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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
Ignacio del Valle, Luis Sepúlveda, Mario Jursich y Doménico Chiappe, en el paraninfo del edificio histórico de la Universidad de Oviedo.
«América es la gran fuente que nutre nuestra lengua de palabras»

«América es la gran fuente que nutre nuestra lengua de palabras»

Los escritores defienden un idioma mestizo que se enriquece con la emoción y la musicalidad que aportan los diferentes acentos

M. F. ANTUÑA

Martes, 21 de junio 2016, 00:26

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La lengua española es mestiza y dispar, ecléctica, emotiva y musical, toma de aquí y allá, contamina y se deja contaminar. Esa es su gran virtud, que es espejo de la cotidianidad y se fija y se hace magia a través de la literatura, que pese a ser tan distinta es tan parecida, tan útil y tan hermosa que es la herramienta de comunicación que une a 500 millones de personas. 'Futuro del español, el idioma que nos une' reunió ayer en el Laudeo de la Universidad de Oviedo las palabras de escritores de este y el otro lado del charco para hablar de ese español común.

'El español, viaje alrededor de un idioma compartido' fue el título en e l englobar las palabras del asturiano Ignacio del Valle -que actuó de moderador- del periodista cultural colombiano, poeta, escritor y traductor Mario Jursich, el escritor y cineasta chileno Luis Sepúlveda y el escritor y periodista peruano y venezolano Doménico Chiappe.

Del Valle fue el encargado de plantear la pregunta dle millón: «¿Es posible homologar el español?» Fueron muchas las respuestas y todas conducían en la misma dirección, en apuntar que las normas y las reglas estrictas están de más en un mundo tan libre y anárquico como es el de las palabras. De hecho, fue Mario Jursich quien apuntó en primer término hacia los históricos desencuentros que han alumbrado los lingüístas en distintas épocas ya desde que a finales del siglo XVIII se creó la Real Academia Española (RAE), cuyo papel homologador se ha observado desde América Latina con cierto temor. Nunca ha gustado demasiado ese tutelaje del lenguaje, que se tradujo incluso en malestares tan destacados como el de Gabriel García Maárquez, que allá por los años sesenta cuando llegaron a España sus primeras novelas rechazó que estas aparecieran corregidas para adaptarlas al castellano que se habla en España. «¿Por qué esta autoridad?», se preguntó Jursich, antes de añadir que ni el inglés ni el francés tienen una RAE que ejerza esa misión de vigilancia. «Se fían de su idioma», dijo. No tiene sentido, añadió, el temor a que las diferencias dificulten la comunicación entre esos 500 millones de hablantes de español.

Luis Sepúlveda, el escritor afincado en Gijón, lo dejó clarísimo: «Nombramos las cosas con diferentes palabras pero nos entendemos». Recordó una expresiva anécdota sobre la definición de chimichurri para dejar clara la viveza y cotidianidad de la lengua. La RAE puso su origen en la lengua aimara, cuando en realidad el término es fruto del error de pronunciación de algún inmigrantes de origen desconocido afincado en Argentina o Uruguay que ante la inminencia de uno de esos asados que impusieron en territorio austral los terratenientes ingleses. De aquellos «curris» británicos nacieron estos «chimichurris» hispanos. Sin más. Sepúlveda fue de la prosaica salsa a aliños mucho más poéticos y de enorme valor sociólógico para poner en 'La Araucana' de Alonso de Ercilla el punto de inflexión que marcó la relación entre las palabras y las personas de este y el otro lado del Atlátnico. «Rompe con el odioso paternalismo y se pone del lado del otro», reflexionó Sepúlveda. El chileno definió la lengua como una «casa común» que no ha parado de enriquecerse desde que llegó a América, y eso a pesar de la invasión de anglicismos. «El continente americano es la gran fuente que nutre nuestra lengua de palabras de forma cotidiana», concluyó.

Ese continente es la riqueza mayúscula, y en ella más que de países hay que hablar de regiones. Lo dejó claro Doménico Chiappe, para quien encerrarlo en demasiadas normas es empobrecerlo. Aunque, también es cierto, el propio debate sobre la necesidad o no de que la RAE marque su ritmo, sirve para enriquecer la lengua. Dio un paso más allá el venezolano, quien unió otro ingrediente al que dictan los usos regionales a la hora de que el idioma esté vivo y sea diferente. «Detrás de las palabras están los acentos, que dan significados y emoción». Y eso no está en los diccionarios, incapaces de recoger las formas de decir, de pronunciar, de ponerle ese componente que trasciende las letras.

De emociones sabe mucho la literatura, que añade un punto más de complejidad, que elije las justas para contar historias y para hacerlo como en una pulpería de la Patagonia, es decir, «como un poeta y no como un doctor», como relató Sepúlveda. Es decir, con esa emoción que trasciende las fronteras y consigue lo que Cervantes logró con el Quijote, «que independientemente del lugar y del tiempo en el que esté el lector, se traslade inmediatamente a La Mancha». Porque en este mundo cada vez más cinematográfico y más visual, el texto escrito debe permitir ver. Obrar ese milagro exige de una ambición universal que deje de lado las naciones y el buen hacer de quien escribe: «La magia está en la elección de unas palabras y no de otras», apuntó Doménico Chiappe.

El exilio interior

Que las literaturas de las orillas del Atlántico y las que baña el Pacífico se quieran, se lean, se admiren y atraviesen las aguas que las separan depente no solo de las editoriales -cuya propiedad está cada vez más concentrada lo que dificulta la travesía y, por tanto, la huida del exilio interior-, sino también de la voluntad. «El océano se cruza de manos de bibliotecarios y lectores», afirmó Chiappe. Porque quien quiere leer un libro, conocer a un autor, da con la manera de hacerlo: «Yo antepongo la curiosidad y el deseo de conocer, nunca he dejado de leer un libro que quisiese leer, hacen falta tiempo y ganas», afirmó Mario Jursich. Eso sí, en eso coincidieron los ponentes, la utopía de lo digital se ha quedado por ahora en una utopía que aún no alcanzado ese cruce de caminos marítimos y literarios universal. También destacaron el papel que cumplen las editoriales pequeñas a la hora de acabar con un problema «muy gordo», en palabras de Sepúlveda. Lo es que los uruguayos no sepan lo que escriben los argentinos y estos a su vez no conozcan lo que se hace, se dice y se cuenta por Venezuela.

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