos apuntan que es muy probable que vayan acompañados de crías. Su rastro ha salpicado el monte de excrementos y sus huellas pueden verse fijadas en el suelo.

Emilio Cadenas, tío del joven ganadero, acude cada mañana a la braña a lomos de su caballo. «Subo para hacer recuento del ganado. Hoy, sin ir más lejos, anduve un rato en busca de un ternero. Tenía la mosca detrás de la oreja. Pensaba que lo había encontrado el oso antes que yo», cuenta aliviado al comprobar que no ha sido así. Con esta incertidumbre vive Francisco. «No puedes dormir tranquilo pensando que al día siguiente puedes tener una res muerta. La única opción es bajar el ganado para las cuadras, pero conlleva un sobrecoste en forraje y pienso. No tiene lógica desaprovechar estos recursos por una mala gestión del oso», argumenta. Los vecinos lamentan que las administraciones opten por hacer la vista gorda. «Así es imposible fijar población en las zonas rurales. No se respeta al ganadero. La convivencia con el oso y otros animales salvajes siempre existió en el monte, pero la situación actual es un atropello para el ganadero. Está indefenso, desamparado por las leyes», lamenta Francisco José Cadenas, padre del joven ganadero.

Coinciden en señalar que a lo largo de la historia del pueblo, los vecinos tenían ganado y los animales salvajes vivían en el monte: «Ahora está demasiado protegido. Es necesario un verdadero control de la población osera. No mentimos cuando decimos que los osos bajan a las poblaciones a buscar comida, hasta lo entendemos: no tienen alimento. Exigimos que se actúe para no tener que pagar nosotros las consecuencias».

De momento, han desistido y no han vuelto a plantar los árboles frutales dañados por el plantígrado en anteriores ocasiones. «Ya tiramos la toalla con las colmenas. Las teníamos en una finca encima de casa para consumo propio y también acabó con ellas el año pasado», cuenta el padre de Francisco mientras señala el vacío que dejó el colmenar.

José Manuel Gómez, otro ganadero de Llamera, aún no ha podido retirar las ramas de los manzanos que destrozó el oso hace apenas unas noches. Los árboles frutales se encuentran en la parte trasera de la nave donde duerme su ganado. Él, junto a su familia, vive apenas unos diez metros más arriba. «Está claro que los osos buscan comida, los manzanos que arruinó son los que tienen la fruta más madura, explica. Su mayor preocupación, en cambio, no es la pérdida de los frutales. «Los árboles están justo debajo de un especie de corral donde tengo varios terneros. ¿Qué hubiera pasado si el oso se hubiese colado dentro? No lo quiero ni imaginar», concluye. Alrededor de las instalaciones ganaderas de José Manuel se encuentran varios rollos de silo y, al menos, un par de ellos han recibido varios zarpazos. Los vecinos de otras localidades canguesas no dudan en señalar que la llegada del oso a las poblaciones «no es un hecho puntual», como señaló la Fundación Oso Pardo, que cree que los plantígrados van a las zonas habitadas porque resulta más sencillo comerse el pienso de los animales que buscar su propia comida y rechaza que los plantígrados se estén extendiendo por todo su territorio.

«Superpoblación»

Pero en Cibea, parroquia a la que pertenece Llamera, el oso también atacó varias colmenas de un apicultor cangués. «La superpoblación de osos es evidente. Los costes de los daños son muy elevados pero son aún más los costes de preparación de los colmenares para protegerlos de los ataques», cuenta Luis Pérez.

La lista de pueblos visitados por los osos en los últimos meses no deja de crecer. A finales de mayo, en Oballo, a las puertas de Muniellos, Eloy Rodríguez, perdía diez ovejas como consecuencia de un ataque del plantígrado. Los vecinos alertaban entonces de la presencia del mamífero en las cercanías de las poblaciones aledañas, por donde aún se deja ver de vez en cuando sin que hayan tenido que lamentar más que daños en los frutales.

Otra vecina de una aldea de la montaña canguesa que prefiere mantenerse en el anonimato asegura que el oso campa a sus anchas por sus fincas. «Acaba con todo. Entran en los huertos y arrasan con cerezas, manzanos, frejoles, patatas...», cuenta. Según esta ganadera, son varias las veces que han sido testigos de sus fechorías: «No se cortan. Hace apenas unas semanas, uno estuvo jugando al fútbol con las remolachas en una finca aquí cerca».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios