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Víctor y María Calota, paseando por Oviedo. ÁLEX PIÑA
«Estoy rayando en la locura»

«Estoy rayando en la locura»

Cinco años después del accidente, el estado de salud de los intoxicados por mercurio ha empeorado notablemente | Bajo un control médico que consideran insuficiente, los órganos les empiezan a fallar y la mayoría necesita atención psicológica

RUTH ARIAS

AVILÉS.

Domingo, 12 de noviembre 2017, 02:00

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Sentían un fuerte olor y un sabor metálico. Algunos compañeros bajaron por mascarillas mientras que otros no le dieron importancia. Sus bocas estaban pastosas y ya en aquel momento se notaron muy cansados. «Lo achacamos a que estábamos trabajando muchas horas», dice Víctor Calota. Era cierto. Les habían contratado para la parada anual de Asturiana de Zinc, en la que muchos eran habituales, pero aquel día, a finales de noviembre de 2012, hace ahora cinco años, estaban cansados porque habían respirado fuertes dosis de vapores de mercurio, un metal altamente tóxico que ha terminado por cambiarles la vida.

Algunos, como Víctor, tuvieron que ingresar en el hospital en aquellos días. «Notaba fuertes dolores de barriga y una diarrea severa», recuerda. No era lo único que le pasaba. «La piel estaba como si tuviese rubeola», añade su mujer, María. Desde entonces sus días son un continuo entrar y salir de la consulta del médico, y ella vive pegada a Internet, donde se obsesiona por buscar información sobre lo que le pasa a su marido.

Su caso, como el de los otros 49 compañeros de IMSA que en aquel momento se encontraban en la planta de tostación de AZSA, es el accidente más grave de intoxicación por mercurio registrado en Europa en los últimos treinta años. No hay estudios de lo que puede ocurrir a un cuerpo humano con dosis tan altas de metal aunque, poco a poco, ellos van averiguando que «el mercurio se instala en todos los órganos del cuerpo».

«Cada vez estoy peor y cada día es una cuesta mucho más empinada», asegura Carlos Martínez Acevedo. Él se queja de hormigueos en las piernas, de dolores en los pies y en las manos y de un sinfín de problemas de salud, pero lo que más le preocupa es «la cabeza». Se siente un poco como los sombrereros de la época en la que Lewis Carroll Escribió 'Alicia en el país de las maravillas', cuando estas prendas se fabricaban con mercurio y estos profesionales, como ellos, inhalaban vapores de mercurio. «Es una cosa que no para de girar», dice. Desde hace algún tiempo se despista, se le olvidan las cosas, se irrita sin motivo y, sobre todo, hay momentos en los que siente que no se controla. «Estoy rayando en la locura y no quiero que lo paguen mi familia y mis amigos. Estoy harto», confiesa.

El mercurio les va llevando al límite. A ellos y a sus familias. No es extraño ver a María Calota paseando sola por las calles, al borde de las lágrimas, cuando ya no aguanta más en casa. Al final, saca fuerzas de flaqueza «porque tenemos que tirar para adelante», pero cada vez cuesta más encontrarlas.

Son pocos los que consiguen dormir sin una medicación que, con los años, va teniendo que ser más fuerte, y solo el sonido de fondo de la televisión consigue enmascarar los pitidos en los oídos. Los brazos pierden su fuerza y las piernas empiezan a flaquear. De los cincuenta afectados, son pocos los que se encuentran aún en condiciones de poder trabajar, pero solo quince tienen reconocida una incapacidad. El resto subsiste como puede, con trabajos temporales en los que apenas aguantan y, sobre todo, cobrando exiguos subsidios que apenas les dan para vivir.

Desde noviembre de 2012 todo han sido problemas y, a los intrínsecos a sus dolencias y enfermedades se suma la sensación de desamparo que sienten. No se ven respaldados ni por las empresas, ni por la mutua. Ni siquiera por el sistema público de salud. «La desesperación es absoluta. No pudo hacer nada, no puedo trabajar, y cada día me sale una cosa nueva. Ayer casi no podía caminar», explica David Román.

La lucha

En esa situación, el verano del año pasado emprendió una huelga de hambre para exigir una mejor atención médica. Fue la única salida que vio en aquel momento, y no era la primera vez que el colectivo tomaba la determinación de ejercer una acción tan extrema. Ya en 2013, un año después del accidente, cinco de los afectados se mantuvo trece días en esta misma forma de protesta.

En todo este tiempo, sin embargo, no han sido capaces de lograr lo que necesitan: atención especializada, un seguimiento médico constante y, sobre todo, que se reconozca formalmente que sus males se deben al mercurio, algo que casi nunca figura en los informes. En los papeles suele rezar que han sido víctimas de una «probable intoxicación» por metales pesados. Ellos albergan pocas o ninguna duda. Comparten muchos síntomas, desde el cansancio constante a la pérdida de piezas dentales, los dolores de cabeza, la irritabilidad... Y el desánimo.

«Tengo una hija de cinco años y no puedo ni levantarla, ni a veces humor para estar con ella», confiesa otro de los afectados, escondido tras el anonimato por miedo a perder las escasas oportunidades laborales que aún le surgen de vez en cuando. Porque el suyo es un problema de salud, anímico y también económico.

David Peláez se ha acostumbrado a que llamen «bipolar», y lleva tiempo combinando pastillas para combatir la depresión con otras para conciliar el sueño. Y eso que prefiere no pensar en lo que está por venir. «Las secuelas las vas viendo día a día, porque si lo piensas no vives», reflexiona.

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