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MIGUEL LORENCI
Viernes, 27 de junio 2014, 00:54
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El magisterio y la genialidad del «ojo del siglo XX», Henri Cartier-Bresson (1908-2004), el fotógrafo más respetado e influyente, se agigantan con el tiempo. La Fundación Mapfre lo confirma con un concentrado de su genio múltiple, legendario y humilde. Importa la gran retrospectiva que le dedicó el parisino Centro Pompidou, que reivindica al fotógrafo como «figura clave de la modernidad» una década después de su muerte y ofrece su retrato decisivo en quinientas instantáneas.
Muestra junto a las imágenes, dibujos, pinturas, documentos y raros experimentos cinematográficos que recorren las siete décadas de actividad del padre del «instante decisivo». Reafirma la genialidad de alguien más preocupado por sus dibujos que por sus fotos, convertido en leyenda sin proponérselo y para quien la cámara «es un cuaderno de bocetos, un instrumento de intuición y espontaneidad» y «la foto es acción inmediata y el dibujo meditación». Con préstamos de más de 20 colecciones y Clément Chéroux de comisario, la muestra que marcó récords en París es un recorrido cronológico. Siempre en copias originales, están sus imágenes míticas, pero también las menos difundidas, sus desconocidas pinturas y dibujos.
El conjunto dibuja el perfil poliédrico del joven que sueña con ser pintor, el geómetra obsesionado con la composición, el surrealista de primera hora (1926-35); el testigo de los cambios políticos de la primera mitad del siglo XX. También el cofundador de Magnum en 1947 y el creador intimista de sus últimos años que en 1970 dejó de hacer reportajes, pero no fotos.
La muestra deja constancia del polivalente talento de Cartier-Bresson para la composición, de su «habilidad en la captura de movimiento» y la visión de la condición humana de «uno de los grandes testigos de nuestra historia», según los organizadores. La sencillez engrandece las fotos de Cartier-Bresson grabadas en la memoria de varias generaciones. Fiel al blanco y negro hasta su muerte -con alguna rara claudicación-, creía que el color solo era apto para la fotografía publicitaria.
Gruñón y cascarrabias de cara a la galería, afable en la distancia corta, marcó las reglas de fotoperiodismo moderno como factótum de Magnum. Siempre tuvo a mano sus cámaras y nunca dejó de hacer fotos hasta su muerte, el 1 de agosto de 2004, con 95 años cumplidos.
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