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PACHÉ MERAYO
Jueves, 29 de diciembre 2016, 00:14
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El adiós de Gil Parrondo no fue una despedida triste, sino una bienvenida casi feliz. En Luarca, donde ya descansa para siempre, hubo lágrimas. Era inevitable. Lloraron tímidamente sus nietas pequeñas, Carlota y Elena, y en contenido silencio, su viuda, Gabi Insuá. Pero el dibujo que el oscarizado director de arte asturiano, que no quería ser más que «un decorador», hizo de su propio final, envolvió su ausencia, a petición propia, en un recuerdo «maravilloso». En «el último diseño artístico en esta tierra», como dijo el párroco de Santa Eulalia, Jesús Emilio Menéndez, durante la misa de funeral, que acabó con un emocionado 'Asturias patria querida' y un clamuroso aplauso. Planificado desde las lecturas religiosas a las vistas frente al mar de su tumba, el adiós de quien logró que Anthony Mann viniera a España con Charlton Heston a rodar 'El Cid', porque si tenía que desplazarse a Hollywood no les hacía los decorados, fue una auténtica celebración de su vida. De una «nueva vida en la que la muerte no tiene poder», aseguraba desde el atril el padre Jesús Emilio, para quien este último gesto de Gil Parrondo con la tierra en la que nació fue «su último éxito». La última dirección artística de un hombre «bueno», que, según su hija Inmaculada, nunca quiso triunfar. «Le apasionaba el cine», dijo en el templo, pero no por los aplausos que le dieron 'Lawrence de Arabia', 'Patton', '55 días en Pekín' o 'Doctor Zhivago', sino «porque el cine le permitía participar de una fábrica de sueños, gracias a la que pudo soportar la guerra con una sonrisa».
Como Inmaculada también participaron en la ceremonia religiosa, concelebrada por el párroco Marcos Cuervo, su primogénito Alberto y la mayor de sus nietas, Isabel. Ambos hablaron ante la atenta mirada de Ana, también hija del cineasta, sentada a la vera de su madre en primera fila. Los dos dieron voz a lecturas elegidas «cuidadosamente» para ensalzar la vida y la humildad. Ya fuera de la iglesia, tras lanzar a la tumba varias rosas blancas, la pequeña Isabel, entristecida, pero conocedora del dulce final de su abuelo -que murió «tranquilo con 95 años»-, contaba con una sonrisa que Gil Parrondo había sido «el mejor de todos. Siempre tenía tiempo para dibujar con nosotras y nunca se enfadó por jugar con sus carpetas». Tenía tiempo para ellas. Para Isabel, Carlota y Elena, que portaron un ramo de flores desfilando tras su abuela al término de la misa. «Pero también para Pablo, Manuel y María», sus «nietos adoptados», como ellos mismos dicen, que ayer acudieron a despedirle junto a sus primos. Y con la familia, que tuvo dos ausencias importantes -en Clara, la tercera hija de Parrondo, y en su hermano Miguel, que murió en un accidente hace años-, estuvieron en todo momento el alcalde de Valdés, Simón Guardado, «muy orgulloso de poder enterrar en Luarca a un hombre tan extraordinario», y quien ocupó su sillón durante muchos años, Jesús Landeira. También el vicenconsejero de Cultura, Vicente Domínguez, y el consejero de Educación y Cultura, Genaro Alonso, «muy satisfecho», de poder asistir «al adiós de un asturiano insigne como Parrondo». Tras las palabras, las flores. Y tras ellas, el silencio. En el cementerio se intensificaron las lágrimas y, finalmente, se dijo adiós bajo una losa que será también tumba de otros ilustres. De momento no tiene ningún nombre. Pronto el de Gil Parrondo será el primero.
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