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Fernando Aramburu posa en Madrid, donde presentó ayer 'Patria', su ambiciosa novela.
Fernando Aramburu: «Las palabras  no reparan el daño de las armas»

Fernando Aramburu: «Las palabras no reparan el daño de las armas»

«ETA no se desarmará y podría aún ganar la batalla de la mentira», afirma el autor de 'Patria', un retrato de los últimos treinta años de Euskadi

MIGUEL LORENCI

Martes, 13 de septiembre 2016, 00:22

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Txato, un pequeño empresario del transporte, fue asesinado a tiros por ETA tras una despiadada campaña de acoso, chantaje e insultos. Su verdugo fue Joxe Mari, su vecino. La viuda de la víctima, Bittori, solo quiere que le pidan perdón. El peso de la amargura lastra su vida, pero el día que ETA anuncia el abandono de la armas irá al cementerio para contárselo a la tumba de su marido. Sobre sus vidas y pesares se construye 'Patria' (Tusquets), conmovedor fresco de la Euskadi de los últimos treinta años en la que Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) escribe «contra el olvido político». Lo hace «sin buenos ni malos» y «sin equidistancia».

«ETA podría aún ganar la batalla de la mentira» advierte el escritor, que, como en un puzle, encaja escenas de la vida de las víctimas, de sus asesinos y de quienes miraron a otro lado y callaron. 'Patria' retrata a una sociedad rota por el odio dispuesta a pasar página y curarse, pero que «necesita tiempo para el cierre definitivo de las heridas del la violencia». «Unos días soy más optimista que otros, pero soy siempre suspicaz», dice el escritor. «No hay garantía completa de paz. Hay armas y ETA existe y no entregará las armas, que son dinero. No va a ocurrir. Pero se llegará a una situación de normalidad y de pacificar se encargará el tiempo», asegura.

Aramburu habría deseado «no tener que escribir este libro» que titula con una palabra que detesta. Patria, un concepto más que nocivo, «una exacerbación colectiva en cuyo nombre se han cometido enormes barbaridades». No desconfía de su acepción geográfica y «sí de su sacralización, que puede infectar a las masas y ser perjudicial para la salud de algunos ciudadanos». «Se ha matado tanto en nombre de Dios como en de la Patria. Dios es otra patria» apunta el escritor, «ateo con unas sólida base cristiana», que defiende su apego a su orígenes. «No reniego del paisaje de la infancia y participo de cierta pulsión colectiva, pero mi sistema mental no tiene ninguna proyección delirante. Jamás se me verá con una bandera», asegura.

«Las palabras no pueden reparar el daño de las armas», dice Aramburu. «La palabra no resucita a nadie, ni devuelve la pierna al mutilado. El daño es irreparable. No seamos ingenuos» dice. «Pero la palabra permite otras cosas: compartir vivencias, dar consuelo, expresar solidaridad; manifestar lo más noble del ser humano, además de lo más negativo», enumera.

«Ahora hay una porfía por el relato que quedará» sostiene el escritor. «El presente de tantos y tantos atentados ya pasó, se va borrando de la memoria y de las nuevas generaciones que no los vivieron», plantea. «Queda el relato histórico, y es muy importante para que no se construya otro, para que no triunfe la maldad, un relato político interesado», advierte. «La literatura deja un relato más complejo, abarca al ser humano en su integridad, en toda su facetas vitales. El relato literario permite al lector de hoy y del futuro tener una impresión de cómo se vivió, algo que no da la historia, que funciona con datos verificables», resume.

«ETA puede ganar aún la guerra de la mentira», alerta. «Tiene sus adeptos, que tratan de construir su relato, una versión favorable a su movimiento independiente, incluso en capas cultas. No seamos ingenuos, el relato hay que hacerlo. Es múltiple. No hay una única versión. Será un conjunto de versiones», propone. La literatura fue para Aramburu «la vacuna contra el fanatismo». Pero no tiene recetas para vacunar a todo un pueblo. Sabe que «las personas educadas y cultas son más sosegadas, más pacíficas». Que «si se fomenta lo bueno del ser humano, la sensibilidad, el gusto se vacían del fanatismo». «El fanático no tiene criterio. Es un eco de consignas. El fanático es un cerebro conquistado. No es un ser libre. El hombre libre es el que puede discrepar», señala.

Olvidar y perdonar son verbos clave en la narración de Aramburu, para quien «perdón y olvido no son lo mismo».

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