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Pepe, con su contrabajo en su domicilio. PATRICIA BREGÓN
El hombre del agua y del vermú

El hombre del agua y del vermú

El perfil ·

Cristina del Río

Domingo, 17 de junio 2018, 03:59

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Pepe no es José ni José es Pepe. Pepe 'el del agua', Pepín 'el de Encarna', Pepe el de los Yeppes, el los seguros o Pepe 'Yzaguirre' para el resto. Y ninguno de ellos está equivocado porque Pepe Álvarez (Pravia, 1943) parece haber vivido más vidas que el resto, reinventándose cada cierto tiempo. Después de haber dado carpetazo a todas ellas, solo mira por el retrovisor si se lo piden porque sabe a ciencia cierta que abrir cualquiera de ellas es entregarse de nuevo a la causa. Si uno es entusiasta como él lo es hasta las últimas consecuencias y eso no va a cambiar a estas alturas de la película.

El último 'culpable' de que echara la vista atrás fue el alcalde de Pravia, David Álvarez, cuando se puso en contacto con los antiguos integrantes de la formación musical Los Yeppes para que dieran el pregón de las fiestas de la localidad del año pasado. A Pepe, que fue uno de ellos, de aquel grupo que saltó de Pravia a Madrid y que durante una década brilló en las salas de fiestas más conocidas de la capital española, se le despertó entonces una afición olvidada y decidió apuntarse a clases de contrabajo. Y ahí lo tienen yendo dos o tres veces por semana a Oviedo, en función de la agenda del profesor, a aprender por aprender. Por el simple gusto por la música y la posibilidad de montar un concierto improvisado en un momento dado con sus sobrinos-nietos.

Quién le iba a decir al menor de los seis hijos de Encarna que iba a triunfar como músico en Madrid. Vivían en el centro de Pravia, en un callejón en cuya esquina paraban los carros de bueyes que bajaban cargados de madera y subían con algarroba. ¡Qué delicia aquel fruto tan parecido al chocolate! Al despiste, hacían un agujero en uno de los sacos y escamoteaban lo que podían. Debía ser cosa de la escasez, aunque la pandilla en aquel momento solo veía diversión y sabor.

Lo cierto es que aquel inocente pillaje dibuja un lugar y un momento. Feliz, sin duda, pero con muchas necesidades. Por eso Pepe fue el único de los hermanos que pudo estudiar en el San Luis, algo que su padre Casimiro, ferroviario del Vasco y su madre Encarna ambicionaban, aunque para eso ella se jugara su integridad como estraperlista... Pero Pepe no cumplió las expectativas que seguramente sus padres habían depositado en él y dejó de estudiar tras terminar la reválida de cuarto. Se colocó como aprendiz de electricista en un taller, a los quince años saltó a la construcción y con dieciséis limpiaba la playa de Gijón de algas y maderas. Paralelamente, él y los compinches se hicieron con unas guitarras de madera, una bandurria, baterías construidas con latas y con kilos de voluntad lograron que aquello sonara y lo hiciera, además, armónicamente.

Más adelante compraron instrumentos de verdad y comenzaron a tocar por romerías. Aquello sonaba lo suficientemente bien como para que apareciera un mecenas con el que empezó de verdad la aventura musical para Paulino Vázquez, Gustavo Blanco, Pepis Delman y el propio Pepe, el núcleo original de Los Yeppes. Viajaron a Madrid, compraron un gran equipo y negociaron actuaciones en varias de las salas de fiesta que entonces estaban tan en boga. Durante diez años tocaron prácticamente a diario de octubre a mediados de primavera en Madrid y el verano por el resto de España, principalmente por localidades del Mediterráneo y el Sur. En una ocasión hasta se les brindó la oportunidad de tocar en el club de un asturiano afincado en Bruselas. Fue visto y no visto, pero suficiente para abrir los ojos y los oídos a la Europa que entonces España solo miraba de perfil. A Los Yeppes pertenecieron también el cantante Julio González, el saxofonista Barri y un organista de León.

Pasaron los años, comenzaron a emparejarse, algunos a tener hijos y las discotecas hicieron honor a su nombre reemplazando la música en directo por la enlatada. Llegó un final nada traumático y Pepe, que había conocido allí a Meli, su mujer, encontró trabajo como comercial. Tuvieron allí a dos de sus tres hijos hasta que cansados por la ajetreada vida de la capital decidieron regresar a Asturias y se instalaron en San Cristóbal.

Aquí, Pepe enseguida comenzó a ser conocido por llevar el servicio técnico de Estrella Galicia y por introducir el vermú Yzaguirre en todos los bares de Asturias. Al principio fue una apuesta arriesgada económicamente, llegando incluso a perder dinero, pero luego fue su mejor negocio. Pero es que, claro, a este hombre nunca le han faltado arrestos y sirva como ejemplo su época de vendedor de seguros. Entró en la empresa bien entrado el año, un handicap para que lo premiaran con aquel crucero al Mar del Norte que regalaban a los vendedores que alcanzaban un número determinado de seguros. Era el último día laborable del año y a Pepe le quedaban doce seguros por firmar. Salió a la calle, firmó el primero en la calle de La Cámara y a las once de la noche, el último. Objetivo conseguido.

'Marcha de hierro'

La anécdota no eclipsa el que ha sido uno de sus mayores orgullos: el haber sido testigo de una gesta que le tocó muy hondo. Como jefe de ventas de Carbónica Avilesina decidió regalar el agua que los 250 siderúrgicos de la extinta Ensidesa necesitaran a lo largo de la 'Marcha de hierro' que del 9 al 26 de octubre del año 1992 cubrió a pie la distancia entre Oviedo y Madrid. Y, junto a su compañero Antonio Ferrer que conducía la furgoneta, él mismo se encargaba de repartirla. Es el día de hoy, veintiséis años después, que a Pepe 'el del agua' se le llenan los ojos de lágrimas al recordar el esfuerzo, la pasión y la solidaridad que fueron encontrando por el camino.

En el suyo propio, Pepe no tiene tampoco queja. Dicen que uno atrae lo mismo que regala y él entrega entusiasmo, alegría y pasión. Y si te acercas por su vivienda, también un vino que produce él mismo con uvas que va a buscar en persona a la Sierra de Gredos. Salud.

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