Borrar

Na casa de Laura

JESÚS SANMARTÍN

Lunes, 30 de marzo 2015, 00:21

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En la radio del taxi que nos llevaba al barrio lisboeta de Alfama, Fran Sinatra cantaba, en una de esas emisoras que reducen la música a la machacona repetición de los grandes éxitos, eso de «Ive got you under mi skin», amenizándonos el sinuoso recorrido al que nos sometió el taxista por aquellas calles de angosto tránsito. Mis compañeros de viaje, presos de una excitación cuasi adolescente, no reparaban en circunstancia tan chocante, su interés sólo se centraba en el Fado, en encontrar un respetable local dónde deleitarnos con la canción popular portuguesa.

En ese barrio, la oferta es variada; lo difícil es dar con el lugar idóneo. Tras una exploración rápida y evitando la persecución de los inevitables ganchos, reparamos en una pequeña taberna de apenas unos 25 metros cuadrados, de reducida barra y pequeñas mesas ordenadas desde la puerta hasta el raquítico escenario, lo justo para ubicar a los guitarristas: la «Tasca do Jaime dAlfama». Aparentemente no había sitio, pero Laura, todo terreno y cabeza visible del clan familiar que regenta el negocio, que no pierde oportunidad posible, apretó un poco más a la clientela y nos colocó en primera fila. La suerte estaba echada. A partir de aquí «a saudade» nos acercó a un mundo distinto, de sentimientos sin enlatar, con un halo de arte decadente y pasado esplendoroso.

Casi sin tiempo para el acomodo, el bacalao, los pescados, y el vino del país, aparecieron en la mesa, el margen de elección era limitado. Pero la comida era lo de menos. A la orden de Laura, la luz perdió su resplandor, y la música se adueñó del espacio. El hijo de ésta, a la guitarra española, y su acompañante a la portuguesa, arrancaron las primeras notas de un fado de alegre sonoridad. En el ambiente se palpaba entusiasmo. Al segundo trago, un caballero acodado en la barra -desde la que despachaba con diligencia Jaime a la vez que ejercía de percusionista-, de elegancia trasnochada y modales de viejo fadista, inició el canto con ese estilo tan peculiar que distingue al fado portugués. Pero la sorpresa de la noche nos la dio una adolescente que se entretenía con su móvil a nuestro lado. Beatriz, que así se llamaba la rapaza, con la espontaneidad de la juventud, llenó la noche de añoranzas, amor, celos.... con su atrayente voz grave. El final de fiesta fue dulce, quizá por estar regado con abundante licor de cereza con el que Laura nos llenaba una y otra vez los vasos vacios.

Al recordar esa velada me viene a la cabeza el título de una de las canciones más famosas del grupo que cambió la música popular: ¡Qué noche la de aquel día!, a lo que añadiría...¡en Lisboa!, y todo... en aquellos pocos metros cuadrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios