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C. DEL RÍO
OVIEDO.
Miércoles, 10 de enero 2018, 01:05
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María de los Ángeles Cimiano, madre de Julio Pardo, rechazó ayer que el negocio que regentaban su hijo y su nuera Ascensión Amores fuera económicamente mal. «¿Que bajara? No hace falta que nadie te lo dijese porque los negocios de esa calle, y de Avilés en general, cayeron en picado, pero en 2012 iba bien, sobre todo para un matrimonio sin empleados, sin rentas, ni hipoteca, ni hijos», afirmó en su extensa declaración en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial, donde desde el lunes se juzga al confitero de La Duquesita por matar a su mujer el 26 de enero de 2016.
La madre del acusado fue la principal testigo de la defensa, que ayer trató de desmontar la imagen que de su cliente habían construido las acusaciones la víspera. Si el lunes los hermanos de Ascensión Amores 'Susi' presentaron a una mujer controlada y dominada por su marido, ayer la decena de clientes, conocidos y amigos la pareja que testificaron hablaron de una relación «normal» y sin tensiones, si bien la Fiscalía se encargó de matizar la relación de amistad que los unía. La mayoría eran clientes de la confitería con los que, principalmente Susi, hablaba dentro del negocio, siempre con su marido en el obrador. Solo dos mujeres refirieron haber mantenido una cierta relación fuera del ámbito comercial. Una de ellas describió «una guapa relación» de la pareja, en la que «ella llevaba la voz cantante». Aseguró que nunca le habían hablado de problemas económicos y hasta planearon «un viaje juntos a Santo Domingo» que nunca se realizó.
Fue la madre del acusado la que añadió los detalles a la imagen como pareja que proyectaban Pardo y Amores. Aseguró que «no teníamos mucho contacto» y que «como hijo (varón) único, estaba enfocado que el negocio iba a ser para él». Asumió las riendas cuando ella y su marido se jubilaron en 2012 «y, a partir de ese momento, yo no vuelvo por allí». «Nunca jamás despaché ni fui a nada. Ella quería llevar el negocio a su manera. A mí me pareció bien para que no riñeran», explicó. Eso sí, a ella le hubiera gustado ayudar el fin de semana, más que nada por los clientes de siempre, para presentarles a Susi e informarles del cambio de gestión. Amores se negó. Sus palabras textuales, según su suegra, fueron: «Tú ahí detrás no puedes estar, tú no puedes volverte a poner detrás del mostrador por si viene un inspector».
El que sí iba temprano por las mañanas era su marido. Hasta las diez. «Iba a echar una mano porque sabía que era mucho trabajo para una sola persona y a Julio le venía muy bien, pero parece ser que a ella no le gustaba que fuese y cambiaron la cerradura». Eso ocurrió a principios de 2015. Su marido llamó al timbre de la confitería y preguntó qué pasaba. «No puedes volver porque me creas conflictos con la esposa», le habría dicho Julio Pardo a su padre, según María de los Ángeles Cimiano. Su marido no volvió.
Nunca había habido una relación demasiado próxima y, desde aquel día, «el distanciamiento fue completo». Cimiano aseguró que ni siquiera podía hablar con su hijo por teléfono porque respondía ella.
Con su hermana, tía de Julio y que el lunes declaró que sospechaba que su sobrino no trataba bien a su mujer, afirmó no mantener ninguna relación. «No existe. Ni buena ni mala», derivado de un problema de herencia. Acerca de la supuesta agresión de su marido a su nuera, no pudo ofrecer demasiada información. «Algunas palabras debieron tener. Mi esposo me contó que ella le cerró la cortina (el paso del obrador a la tienda), le dijo que no tenía que entrar allí a nada y que ella lo empujó», relató.
Dijo que nunca habían estado en casa de Julio porque no tenían las llaves y que la pareja había añadido una cerradura adicional cuando había comenzado a vivir allí. A preguntas de la acusación, reconoció que fueron ellos los que había aconsejado a su hijo casarse en separación de bienes, «aunque fue una cosa tonta porque no tenía ninguno».
La tía de Julio Pardo, hermana de su padre, fue la única que pudo visitarlo cuando estuvo ingresado en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) bajo vigilancia policial. Auxiliar de enfermería de profesión, no tenía intención de ir a verlo porque suponía que no la iban a dejar «solo quería saber si tenía ropa» para cuando saliera de allí. Pero un guardia civil le ofreció comprobarlo ella misma y entró en la habitación. «Estaba sentado sobre la cama en pijama. Me acerqué y me abracé llorando a él. Le dije: 'Julio, Julio, ¿qué pasó? / 'No sé lo que pasó, solo que no tenía que estar aquí ' / '¿Entonces dónde?' / 'Muerto'?'».
Ella sí retrató una buena relación con su sobrino y su mujer, pero que tampoco iba más allá de la mera cortesía. Le ofrecía algunos consejos a Susi sobre el negocio «que siempre recibió de buen agrado».
Finalmente ayer no declararon los médicos forenses como estaba previsto, pero la Policía Científica sí confirmó algunos datos sobre los que las acusaciones habían mostrado ya su interés el día anterior. Por ejemplo, si el pasador interno de la puerta estaba echado. La puerta había sido fracturada por los bomberos porque la cerradura estaba bloqueada. Los policías confirmaron que una de las cerraduras tenía un sistema de bloqueo que podía desactivarse desde fuera si hubiera sido activado desde el exterior, pero no si se hacía desde dentro. Como así ocurrió.
Asimismo, describieron minuciosamente la escena del crimen. La habitación estaba «llena de sangre», con una mancha principal en el cabecero de la cama y proyecciones tanto sobre la pared frontal como por la lateral, provocadas al levantar el brazo para descerrajar un nuevo golpe tras uno anterior. Las salpicaduras denotan «mucha violencia».
El cuerpo apareció tendido en el suelo boca arriba junto a la cama. En el lado contrario y bajo el lecho se encontró la llave inglesa con la que Julio Pardo mató a su mujer. Tenía restos de sangre y pelo. Uno de los agentes confirmó que tuvo que «darle fuerte» y «muchas veces» para quitarle la vida con un arma tan endeble. A petición de la fiscal, definió el ataque como «sorpresivo y brutal». Afirmó que el primer impacto se produjo sobre la cama y que, posiblemente al tratar de defenderse, las manchas de sangre indican que ella se fue desplazando hacia su derecha. Caería al suelo, donde él la inmovilizó. «La sujetó con la mano izquierda (el brazo derecho de Amores presenta moratones), le puso encima una rodilla o una pierna y le rompió tres costillas y siguió dando porque todas las heridas están en la parte izquierda del cráneo», relató. «Si quieres matar a alguien usas un martillo con una bola de esas de cuatro kilos, pero no una llave que no pesa y con la que tienes que propinar muchos golpes», completó para ilustrar la fuerza y el tiempo que tuvo que emplear Pardo.
«Ella no tuvo opción de salir de la habitación», respondió a preguntas de la acusación particular despejando así las dudas surgidas tras el testimonio del vecino que, el lunes, testificó que siguió la voz de ella por la casa cuando lo despertó su grito.
A propósito de la almohada que apareció sobre el rostro de la víctima, el agente no se atrevió a aventurar una hipótesis. «No sé si su intención era asfixiarla o le tapó la cara por un sentimiento de culpa, que es bastante habitual», explicó.
Julio Pardo, como ya se había dicho el lunes, tenía manchas de sangre en manos y labios. Manchas también presentes en una botella de ron prácticamente vacía que había sobre la cocina. Este detalle es importante para las acusaciones porque demostraría que el acusado bebió (o siguió bebiendo) después de matar a Ascensión, lo que avalaría su tesis de que ingirió alcohol y pastillas a posteriori para proveerse una defensa.
El pijama de Julio Pardo también apareció sucio, con manchas de vómito en la camisa, y con sangre en las bolsillos del pantalón.
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