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Balbino Mera
Memoria viva del San Agustín

Memoria viva del San Agustín

Con la estructura levantada comenzó a trabajar en un hospital que ha sido como su casa

cristina del río

Domingo, 29 de marzo 2015, 09:45

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Dice su mujer que Balbino es memoria viva del Hospital San Agustín. No anda muy desencaminada. Cuarenta años trabajando a tres turnos, y no es ningún eslogan electoral, dan para mucho. Para ver las tripas del centro, su funcionamiento, debilidades y fortalezas. Si, además, puedes comparar desde que se pusieron los primeros cimientos hasta la actualidad, la perspectiva es completa. Desde ella, Balbino Mera Rancaño (Los Oscos, 1950) no tiene ninguna duda de que los avilesinos gozan del mejor hospital de Asturias. No conoce los otros más que de visita, pero su ojo escrutador le dice que no se equivoca. Ni siquiera el mastodóntico Hospital Universitario Central de Asturias, al que le llueven críticas de su personal por todos los lados, le hace sombra.

Balbino nació en la montaña central asturiana, en Los Oscos. Una zona bonita, pero de extrema dureza para vivir antes de que llegaran adelantos como la electricidad o el saneamiento. Quedarse a vivir allí pasaba por dedicarse a la ganadería así que, uno tras otro, los hermanos Mera Rancaño fueron abandonando el pueblo. Él, el último de la fila como menor de cinco, recaló tras los demás en Oviedo.

Trabajó unos días en la construcción y luego se pasó a montaje, ya en Avilés. En aquella época febril y fabril, una de sus cuñadas le comentó la salida de unas plazas de celador. Era un oficio desconocido, en una sociedad que todavía estaba levantando estructuras sociales e institucionales.

Se interesó por aquella nueva profesión y en 1974 sacó la plaza para el hospital de Valdecilla, en Cantabria. Estuvo allí once meses antes de ser trasladado a Avilés, donde ya había echado raíces. El cambio fue grande. No solo por el tipo de trabajo, sino por las condiciones laborales. Había pasado de cobrar 25.000 pesetas al mes que le pagaba la empresa por tenerlo destinado en Barcelona a las 8.000 de celador. En lugar de resignarse o protestar, dos vías fáciles pero poco productivas, decidió compensar es déficit trabajando el doble. Por la tarde lo hacía en un taller de ventanas.

Llegó al hospital San Agustín en 1975, cuando aún no había abierto al público. En febrero de 1976 recibiría sus primeros pacientes. Antes, un grupo de trabajadores como él había estado para su puesta en marcha. Tocaba hacer un poco de todo en un centro en el que, como cabe imaginar, estaba todo por organizar. Desembalar el material, colocar el aparataje y hasta guardias. Sí, tal cual, porque empezaron entonces para él los tres turnos que, sin pacientes, consistían en realizar funciones de vigilante de seguridad con un par de linternas y unos prismáticos que de poco iban a servir en plena noche.

Recuerda Balbino que primero comenzó a funcionar Urgencias, después maternidad y ginecología, y luego ya fueron entrando en funcionamiento el resto de servicios.

Desde entonces, ha estado trabajando como encargado de turno en los tres por los que rota. De estos cuarenta años redondos que ha cumplido en el San Agustín solo cuatro estuvo fuera, en el quirófano.

No sabe si por la edad o por la época en sí, los primeros fueron años de camaradería, en los que se colgaba la bata en el hospital y se iba de ruta hasta el Maruxa. Ayudaba que eran pocos, conocidos todos, y muchos de paso que, como Balbino, sacaron la plaza en Avilés pero con vistas a solicitar un traslado.

Como celador, profesión que ahora se denomina personal subalterno, siempre le ha tocado solucionar los problemas de todos los servicios. Cosas que van surgiendo en el hospital, que nadie quiere o no se tiene claro a quién corresponden. Esto pasaba más al principio, cuando todavía no había unos protocolos claros de actuación. En cualquier caso, siempre ha sido un puesto muy dinámico.

Tiene claro que lo más incómodo es la atención a las familias que acaban de perder a un ser querido. A ellos les toca la tramitación del cuerpo y todo el papeleo que conlleva una defunción. No es fácil, y menos cuando en sus primeros años de oficio se producía más mortandad infantil que en la actualidad. Afortunadamente.

Cambio beneficioso

Dejar el montaje por la sanidad fue una decisión arriesgada de la que no se arrepiente. Este sector le ha proporcionado una estabilidad laboral que no hubiera tenido en el otro y que compensa la desventaja inicial de salario, que con el avance de los años, ambas pesas de la balanza han ido igualándose.

De todas formas, a Balbino no le cuesta trabajar y los turnos tampoco parecen haberle impedido dedicarse a otras actividades durante su vida laboral. En su tiempo libre ha trabajado de fontanero y, como manitas que es, le gusta realizar trabajos de albañilería, pintura, carpintería y demás, hasta rehabilitar una casa. Esta ha sido su afición en estos últimos años. Ya terminada, ha fijado su atención en otra, la de su pueblo de Los Oscos. Allí permanece en pie la casa familiar como diana perfecta para que Balbino ocupe sus horas libres que ahora, y más en verano, van a ser muchas. De momento, ya ha sacado toda la piedra exterior por fuera, instalado la luz y lucido las habitaciones.

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