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Kiko Urrusti posa con sus obras en la galería ovetense.
«El hierro es mi zona de confort, el material  que conozco»

«El hierro es mi zona de confort, el material que conozco»

Presenta en la galería ovetense Falcón su exposición más polémica y personal, 'La descomposición del círculo'

DIEGO MEDRANO

Domingo, 1 de mayo 2016, 00:50

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A punto de cumplir cuarenta años, Kiko Urrusti (Oviedo, 1976), hijo y nieto de célebres escultores, presenta en la galería ovetense Falcón Espacio Creativo su exposición más polémica y personal: 'La descomposición del círculo'. La anterior venía del surrealismo, de cuanto el ojo no ve, de mirar sin ser visto, y ahora la incursión es la obsesión geométrica, un tema clásico, grecolatino, que él colorea de urgencias contemporáneas. Urrusti es acción: su seña de identidad es el hierro pero sus complejidades van mucho más allá. Aquello que buscaba John Ruskin: «La escultura no consiste en el simple labrado de la forma de una cosa, sino el labrado de su efecto».

Hay quien califica este viaje como el de la figuración a la abstracción geométrica.

El viaje surge de la experimentación. De jugar con el material sin descanso. Los círculos de chapa me atraían mucho, el reto era descomponer un objeto cotidiano para volver a hacer una composición a partir de tales ruinas. Estoy donde he estado siempre: en Oteiza, en el Miró tridimensional, porque el del dibujo es plano. Son formatos pequeños, formando series, el mercado no permite grandes tamaños.

¿Qué opina, en lo que se refiere a pequeños formatos, de la pugna entre maximalismo y minimalismo?

Soy maximalista. Funciono, conceptualmente, añadiendo más cosas de las que la línea pura necesita. Aquí hay también, de forma subliminar, todo un juego con el color. El círculo es principio y fin, pero también infinito. Mi obsesión era romper la línea y mantener, por así decir, una seña de identidad, la de la tosquedad de los acabados. Que se noten las heridas del corte. Hacer un poco de arte bruto, sin pulir. Propiciar un resultado inacabado, pero no aquel que el espectador tiene que completar en su cabeza, sino el del boceto. Todo eso le da ritmo, una velocidad terrible.

Se habla, en sus trabajos, de una poesía sencilla pero no simple.

¿No hablaba de eso Roberto Iniesta en Extremoduro? Mi lema es vital: «Imaginar y llevar a cabo». Se juega mucho en estos trabajos: sacar al hierro de su pátina de óxido. Marcar profundidades, volúmenes, en tamaños cercanos. Quitarle siempre peso a la pieza. Ahí, a la manera de Oteiza o Chillida, contrarrestas la pieza con sus vacíos. El movimiento es siempre un problema en sí, aunque puede tener solución en un par de líneas. El impacto visual puede conseguirse a través de ángulos y curvas mezcladas. He pasado del expresionismo al constructivismo expresionista, al menos interiormente, a nivel de taller.

Su mundo anterior era surrealista y francés.

La pieza sigue siendo delicada aunque no onírica. No hago retratos, como hizo mi familia, porque es muy difícil darle movimiento a la figura humana. El hierro es mi zona de confort, el material que conozco, y aquí hay también un tratamiento del relieve, que siempre me ha parecido complejísimo. En los murales, me han apuntado amigos que se vislumbra una línea retrofuturista, como de los 70. Yo he buscado en ellos la multiperspectiva, que la pieza se mueva tanto lejos como cerca, en un trabajo hecho para estar colgado.

Usted siempre parece ir contra lo anterior.

Es la única forma que conozco de progreso personal. Esta exposición reúne ocho meses de trabajo intenso, son 13 piezas. Rodin también quiso romper con la tradición y con su pasado: a través de volúmenes, de huecos, de dibujar la materia sin la presencia de la misma. A mí el Úrculo que me interesa es el del pop, no el del Langreo de los años 60, horrible por otra parte. Entiendo también quien se queda anclado en una fijación: Martin Chirino con la espiral, bueno, es legítimo. Mi abuelo era partidario de quemar mucho los bordes, yo busco la herida, aquello que te demuestra que trabajas con radial y no lo ocultas.

¿La geometría es religión y espíritu?

El reto era que no perdiese pátina, dentro de lo inorgánico que es la geometría. Los acabados son siempre los responsables de la calidez. Creo para mí, voy componiendo mi obra, o así lo veo yo, como distintos dialectos dentro del idioma genérico que es el hierro. Me interesaba de la geometría su condición de idioma universal, junto con las matemáticas. De idioma infinito, repleto de variaciones y permutaciones.

Cumple dentro de poco 40 años. Y siempre se ha caracterizado por ser un creador que no busca el público.

La insatisfacción siempre está ahí pero me siento muy satisfecho de lo conseguido. Soy autónomo. Miro a los lados y no veo competidores sino compañeros de viaje. Me veo cumpliendo etapas. Mi método es: mirar, aprender, callar, imaginar, construir, mejorar y avanzar. Lo importante del oficio es que no te paralice, que llegues a hacerlo. Lo magnífico de Picasso, más que el genio, es que a los 14 años pinta como Rafael, ese es el Picasso que más me interesa.

Es autor de sorpresivos cambios radicales, formales y temáticos.

La lucha es siempre vencer el bloqueo creativo. De ahí esos cambios. Evito encasillarme. No creo en la ley del embudo: lo que veo ancho para mí no puede ser estrecho para ti. Mi sueño ha sido ser muchos escultores en uno. La facilidad es siempre un error: lo fácil no es divertido. Hay que buscar la dificultad en los conceptos, y si te equivocas no pasa nada, ese debería ser el mensaje.

Defiende fenómenos culturales como los de La Alcayata en Oviedo, donde gente común cuelga obras de la fachada de un museo.

Creo en el artista esponja, aquel que absorbe cuanto ocurre a su alrededor y no creo en el artista o creador ermitaño.

¿Qué me dice del encargo en el arte?

Si es urbano, hay que pisar el terreno. Estudiar, concienzudamente, su ubicación. El personal, fuera de coordenadas superficiales, tiene que dejarte carta blanca.

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