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María Villapún, su hijo Orlando y el amigo Andrés Brussa.
Empujados a dejar Venezuela

Empujados a dejar Venezuela

La gijonesa María Villapún, tras 55 años en el país, se afinca con su hijo en Aramil

José Cezón

Lunes, 21 de noviembre 2016, 01:38

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Doscientos asesinatos mensuales de media, colas kilométricas ante supermercados desabastecidos, falta de materias primas, medicamentos y productos sanitarios básicos, aumento de la desigualdad social o de la corrupción. Así es la cruda realidad cotidiana de Caracas que describe María Mónica Villapún, una gijonesa que acaba de retornar de la capital venezolana, tras 55 años de residencia en aquel país, para instalarse en una vivienda de la parroquia de Aramil. Viene acompañada de su hijo Orlando y de un amigo, Andrés Brussa, quien intentará buscar un sustento para afincarse también en Asturias.

María Mónica Villapún emigró con 10 años con sus padres a Venezuela, «porque en aquel momento era una magnífica opción para quien quería prosperar, había bonanza, abundancia y progreso», comenta. Y asegura que la década de los setenta fue «moderna, pujante, con gobiernos democráticos y donde todo el mundo tenía oportunidades».

Una fecha crucial en el devenir de Venezuela fue el 18 de febrero de 1983, conocido como el Viernes Negro, cuando el bolívar sufrió una enorme devaluación con respecto al dólar por una serie de decisiones controvertidas, como el control del cambio. A partir de entonces, la economía del país se caracterizó por su inestabilidad y comenzó a aflorar la corrupción. «Desde los ochenta no levantamos cabeza», asegura.

«Desde que tengo uso de memoria, nunca lo vi hacer bien a ningún gobierno», corrobora su hijo, Orlando Ostos. «Aquí hubo mucho dinero, pero poco cerebro», prosigue. Y pone el ejemplo del futbolista que firma un contrato «por todo el dinero del mundo, pero que no lo sabe administrar», en alusión a la total dependencia del país de la venta del petróleo y su incapacidad para diversificar.

La desigualdad social iba en aumento y entonces llegó Hugo Chávez con promesas hacia ese 80% de la población excluida. «Su discurso caló entre la gente, que pensaba que lo iba a cumplir», afirma Orlando. «El venezolano es muy paternalista, siempre lo tuvo fácil y espera que el gobierno le resuelva la vida», añade la madre. Y ambos coinciden en que son los cubanos quienes controlan la actual Venezuela.

Y si los gobiernos anteriores marginaban a las masas, el régimen bolivariano -sostiene esta familia- hizo multimillonarios a los amigos de Chávez, fulminó a la clase media y empobreció aún más a las clases bajas. Y empiezan a relatar un panorama desolador. «No hay insumos para atender enfermedades y operaciones, ni en los hospitales públicos, ni en los privados», asegura Orlando. Los diabéticos carecen de insulina y se utilizan bolsas de supermercado como pañales para niños y ancianos.

Habla también de las famosas misiones bolivarianas (programas sociales). Una de ellas denominada Barrio Adentro pretendía ofrecer servicios de salud en los barrios más pobres del país e involucró a médicos cubanos que venían de intercambio. Según Orlando, muchos médicos autóctonos renunciaban trabajar en esos dispensarios por su peligrosidad. «Igual venía una pandilla con un herido de bala y le decían al médico 'o le salvas la vida o te matamos a ti'».

La familia constata las imágenes habituales de los supermercados vacíos: «Las colas ya se triplican esperando al camión que no se sabe con qué va a llegar». Y la inflación se dispara al 2.000%. «Sales a comprar una canilla (baguette) y te puede costar 100, 250 o 400 bolívares». La moneda nacional (un euro equivale a 10,5 bolívares) tiene diferentes tipos de cambio y la gente se ve obligada a acudir al mercado negro. El sueldo de Orlando, que es economista, era de 50 dólares al mes.

Pero si la escasez es asfixiante, el tema de la inseguridad ciudadana es quizás lo que está provocando un éxodo masivo de venezolanos hacia otros países. Orlando menciona doscientos asesinatos al mes, pero hay estadísticas que duplican esa cifra. «Ir por Caracas es como andar de safari: si te encuentras en un eterno atasco, pueden venir en moto a robarte el móvil o te disparan; si vas a pie, te abordan también y en el metro han matado a gente», lamenta.

Víctima de un secuestro

Su amigo Andrés Brussa sufrió hace unos años un secuestro express de cuatro horas junto a otros dos amigos. Y hay una creencia generalizada de que muchos de los secuestradores son policías. Curiosamente, la crisis actual dificulta esa modalidad delictiva, ya que no resulta fácil sacar dinero de los cajeros.

Algunos episodios rozan el surrealismo. El país se descompone cada día y algunos de los que mejor viven son los presos más peligrosos de las cárceles, los denominados pranes. «Salen a discotecas con escolta y todos le pagan en la cárcel, donde tienen jacuzzi, bar, mujeres y hasta armas de guerra como lanzacohetes o granadas», relatan.

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