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El maestro que prometió el mar

El maestro que prometió el mar

La Semana Negra presenta el libro que recoge la historia de un maestro que en 1934 trató de aplicar un nuevo método educativo en un pueblo de Burgos con el uso de una rudimentaria imprenta

Miguel Morán

Miércoles, 9 de julio 2014, 00:39

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Desde la fosa común donde aparecieron sus restos una día de agosto de 2010 hasta su promesa hay poco más de 500 kilómetros. Una distancia entonces insalvable para los diecisiete niños que en 1936 llenaban una de las aulas de la escuela del pequeño pueblo burgalés de Bañuelos de Bureba. Su maestro era la única esperanza para todos aquellos hijos de campesinos de descubrir el mar. La historia de aquel hombre que amplió las fronteras castellanas hasta el Mediterráneo será presentada el próximo viernes, a las 20 horas en la Semana Negra, por el periodista Francesc Escribano, que junto con el fotógrafo Sergi Bernal retratan en 'Antonio Benaiges, el maestro que prometió el mar' su vida y el legado truncado la noche posterior al estallido de la guerra civil, que solo sería recompuesto el verano en que sus huesos fueron exhumados en los montes de la Pedraja, setenta y cuatro años después.

Durante todo ese tiempo, todo el mundo calló pero nadie olvidó lo que aquel joven les enseñó. La memoria de Antoni siempre estuvo presente en muchos de sus alumnos y en alguno de sus compañeros exiliados en México. Sólo fueron dos años de magisterio, desde que ganase en 1934 con 31 años la plaza de la escuela pública burgalesa hasta su desaparición, pero en un pueblo donde apenas convivían 200 personas, en su mayoría analfabetos y dedicados a las labores agrarias, sus métodos pedagógicos fueron una revolución que quizás los padres nunca llegaron a entender, pero que acompañarían a sus hijos de por vida.

Gracias a su formación conoció la 'técnica Freinet' (creada por el pedagogo francés Celestine Freinet) y la implantó en su pequeño paraje castellano. El método tenía en la imprenta el bastión primordial. Con ella los niños publicaban sus trabajos algo que permitía materializar, entender, ver y tocar todo lo que se estaba aprendiendo. Los escolares aprendían de sus experiencias vitales y asumían repsonsabilidades rápidamente. Trabajaban en equipo y veían la utilidad de los productos que elaboraban.

De la imprenta del aula salieron muchos cuadernos, aunque sólo 13 de ellos se conservaron, los que Antoni envió en una cajita de cartón, adornada con motivos florales y en forma de costurero, a su casa de Mont-roig del Camp y que su familia cuidó con desvelo durante más de setenta años. Todos tienen el tamaño de una libreta mediana, con un grabado de un dibujo realizado por los autores del texto en la portada. Sólo en uno hay una fotografía, se titula 'El retratista' y en ella aparecen los diecisiete niños en el patio, rodeando a su maestro. Las publicaciones están dividas en tres temáticas, seis corresponden a una publicación llamada 'Gestos', tres a otra que lleva el título de 'Recreo' y los otros cuatro son monográficos especiales. Precisamente, en estos hay uno de enero de 1936 que se titula 'El mar 'y en él los niños plasman toda la emoción de una promesa en ciernes, la que les acababa de hacer el maestro en el duro invierno burgalés: ver el mar en verano. «El mar será muy grande, muy ancho, muy hondo. Dice Fernando que será como de Vallejopablo al cerro de Quebrantalinos de ancho, metros y metros de hondo». El testimonio de Antonio García junto al de todos sus compañeros quedaba impreso para siempre en tipografía de imprenta.

Aquellos niños nunca llegaron a la costa catalana donde la familia Benaiges tenía todo preparado en su casa de Les Pobles para recibirlos. Ese mismo verano, su maestro era asesinado junto a un centenar de republicanos a solo unos metros de la escuela. Una cajita de cartón con unos cuadernos dentro y la memoria de sus alumnos lograron recuperar su historia entre una amalgama de huesos. La promesa de Antoni había sobrevivido a un mar de intolerancia.

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