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Eladio Begega García, rodeado de algunas de las imágenes captadas con su cámara.
El retratista de la memoria

El retratista de la memoria

El fotógrafo de El Condáu (Laviana) Eladio Begega fallece a los 88 años en el pueblo que lo vio nacer. Deja un legado de miles de imágenes con las que quiso aprisionar el pasado de la Asturias rural

Azahara Villacorta

Viernes, 20 de enero 2017, 04:50

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Alguien le habló un día a Juaco López, director del Museo del Pueblo de Asturias, de un zapatero republicano de El Condáu (Laviana) muy aficionado a la fotografía que había realizado una gran cantidad de retratros. Yese zapatero metido a fotógrafo resultó ser Eladio Begega, fallecido ayer en ese lugar que le vio nacer el 17 de marzo de 1928 y que hoy despedirá a las cinco de tarde a uno de los hombres que mejor han retratado la vida cotidiana de la Asturias rural, fiel notario de ese mundo en extinción cuya imagen tergiversamos a conveniencia.

A zapatero había llegado Eladio cuando, arrastrando una maniega desde el molino, con el peso de la carga, se le quedaron las madreñas pegadas al barro y se le produjo un derrame que lo dejó cojo, hecho que determinaría su primer oficio en unos tiempos en los que no había ortopedias ni nada que se les pareciese, narra Francisco Trinidad.

Y, con ese mismo espíritu autodidacta y tenaz con el que empezó a fabricar sus propios zapatos para aquel pie maltrecho, se hizo violinista, después de que, más o menos cuando tenía diez años, pasase por El Condáu una troupe de húngaros, de los que uno tocaba un violín a cuyo son bailaba un oso. Y, al final, también se volvió pintor.

Cuentan quienes lo conocieron que iba acumulando fotografías que lo rodeaban en su cuchitril de zapatero remendón y que a los vecinos de El Condáu debían de parecerles majaradas hasta que, hacia 1961, Eladio, lector voraz de revistas y periódicos y solitario impenitente, se rindió a su pasión comprando la primera cámara y disparando sus primeras instantáneas, que mandaba revelar a los fotógrafos de la zona. Yque, ya en 1965, se hizo fotógrafo profesional y empezó a compaginar su trabajo con el de retratista de bodas, bautizos y comuniones durante los fines de semana con un afán de perfección que le llevó a capturar su propia calle a todas la horas del día, en cualquier circunstancia posible. Porque, como él mismo confesaba, la fotografía era para él «una forma de aprisionar el tiempo».

Un paisano cabruñando el gadañu, una paisana liando un pitu, andando a la yerba, segando pación, pañando patates, cuchando o arando, de sestaferia... Eladio volvió su cámara hacia el día a día de las gentes de El Condáu una y otra vez con alguna incursión en mundos ajenos (aquellos gitanos), se obsesionó con la Luna llena (la fotografió miles de veces) y atravesó distintas etapas (del blanco y negro al color), pero su mayor aportación a la fotografía fueron, sin duda, los retratos:sin trampas, sin poses, sin pretensiones. Sin falsos folclorismos ni escenografías. Miradas honestas ahora custodiadas en el Muséu del Pueblu como una cápsula de la Asturias que fue. Honesta y brutal como esos rostros surcados de arrugas.

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