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Ahogados en un vaso

ALEJANDRO CARANTOÑA

Domingo, 1 de marzo 2015, 01:24

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Había un tuit, esta semana, que no podía decirlo mejor: «Estar más tenso que la señora de la limpieza en ARCO». Limpie una señora o un señor, limpie quien limpie, el resumen es perfecto, porque no hay edición de ARCO que no tenga su obra-chanza ganadora -este año, un vaso de agua medio lleno por 20.000 euros va en cabeza- y alguna anécdota que involucre pancartas (Óscar Murillo, de momento), polémicas y/o una gran confusión en torno a los límites del arte, materializados en la contemplación de papeleras o la pregunta, discreta, de si los apliques son parte de la instalación o no.

El caso es que, como siempre, ARCO es mucho más que eso y mucho menos de lo que cierto sector del arte querría, pero ARCO es, ante todo, un nuevo ejemplo de torpeza a la hora de comunicar qué es esto de la Cultura, por qué lo hacemos y qué sentido tiene.

La frase «arte contemporáneo» remite en la cabeza del gran público a un estereotipo muy definido, uno que tiene que ver con discursos largos, vacíos, abstrusos y carísimos. Y ¿por qué hay que darle subvenciones a esa gente? El fracaso se extiende a otras muchas áreas, que tienen un sambenito injustificado pero arraigadísimo en el imaginario popular. Así, «cine español» sugiere desnudos integrales, historias marginales y subvenciones a raudales; y «música clásica», gente de frac, formalidad exagerada, pesadez y entradas a precio de oro.

Está más que claro que las artes tienen muchos problemas, pero que el primero de todos tiene que ver con la nomenclatura y con todos esos estereotipos. Por muchas oportunidades que se le quiera dar al arte contemporáneo, mientras que exista ese vaso de agua lo más probable es que se ahogue en él. Parece ser que el camino más corto es darle la vuelta, usarlo como reclamo, como rareza circense -que resulta ser, también, la estrategia de algunos galeristas-: es lo mismo que ocurre en las orquestas sinfónicas cuando se ponen en pie iniciativas como el 'Concert in Jeans' que celebrará en Madrid el próximo 13 de marzo la Hispanian Symphony Orchestra. El reclamo, aquí, no puede ser un vaso de agua, pero se le parece: los músicos usarán tabletas digitales en lugar de partituras y se animará al público asistente a usar las redes sociales.

No obstante, al pan, pan y al vino, vino: va a sonar Beethoven y va a sonar Falla. Y por muy digital que sea el soporte, la música es la que es, conque se está animando al público a acudir mediante el atajo de lo extraño, de lo singular y de lo artificioso en lugar de poner el dedo sobre la tecla precisa: ¿Por qué va a ser distinta en su enjundia, en su fondo, esta séptima de Beethoven, o este 'El amor brujo'? Seguramente, porque el maestro va a hacer virguerías con su versión y los músicos van a brillar con luz propia.

Como aliciente, entonces, hay que aplaudir que haya pancartas retiradas, polémicas servidas y algo de diferencia en el formato, pero no hay que olvidar que esa es la guarnición y no el filete. Es ahí donde anidan los prejuicios y donde hay que incidir para que la Cultura sea asequible, comestible y digerible. Que sea, en fin, para todos.

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