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M. F. ANTUÑA
Domingo, 9 de noviembre 2014, 00:45
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Dice que el suyo -y no otro- es el oficio más antiguo del mundo, que sin traductores no hubiera sido posible la comunicación entre los seres humanos. Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) obtuvo esta semana el Premio Nacional de Traducción por toda una vida poniéndo en castellano a literatos de otros universos. El principal, el norteamericano, con las generaciones 'beat' y 'perdida' como protagonistas, pero también el de escritores en lengua francesa e italiana. Es también autor de una docena de novelas este hombre cuya vida tiene también mucho de 'beat'. Puede que algún día sea un 'hit' literario. Su autobiografía está pendiente.
Traducir y escribir al mismo tiempo, ¿no es como vivir en una continua doble personalidad?
No crea, son actividades complementarias. Recuerdo que Borges decía que un escritor, aparte de escribir, lo único que puede hacer es traducir. Con la traducción tienes ya una estructura dada, una historia terminada, y solo hay que interpretar; escribir requiere otro estado de ánimo, porque tienes que planteártelo todo, empezar y terminar. No me planteo esa duplicidad, pero sí es cierto que, por temporadas, si puedo, escribo solo, y otras temporadas, si son traducciones industriales, que también hago, simplemente para ganar dinero, igual me dedico solo a traducir.
Traducir, interpretar y dar con la forma de mantener el estilo del autor. ¿Complicado?
Sí, hay momentos gratos traduciendo, cuando consigues no solo el estilo sino también ver lo que hay detrás del que está escribiendo, ver más de lo que está dicho. Me gusta traducir, me ha enseñado muchas cosas, en realidad es leer con mucho cuidado.
¿El traductor ha de dejar alguna impronta en la obra?
En muchos casos que yo conozco consideran la traducción su obra, tratan de imprimir su estilo y ocurre que cuando lees distintos autores descubres que están traducidos por el mismo.
¿Y usted no lo ve correcto?
Es correcto, pero notas que hay un intento de adaptación al estilo del traductor, cuando justamente el traducor debe adaptarse lo más posible al estilo que está traduciendo. He escrito artículos de teoría de la traducción y sostengo que cuando estás traduciendo de otro idioma tiene que notarse que está escrito en otro idioma, forzando un poco, pero sin cometer imperfecciones, debe ser lo más parecido, lo más equivalente al original. Siempre he dicho que el traductor es como el hombre o la mujer invisible, solo debe aparecer en los créditos y desaparecer en el texto.
Pero seguro que se ha dicho así mismo alguna vez: «Esta traducción es mejor que el original».
Ese es otro de los problemas, que muchas veces traduces un libro que está mal escrito, pero no tienes ningún derecho a corregirlo. Es complicado, porque si no corriges corres el riesgo de que el reseñista diga está mal traducido, pero yo creo que debemos tener el máximo respecto al original. Esto es, salvando las distancias, como las interpretaciones de las obras musicales, de pronto hay miles de teorías, miles de posibilidades de interpretación.
¿Las traducciones envejecen?
Todas las traduciones tienen fecha de caducidad, sí.
El jurado del Premio Nacional valoró especialmente en su obra el uso de jergas. ¿Cómo se deben emplear esos términos?
En Kerouac y en general en todos los libros que utilizan lenguajes jergales yo creo que hay que buscar palabras de argot del momento en el que se escribieron. Tienes que tener mucho cuidado con eso. 'On the road' está pasando en los 40 y 50, y tienes que buscar equivalentes españoles posibles de ese momento. A veces ves traducciones de los años veinte de novelas que pasan en el XIX y están escritas con estilo cursi de los años veinte.
¿Qué pasa cuando no existen las palabras a traducir? Eso le pasó a usted con la generación 'beat'.
En Kerouac y la mayoría de escritores 'beat' los términos que usan referidos a drogas no existían en español. La palabra yonqui por ejemplo no se utilizaba en España en el año 52 y ahora la utiliza todo el mundo. El equivalente hubiera sido morfinómano, pero nos pareció que no tenía sentido y optamos por yonqui. La palabra tuvo éxito, igual que 'chutarse' o 'hierba', en el sentido de marihuana, o 'petardo', pero hubo otras, que apostamos por ellas y que no funcionaron.
Las drogas han estado presentes en la literatura y también en su vida.
Yo siempre digo que el mundo de las drogas me ha permitido 'desclasarme', es decir, conocer a una serie de gente que si no hubiese sido porque tenía eso en común jamás me hubiese relacionado con ellos. La droga me hizo entrar en un mundo y mantener unas relaciones fuera del que debía ser mi modo de vida.
Ya que habla de su experiencia con las drogas, usted ha dicho que descubrió que hablaba bien inglés bien gracias al LSD.
Quizá es una exageración. Pero sí, me lanzó, me atreví en un viaje de ácido, de pronto comprendí que sabía muchísimo y a partir de ahí... El ácido, lo he dicho siempre, es uno de los elementos fundamentales en mi vida, lo descubrí a los veintipocos años y me dio muchas cosas, muchas sensaciones.
También se lo dio la literatura americana de las generaciones 'beat' y 'perdida'. ¿Cómo ve lo que se escribe hoy al otro lado del charco?
Muy bien. Es la literatura que más me interesa y mejor conozco. La veo muy sana, hay escritores extraordinarios que siguen publicando como Thomas Pynchon o Don DelLillo, que me parecen gradísimos. También hay cosas muy malas, pero ya se sabe que el 99% de toda la literatura es mala.
¿Y la literatura española?
Bien. Hay unos cuantos escritores que sigo y me interesan mucho, pero prefiero no dar nombres porque la mayoría son amigos y se me va a olvidar alguno. Con los coetáneos siempre hay puntos de conexión, lógicamente. Y luego, a veces, autores que conoces por la profesion, pero que no conocerías por la vida en general porque es muy diferente a la tuya, como Javier Marías, me pasa que cuando lo leo me parece excelente, pero las historias que cuenta me interesan muy poco, porque no pertenece a mi esfera de intereses.
De usted dice la crítica que tiene una de las voces más singulares de la literatura española actual. ¿Hay hueco para las voces singulares?
Hay regular, porque vendes pocos libros, tienes un reducido grupo de lectores... De modo que consigues eso, como dirían los franceses, cierta fama, prestigio, te hacen caso.
¿Es compatible tener una voz personal con el éxito comercial?
Supongo que sí, Pynchon cuidado que es un escritor raro, pero tiene éxito.
Traduce del inglés, pero también lo hace del italiano y el francés. ¿Hay idiomas más novelescos, más poéticos, más dramáticos o más cómicos?
No lo creo. Pero sí son distintos a la hora de traducirlos, por ejemplo es más comoplicado traducir del inglés al francés que del inglés al español. El francés está más cerrado léxicamente y sintácticamente, y el español tiene muchas más posibilidades, se presta más a jugar con dobles sentidos.
Ha publicado dos libros sobre Bob Dylan. Dice de él que es un personaje inventado.
Sí, él mismo lo cuenta, se inventó un personaje que no era.
Parece que no le gustó que le dieran el Príncipe de Asturias.
En realidad, los Príncipe de Astuiras se dedican a premiarse así mismos a través de otros personajes y cada vez eligen más famosos y mediaticos. Eligieron a Dylan y les salió el tiro por la culata. Si Dylan se inventó, después se ha convertido en una de las personas más extrañas y raras que andan por el mundo.
¿En qué líos literarios anda usted metido?
Tengo una novela, que está por ahí buscando editor. Y después tengo aquí esperándome el capítulo segundo de de una novela negra ambientada en Nueva Orleans que estoy traduciendo. Ahora estaré en esto, pero este premio me va a dar posibilidad para escribir una temporada sin tener que traducir. Si puedo escribir solamente, mejor. Y si me da la vida escribiré mi autobiografía, cuando sea ya viejísimo y estén todos muertos para que no se me rebelen.
¿Qué va a contar para que se le rebelen?
Siempre se me ha acusado de escribir muy biográficamente, aunque todos los escritores lo hacen, en realidad la literatura desde su origen es un chisme. Ya desde la 'Odisea', que no dejaba de ser los chismes de los famosos de la época, que eran los dioses. La autobiografía, si la hago, puede que cuente cosas de gente que igual no se saben. Como yo no tengo vida privada en general, que hablen de mí me da igual. Mi vida es pública, es lo que es. Yo no necesité inventarme un personaje.
Vivió los sesenta y la transición. ¿Cree que estamos en un momento similiar de cambio en este país?
No en este país, en el mundo entero. Naturalmente, yo tengo una sensación compartida de que está pasando algo mucho más potente que lo de los años sesenta.
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