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«Cocinar para los demás es una maravilla, te dan un abrazo cuando se van»

J. M. URBANO

Viernes, 28 de noviembre 2014, 01:19

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Una sobremesa con Miguel Loya suponía tener garantizado un rato más de placer que añadir a lo que te acababan de servir desde su cocina. Relajado, cerrada ya la tarea de una comida, aparecía el Miguel amigo, el que dejaba de tratarte de usted delante del resto de comensales, y el que te proporcionaba momentos irrepetibles, confiándote los secretos de una filosofía propia que lo mismo se detenía en el cuidado de los vinos, en el mimo a los clientes o te exponía sus proyectos, sus temores o su visión de la vida, aunque al final sabías que cerraría el bucle para volver a su pasión: la restauración.

Cuando le preguntabas por el secreto de que toda su familia -excepto su hijo Miguel, el mayor de los tres hermanos, abogado y economista que trabaja en Madrid- se dedicara a la gastronomía, la respuesta era de libro: «El amor a la cocina. Mi padre me lo inculcó a mí y se lo inculcó a sus nietos, el amor por esta profesión, que exige mucho sacrificio, sobre todo a los jóvenes, que tienen que despedirse de los amigos y de sus aficiones». Una profesión dura, «pero que es una maravilla, eso de cocinar para los demás. La gente viene aquí a comer y a beber, a pasárselo bien. Imagínate lo que vive en su trabajo diario un médico o un abogado. Aquí nuestros clientes se despiden de nosotros y nos dan un abrazo, qué más podemos pedir».

Con motivo de la entrega del premio 'Caldereta de don Calixto» concedido en 2011 por el suplemento Yantar de nuestro periódico, Miguel Loya confesaba en una entrevista publicada en estas páginas que la suya era una profesión que ante todo tiene que gustar. «Tienes que vivirlo, sentirlo, cómo se explica un pescado, cómo se sirve un vino o cómo se explica la calidad de Asturias. Tienes que tener amor por esta profesión. Primero hay que trabajar y luego divertirte».

Para Miguel Loya, Asturias era una privilegiada en la restauración, «porque estos chavales jóvenes son inquietos y nos han despertado a todos. Ellos han hecho una verdadera revolución, viajando a cualquier nación del mundo a prender y ver cosas nuevas. La gente joven es protagonista de esta revolución y también la prensa, que les apoyó cuando no habían demostrado nada todavía». Aunque hablando de revolución, Miguel también lo tenía claro: «Revolución fue la que hizo Adrià y el trabajo de Arzak. No se puede creer que ellos dos hayan sido capaces de arrodillar a los franceses», a los que sumaba a su amigo Pedro Morán, «el gran impulsor de la cocina asturiana, el que nos ha llevado a todos de la mano».

Lo decía él, una persona que en su restaurante dio oportunidades a mucha gente joven que trabajaron para él, como primero lo habían hecho con su padre, en el seno de una familia, en suma, que colaboraron desde el principio en elevar la gastronomía asturiana hasta el lugar de honor en el que hoy se asienta. Con la muerte de Miguel Loya desaparece uno de sus grandes impulsores, un emblema para todos.

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