Borrar
Javier García Rodríguez es escritor, traductor y profesor.
«Creo mucho en la lectura, pero el cine, las series o la música también son importantes»

«Creo mucho en la lectura, pero el cine, las series o la música también son importantes»

Su novela 'Un pingüino en Gulpiyuri' ha sido editada por la Universidad de Oxford y está incluida en el plan lector para alumnos a partir de los doce años

VANESSA GUTIÉRREZ

Domingo, 7 de febrero 2016, 02:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Un narrador que empieza a contar la misteriosa aparición de un pingüino en la playa de Gulpiyuri. Una lectora que lo interrumpe constantemente. Una voz en off que intermedia a la vez que se manifiesta el propio protagonista, Gundemaro. Cuatro voces para contar una historia que se convierte en un viaje literario por los distintos aspectos de la construcción de un relato. 'Un pingüino en Gulpiyuri', la nueva novela de Javier García Rodríguez (Valladolid, 1965) -escritor, traductor, crítico literario, profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo y director de la Cátedra Leonard Cohen-, es un apasionante viaje acerca de la magia de la literatura, editada por Oxford University e incluida en el plan lector destinado a alumnos a partir de doce años, para lo que cuenta con un cuaderno de recursos didácticos elaborado por la profesora María José Morán de Diego.

¿Qué pasaría si apareciese un pingüino en Gulpiyuri?

El relato parte de esa idea. Voy mucho con mi familia a Hontoria, y siempre nos ha llamado la atención esa playa que aparece y desaparece en medio de un prao. Al hablar de ella con mi hija, de repente surgió esa idea: ¿cómo llegaría ese pingüino a Gulpiyuri? Pero yo no quería que la historia la contara alguien que sabe mucho de pingüinos. Prefería que, cuando de pronto estuviese hablando ese narrador, alguien metiese baza y dijese: yo también quiero opinar.

Tanto es así que van apareciendo hasta cuatro voces, además de múltiples referencias a otras artes.

Sí, es un libro fragmentario. Comienza cuatro veces de la misma manera pero desde perspectivas distintas. Juega con diferentes tipografías. Al final del primer capítulo aparece una lectora, que además es una sabihonda, poniendo en tela de juicio esa idea que se tiene acerca del lector. Interviene y dice: oye, que no soy lector, soy lectora. Y obliga así a parar a quien lee y preguntarse qué está leyendo. O te hace dejar de creer en lo que cuenta el narrador cuando surge otra voz que sugiere que miremos desde otro punto de vista. Y que reflexiones sobre el propio discurso. Todas esos detalles son posibilidades. Como un rizoma, va creciendo hasta donde uno quiera. Pero el caso es disfrutar de ella y de las aventuras del pingüino Gundemaro, que es un tipo muy valiente.

Por algo pone en la cubierta que es una novela juvenil posmoderna.

Me da un poco de apuro, aunque es una especie de aviso simplemente. En realidad se trata de usar la libertad absoluta para narrar con todo lo que ya se nos ha ofrecido a lo largo del siglo XX y desde Cervantes. Cabe todo. El lenguaje y la historia es lo más importante pero no renuncia a todas las técnicas literarias, algunas de las cuales ya no son ni modernas. ¿Que hay que hacer el horario de clases de los pingüinos? Pues se inventa. Y se juega con las palabras y se llega hasta donde la imaginación puede, pero al mismo tiempo aportando cierta profundidad. Es decir, cómo uno vive el salir al mundo. Aunque sea un pingüino.

Y de paso entrar en la cocina de la literatura reflexionando sobre cómo se puede narrar o qué léxico utilizar...

Yo es que soy muy picajoso. Puedo hacer una página doscientas veces sin ningún tipo de problema. Creo que existe la palabra justa, no sólo en la poesía, sino también en la prosa. Y tiene un ritmo que nos obliga a leer de una determinada manera, pidiendo una respiración, y a veces un ahogo. La lectura tiene una parte física que a veces se olvida al hacer la lectura individual o mental, y que yo quiero recuperar. Paladear cada palabra, no avanzar pensando qué va a pasar después. Y a la vez todo está lleno de pistas. La voz en off se llama Vladimir Mijaíl Vozenoff. Y ese Vladimir es Vladimir Propp, quien invesiga sobre el cuento popular. Y Mijaíl es Mijaíl Bajtín, el que habla sobre las lecturas pedagógicas del texto. Tal vez por eso es un libro posmoderno. Porque quien quiera podrá encontrar ventanas abiertas a otras lecturas, películas o canciones. Vivimos en un mundo muy amplio, y aunque creo mucho en la lectura, también entiendo que el cine, las series o la música son fundamentales. Y la red. Aquí se puede ver la partitura del himno pingüino, pero también la página de Facebook que tiene. Aunque ni siquiera entiendo que esto sea algo muy moderno, porque es algo que hacemos todos los días.

