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Ángel Villa, en el Museo Arqueológico.
«En Asturias, la tendencia  a consumir carne de vecino  se remonta a El Sidrón»

«En Asturias, la tendencia a consumir carne de vecino se remonta a El Sidrón»

«Muchos de los contenidos del Museo Arqueológico requieren revisión. El proyecto está incompleto»

AZAHARA VILLACORTA

Lunes, 25 de enero 2016, 00:25

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Niega ser el 'enfant terrible' de la arqueología asturiana. «En realidad, lo que a mí me gustaría es ser una estrella del rock», bromea. Ángel Villa Valdés (Oviedo, 1963) pronunciará mañana (a las 19.30 horas) su discurso de ingreso en el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), que ha titulado 'Hic et nunc, discurso en Sol menor sobre el ejercicio de la arqueología en Asturias'.

¿Qué va a contar a su público en ese discurso de ingreso?

Mi intención hablar de aspectos poco conocidos de la actividad arqueológica y reflexionar acerca de cuál ha de ser su función en un Estado democrático y social. Con este objetivo procuraré repasar su evolución en estos últimos 30 años como oficio extra-académico, el marco jurídico nacional e internacional que lo ampara y los problemas de índole doméstica que complican su ejercicio.

¿Qué tipo de problemas?

Ser arqueólogo es un privilegio, pues es una profesión a la que sólo se llega, salvo perversas circunstancias, por vocación. Asturias posee un patrimonio extraordinario y su estudio y conservación presentan las ventajas y carencias propias de un país como el nuestro, pequeñín, con escasa población, con pocos recursos y una cierta tendencia a consumir carne de vecino que se remonta a tiempos de El Sidrón.

Hay quien habla de una excesiva tutela de la Administración y de un excesivo clientelismo.

La tutela, por utilizar el término de su pregunta, en realidad la capacidad de autorización e inspección sobre la actividad arqueológica, es una disposición legal y no por capricho, pues los elementos que constituyen el patrimonio arqueológico son bienes de dominio público. Que esa prerrogativa se ejerza con mejor o peor fortuna depende de la calidad de nuestro aparato administrativo, de su cualificación profesional y de los sistemas de inspección. El grueso del trabajo arqueológico está vinculado con la empresa privada y la Administración, que yo sepa, es absolutamente ajena a los mecanismos de contratación.

¿Qué se ha hecho bien y mal en arqueología en esta región? ¿Y qué hay que abordar con urgencia?

Asturias ha sido pionera en tareas que han servido de referencia para otras comunidades y que son esenciales para la conservación y estudio del patrimonio arqueológico como la elaboración de inventarios, el desarrollo de planes directores, la modernización del Museo Arqueológico, etcétera. El error sería malograr lo conseguido y despreciar la experiencia acumulada durante estos años.

¿Cómo está gestionando los restos arqueológicos el Principado?

La temprana elaboración de la Carta Arqueológica regional ha favorecido un control creo que bastante razonable de los principales factores de riesgo. En su gestión actual pesan, como es natural, la falta de recursos económicos y una plantilla limitada que ha de afrontar una carga de trabajo cada día mayor y de gestión más compleja.

Fue expedientado por la consejería por denunciar el hallazgo de cientos de restos en estado deplorable en la Campa Torres. ¿Qué balance hace de aquel episodio?

Yo no denuncié absolutamente nada. Como consecuencia de la búsqueda de materiales para determinar aquellos que pudieran integrarse en la exposición permanente del nuevo Museo Arqueológico, se localizó el grueso de lo recuperado durante más de 20 años de excavación: decenas de miles de piezas arqueológicas que, por desgracia, muy difícilmente podrán aportar algo a nuestra historia. Que un año después el informe elaborado por el propio Ayuntamiento corroborase el escandaloso estado de conservación y su negligente sistema de registro es un hecho del que nadie puede hacerme responsable. No fue divertido. Son gajes del oficio.

Incluso han llegado a comparar su «persecución» con la de Pepe El Ferreiro. ¿Se sintió así?

Digamos que fuimos distinguidos con la atención de personas importantes, prácticamente las mismas, que se entregaron con encomiable fruición a la causa y que se despacharon con métodos igualmente elegantes.

En Grandas de Salime lleva años sin poder acceder al castro y al museo y ha tenido que intervenir la Guardia Civil tras enfrentarse con el alcalde. Llegaron a imputarle...

En estos seis años, el equipo de investigadores que ha sacado adelante el estudio del Chao Samartín y muchos otros yacimientos del occidente asturiano ha seguido, a pesar de las dificultades, con presencia ininterrumpida en congresos nacionales e internacionales, publicando decenas de artículos, pronunciando conferencias, organizando exposiciones y leyendo tesis doctorales. Ese es el balance que yo estoy en condiciones de acreditar. Resolver el problema del Chao es una tarea que corresponde a los responsables de la consejería. Sabemos que están en ello con el mejor ánimo, así que sólo resta desearles suerte, porque su éxito será la mejor noticia para el yacimiento, para los investigadores y para la ciudadanía.

¿Cómo ve el Arqueológico, donde tiene su plaza? ¿Qué necesita? Usted mismo ha dicho que las maquetas son malas y hay quien afirma que faltan recursos didácticos y un discurso que lo articule.

El museo parece ser que gusta a quien lo visita. Eso, de mano, ya es bueno. Quienes nos dedicamos a este oficio sabemos que muchos de sus contenidos requieren revisión. El proyecto está incompleto, pero la tarea de mejorarlo es una voluntad manifiesta de los nuevos gestores y de aquellos que aquí trabajamos.

¿Y qué hacemos en el Prerrománico? ¿Comparte la opinión de que Santullano y Foncalada son sus enfermos terminales?

¡Estamos hablando de edificios singulares con mil años de historia! Su conservación pasa naturalmente por atender los problemas derivados de su antigüedad, de las patologías inevitables en una fábrica milenaria, y, con ese fin, la Consejería de Cultura estudia en estos momentos las soluciones técnicas más apropiadas. No obstante, otro factor igualmente esencial en su conservación es la salud del tejido social que ha propiciado su pervivencia durante más de diez siglos. Es imprescindible mimar la complicidad social que favoreció este milagro.

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