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DIEGO MEDRANO
Martes, 6 de diciembre 2016, 00:25
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Miguel Floriano (Oviedo, 1992) sorprende con nuevo poemario, editado a nivel nacional y en inmejorable colección: 'Claudicaciones' (Renacimiento). Meses atrás publicaba 'Quizá el fervor' (Isla de Siltolá) y, años atrás, dos libros iniciáticos: 'Tratado de identidad' (2015) y 'Diablos y virtudes' (2013). Estudia en la Universidad de Oviedo el Grado en Lengua Española y sus Literaturas.
-Observo en el poemario una marcada voluntad de presente, junto a un intento de volver social lo personal.
-En el caso de que 'voluntad de presente' refiera el desmedido afán de apresar el instante en marcha, sí, estás en lo cierto. Respecto a lo de volver social lo personal, no estaría yo tan seguro. El poeta erige un yo trascendental que irremediablemente lo acerca a algunos hombres y lo aleja de otros muchos.
-La culpa planea sobre gran número de versos, unas veces ligada al fracaso, otras a la esperanza.
-La culpa puede llegar a ser, a veces, una manifestación inédita de la plenitud. En 'Claudicaciones' no. Constituye más bien, en su pureza, el motivo nuclear de los poemas iniciales de la primera sección, cuando el poeta se halla transitando los eriales del escarmiento.
-Hay numerosos intentos o ráfagas metaliterarias, reflexiones de lo literario dentro de la literatura misma.
-Sí. Así es. Metaliteratura entendida como formalización de la propia experiencia literaria, esto es, del pensamiento en marcha bajo esa ilusión de contacto que acoge el poeta mientras trata con su materia primordial, el lenguaje. Porque el poema transmite lenguaje. Este, en poesía, está poco alejado de sí, dirige el énfasis hacia aquello que lo conforma como cuerpo estético. Todo esto me interesa mucho, y creo que ese interés se acentuó mucho a partir de la lectura de 'El sueño de Escipión', de Guillermo Carnero.
-Futuro y olvido se equiparan. ¿Es un pretendido rasgo generacional? ¿Hay un yo colectivo?
-Ya me lo han preguntado numerosos lectores, y ello me agrada. El proemio 'La puerta entreabierta' es un caso ilustrativo. Tiene dos interpretaciones significativas: un himno generacional o la despedida de dos amantes. Sí es cierto que en el libro se percibe esa sensación de que el poeta está hecho de compañía, de que sus renuncias morales se presentan revestidas de cierta 'gravedad irónica' común.
-Me parece muy atinada, muy sofisticada la oposición o pugna entre memoria y libertad como contrarios.
-Y a mí me parece una de las mejores apreciaciones que han hecho acerca de mi poesía. En efecto, los vectores de tensión que genera ese conflicto nuclear, el de la pugna entre memoria y libertad, puede que constituyan la materia viva de los poemas del libro. El poeta, de algún modo, se enfrenta continuamente a la posibilidad trivial de parecerse a lo que ha sido.
-«No saber amar» es el tempo general de todos los versos, junto al inevitable paso del tiempo.
-Sí, y la impotencia ante esa imposibilidad se muestra en ocasiones rayando el paroxismo. La voracidad del tiempo es otro hallazgo de la conciencia poética, que conduce al poeta, más que a la resignación calmada, al estupor descreído.
-Hay una despedida de la amada, pero también su búsqueda incesante, lo que da velocidad al conjunto.
-Es la voluntad de permanencia. Querer fijar el pasado en el texto, conduciendo el poema de tal modo que neutralice cualquier distancia y que genere, que imponga realidad.
-La duda parece ser la única certeza, y el dejar atrás la juventud su marco más cercano.
-La duda tiembla, abre mundos. Además, no me considero un poeta que lo tenga siempre todo claro a la hora de encarar un poema. Al contrario. Me sobrecojo, me estremezco cada vez que una música remota me requiere. Que tiemble el verso si el poeta tiembla.
-¿La identidad, el constante buscarse sin encontrarse, «esta fatiga de encontrarme», podría ser el corolario?
-Naturalmente. Uno nunca aprende a convivir consigo. Sobre todo, si sufre de una exagerada autoconciencia, como yo. En última instancia el poema me vacía, me libra un poco más de mí, funda un espacio con el que poder contener a los otros o al universo. En el fondo, el poeta que termina otro poema ya es algo más viejo y más amable.
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