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Agustín Molleda ahonda en un asunto espinoso en su libro.
La pederastia revisitada medio siglo después

La pederastia revisitada medio siglo después

El autor ha entrevistado a muchos de los niños, ya mayores, que sufrieron abusos en la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano, de León

ALBERTO PIQUERO

Lunes, 26 de enero 2015, 00:24

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Oriundo de Bercianos del Camino Real, León, donde nació en 1949, y ahora residente en Gijón, Agustín Molleda llegó a la literatura a una edad avanzada, tras jubilarse como director de una compañía de seguros. Sucesivamente, en 2012 y 2013, publicó los dos tomos de 'Lo que anduve y dejé a los márgenes', su experiencia personal por distintos itinerarios, entre ellos el Camino de Santiago. Pero ha sido a continuación, con 'E-83 San Cayetano' cuando su escritura se ha convertido en denuncia de unos hechos ignominiosos que, según declara a EL COMERCIO, «eran más o menos conocidos en la ciudad de León, pero a pesar del medio siglo transcurrido, se mantenían al margen de la divulgación pública. Todavía estaban sometidos al silencio que produce el miedo».

Unos sucesos que incluyen los abusos sexuales a los que fueron sometidos niños sin familia en la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano, de León, dirigida por religiosos de la orden de los Terciarios Capuchinos, entre 1955 y 1965.

La concepción del libro vino determinada por el conocimiento que Agustín Molleda tuvo de algunos de aquellos niños, ya mayores, en los últimos tiempos.

«Les preguntaba que por qué no se atrevían a escribir sobre aquellos sufrimientos que habían padecido, por qué no daban testimonio». Al final, él mismo hizo de notario. «Cambié sólo los nombres, para que nadie pudiera sentirse perjudicado, respetando fielmente los acontecimientos dolorosos que me transmitían».

El título de la obra «obedece a que según ingresaban en aquella institución, se les asignaba en el torno donde se les recogía un número de registro, junto a la 'E', que significaba 'Expósito'. Eran huérfanos, que terminaban allí después de que se derribara el viejo hospicio».

'E-83', explica, «resume en una sola persona el conjunto de entrevistas que tuve con muchos de los que habían estado en San Cayetano en aquella época».

La estructura narrativa incorpora la figura de un periodista que a modo de hilo conductor va hilvanando los capítulos de las 260 páginas, algunos de cuyos títulos reproducimos de modo indiciario: 'Los mal llamados educadores', 'Crónica de un día', 'Crónica de un día festivo', 'La primera comunión', 'El sacramento de la confesión', 'Motivos para una brutal paliza', 'Lecciones de disciplina', 'Los meones', 'Las comidas', 'Descubriendo el sexo' o 'La fiesta del santo patrón'.

Tras la demolición del antiguo hospicio de León, en 1955, se levantó un nuevo edificio que tendría un cometido semejante. «Se quiso que lo dirigieran los salesianos, quienes no aceptaron. Y terminaron por hacerse cargo los terciarios capuchinos, los cuales procedían de la administración de reformatorios y mantuvieron los mismos métodos que allí empleaban. Fueron diez años de terror, hasta que trascendieron algunas de las sevicias y la Diputación los destituyó, discretamente, sin que nadie hubiera de asumir responsabilidades».

¿Cómo fue posible que no trascendiera a la luz pública durante tanto tiempo? «Los niños no tenían a quién recurrir, ni tenían familia, ni salían al exterior, se lo comían ellos solos. A los dieciocho años, se les devolvía a la calle con una muda, un pantalón y una camiseta, y ahí se quedaban, a la intemperie, incluso con sentimientos de culpa por los abusos que les habían infligido. Además, en aquellas circunstancias de la dictadura, tampoco existían posibilidades de que acudieran a los medios de comunicación, ni a la transmisión que en estos momentos favorecen, sobre todo, las redes sociales de internet. Estaban desamparados», resume.

Los castigos abarcaban desde la privación de comida a enormes palizas, «o atar con un bramante el pene de uno de los críos, porque se meaba por las noches en la cama. No murió de milagro».

Molleda no omite en los capítulos la natural incorporación al deseo sexual de unos adolescentes enclaustrados. Lo que establece de manera patente es el terrible cinismo de la doble moral de algunos de los cuidadores, quienes al tiempo que sofocaban ese impulso entre los chiquillos mediante una represión feroz, les invitaban a sus celdas para practicar la felonía de la pederastia. O jugaban al fútbol con ellos «sin llevar nada debajo de las sotanas», lo que se antoja significativo. «Muchos me lo han contado con lágrimas en los ojos. Se te ponen los pelos de punta al escucharlos, es estremecedor».

A estas alturas de la democracia, se supone que con aquellos delitos prescritos y probablemente la mayoría de los protagonistas fallecidos, el autor de la obra lo que lamenta es que «la orden de los terciarios capuchinos no se ha dado por aludida en ningún momento, en un acto de contricción y arrepentimiento, ni siquiera las más mínimas disculpas». Quiere creer que la actitud que el papa Francisco ha tomado de perseguir y no esconder estas desviaciones en el seno de la Iglesia «pudiera remover conciencias que no han sido acuciadas por el episcopado tradicional español».

En la actualidad, prepara un segundo volumen en el que narra las vicisitudes que atravesaron aquellos niños tras salir de San Cayetano, «víctimas que llegaron a ser verdugos de sí mismos por una errónea comprensión de los padecimientos vividos; pero también entre ellos, aquellos que encontraron el valor y el coraje para enfrentarse al asco que les hicieron sufrir, y superarlo».

En la parte final del libro, Agustín Molleda expone su versión alternativa de los siete pecados capitales, que sin duda resume el fondo de una cuestión tan ignominiosa. A saber, pecado de ignorancia, pecado de inocencia, pecado de obediencia, pecado de orfandad, pecado de tristeza, pecado de abstinencia sexual y pecado de pobreza. En todos ellos se amparó la terrible gobernanza de aquella década en la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano, de León.

Una cita preliminar del escritor uruguayo Mario Benedetti, ejemplifica la intención última del texto: «Todo se hunde en la niebla del olvido, pero cuando la niebla se despeja el olvido está lleno de memoria».

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