Cita los guiños, y nos queda el que seguramente es el gran homenaje: Melquiades Barral Vinyes.

Sí. Cuando pensaba en un pingüino y en el hielo la gran referencia que se me vino fue Aureliano. Cuando leí 'Cien años de soledad' quedé muy impactado. Es probablemente una de las tres, cuatro o cinco lecturas que te impactan en la vida, aunque luego con el paso de los años me haya ido creyendo menos la propuesta del realismo mágico. Pero en aquel momento que algo sea nuevo, como todo lo era en Macondo, y que detrás haya una altísima cultura y cultura popular, te impresiona. De ahí que hiciese este homenaje que me apetecía, pensando en el sabio Melquiades en Barcelona, en Carlos Barral y en la abuela Tranquilina que era la abuela de García Márquez que le contaba las historias.

Es un libro sorprendente y que en ningún caso subestima al lector. Lectora en este caso.

Entiendo que no es un libro a priori sencillo para trabajar en clase, porque no está pensado para eso. Incluso a mí mismo me sorprende porque abre unas posibilidades que yo en principio no me planteaba. Es un homenaje a la ficción, a las historias, a la lectura, abre puertas y tiene muchos estratos. Se leen muchas cosas: evidentemente está 'Cien años de soledad' por detrás, pero también la lista de los reyes godos, que me hacía gracia recuperar. Tal vez sea un poco loco y plantee propuestas un tanto descabelladas. Pero me quería dirigir a un lector inteligente, con capacidad de reírse y a quien hay que ofrecer cosas inesperadas.

Tal vez haya que aclarar que en ningún caso es un libro pedante.

No quería que lo fuese ni mucho menos. De hecho me molestan los libros pensados para servir para algo que va más allá de la propia literatura. Los libros tienen un impacto emocional e intelectual en el lector, que se relaciona con ellos como puede y como quiere. Si luego además tiene un valor educativo o académico me parece perfecto, pero me da la impresión de que muchos libros infantiles o juveniles se hacen más pensando en ese rendimiento de clase que en el origen de la literatura, que es un lenguaje sin más recorrido que el que va del autor al libro y del libro al lector. Si no terminamos convirtiendo los libros en una especie de enciclopedias. Cuando me preguntaron para qué edad iba destinado el libro, yo respondí que no tenía ni la más remota idea. Ni siquiera sabía que hubiese autores que pensasen en esas cosas. En clase yo siempre digo un poco en broma que creo que este libro no es ni novela, ni juvenil, ni posmoderna. Porque no es nada fácil etiquetar. Si yo te digo que alguien escribió una historia sobre un señor que se convirtió en una cucharacha, igual me dices que con eso se puede hacer una peli pero también se puede hacer una 'Metamorfosis'.

Sin embargo, Oxford se interesó en publicarlo y ha entrado en el plan lector. Inesperado, ¿no?

Es algo inimaginable. Que un libro hecho en Asturias con Gulpiyuri en la cubierta esté en Oxford y siendo leído en Madrid o en Barcelona por cientos de estudiantes de colegios e institutos, para mí es muy sorprendente. Entiendo que Oxford, que es un monstruo multinacional, ha visto algo aquí. Ha habido un gran compromiso para editarlo, sobre todo por parte de sus dos editoras, Pilar y Miriam.

Tras año y medio al frente de la Cátedra Leonard Cohen, ¿qué valoración hace?

Ha habido una gran visibilización de las actividades y lo importante es que hay un proyecto detrás. Hay una parte divulgativa, otra formativa y propuestas para el gran público. La música, la poesía y la obra de Leonard Cohen están presentes en la sociedad con naturalidad y percibo que hay una necesidad de determinadas actividades. Con fusión de géneros, poner juntas cosas que la gente no espera y de pronto iluminar un espacio que no estaba iluminado. Sin que se convierta en nada elitista y que tampoco se venda lo popular solo por venderse. Andar los caminos ya trillados a mí me hace poca gracia. No creo que tenga sentido ni para quien crea ni para quien lee. Tampoco permite avanzar. Y si no se permite el avance de un género no se está aportando nada.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios