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María Aurora Fernández Cuervo
Una reina que enseña historia

Una reina que enseña historia

Hija de 'Morenito', María Aurora Fernández Cuervo mantiene viva su relación con Avilés con frecuentes visitas desde Bilbao, donde estudió y trabaja dsde 1968

cristina del río

Domingo, 23 de abril 2017, 12:23

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Quienes acuñaron el dicho popular de que uno no es de donde nace sino de donde pace no conocieron a María Aurora Fernández Cuervo. Vecina de Bilbao desde hace cuarenta años, o quizás por eso, exhibe avilesinidad y no rh negativo. Allí y aquí, sin exagerar tampoco, recalca que la villa en la que pasó tan buenos momentos sigue estando muy dentro de ella.

Única mujer y la pequeña de tres hermanos, María fue el ojito derecho de unos padres que no consiguieron que echase raíces en la ciudad en la que su abuelo había fundado la tienda Le Parisien y en la que sus progenitores estaban al frente del Orfeón de Avilés. Hija de su director Morenito, María visita fugazmente y con frecuencia una villa que ha sufrido un lavado de cara casi tan importante como su segunda casa. Repasa el Avilés sucio e industrial de entonces en technicolor, jalonando el ejercicio de memoria pedido ex profeso para esta sección con unas sonoras y sinceras carcajadas que demuestran, mejor que muchas palabras, lo feliz que fue aquí.

No solo porque nació con banda sonora incorporada, la de la segunda reposición de la zarzuela Katiuska, de Pablo Sorozábal, que su padre dirigía por aquel entonces en el Palacio Valdés, sino porque le tocó vivir una época de esplendor social con una intensa vida cultural. Con su madre también soprano en el Orfeón, era inevitable que aquella pasión por la música no se inoculase, con mayor o menor fortuna, en los vástagos de la casa. Sus hermanos fueron buenos guitarristas y María cumplió con una carrera de piano a la que no dio continuación. Asegura que le faltaba talento.

Cierto o no, para entonces ya tenía claro hacia dónde dirigir sus pasos. Le gustaba la docencia y quería convertirse en lo mismo que aquellas monjas de las Doroteas significaban para ella. Especialmente diestra con el latín y el griego, a los quince años pudo ejercer por primera vez como profesora con unas clases particulares a un seminarista que le confirmaron que no se equivocaba de camino. Así que atrás quedaba aquella letanía de un abuelo al que apenas conoció, que al parecer insistía en que ella tenía que ser la tercera generación en Le Parisien, la tienda fundada como zapatería, que sus padres habían transformado en establecimiento de instrumentos musicales.

No fue así. María no pasó de afinar las guitarras por Navidad y dio muestras bien temprano de su carácter al plantear su interés en cursar Filología Clásica en Salamanca. Admitida la derrota, sus padres prefirieron enviarla a una universidad en la que contaran con algún amigo o persona de referencia. La elegida fue Deusto, pero ni de lejos podían imaginar que su hija ya no iba a volver a vivir en Avilés, que en la ciudad que la enganchó desde el primer momento iba a encontrar trabajo recién terminada la carrera y poco después una pareja con la que sigue compartiendo inquietudes culturales y su pasión por las letras.

Él es Iñaki Uriarte, crítico literario y escritor que entró en escena por la puerta grande y casi por casualidad hace unos años gracias a sus Diarios personales. Se los dejó leer en confianza al escritor José Luis García Martín, colaborador de este periódico, y este los publicó en la revista Clarín. La editorial de Logroño Pepitas de Calabaza se interesó por su publicación y, ciertamente, no andaba equivocada porque el primer volumen se llevó en 2011 el Premio Euskadi de Ensayo en castellano y el Tigre Juan.

Se conocieron traspasada la treintena. Mucho después de que ella se licenciase en Historia, con especialización en la Moderna y Contemporánea de España. Al terminar, el catedrático Luis de Lázaro Uriarte le ofreció un contrato como profesora auxiliar de Arte que no pudo rechazar y que fue su entrada al mundo del arte, del que nunca más se ha separado.

Profesora respetada

Poco después aprobó unas oposiciones para trabajar como profesora en un instituto, a lo que se ha dedicado desde entonces. Ha dado clases de Historia de España e Historia del arte en dos institutos de Bilbao y Barakaldo y todavía es tutora en la Universidad de Educación a Distancia (UNED), su último anclaje con la docencia. Profesional respetada, ha sabido enseñar e imponer autoridad sin autoritarismo, a pesar de lo mucho que han cambiado las aulas. Se sorprende aún al comparar las figuras de aquellos profesores casi reverenciados por sus alumnos que ella conoció de adolescente a lo que se ve de vez en cuando en las aulas desde hace algunos años. Con todo, no es lo peor. Ella cree que el cambio de BUP a ESO supuso la caída en picado del nivel de la enseñanza, cuando la memorización como método de aprendizaje cayó en favor de otros más vanguardistas. Podrán decir lo que quieran, pero María tiene la prueba empírica de que hoy un alumno no sabe de cultura general ni la mitad de lo que sabía uno de BUP. Y lo sabe porque conserva todos los exámenes que ha puesto a lo largo de su vida y que, con alguna variante, le ha gustado repetir curso tras curso.

Además de exámenes, María conserva fotos. Muchas fotos. De sus viajes y de su infancia y alguna de ellas las cuelga en su página de Facebook porque con un padre que fue concejal en el Ayuntamiento y presidente de la comisión de festejos, María y sus hermanos vivieron en primera fila muchos acontecimientos que merece la pena ser recordados. En un lugar destacado, por ejemplo, se encuentra su reinado en las Fiestas del Bollo de 1968, el último año que residió en Avilés. Una experiencia fantástica y casi a la altura de cuando con diez años, en 1957, pudo ser la dama de Beatriz Lodge. Su padre había ido a la embajada de Madrid para que la hija del embajador fuera la Reina del Bollo de ese año y María, hija del negociador, pudo ir en la carroza. «Enchufismo puro y duro», se ríe con ganas María. Una vez más.

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