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PACHÉ MERAYO
Sábado, 10 de diciembre 2016, 00:33
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«Gran compositor». Esa es la identidad, sin fisuras ni dudas de Ramón Garay (Avilés, 1761-1823), el músico avilesino que vivió los tiempos de Mozart y, a diferencia de él, las sombras del olvido. La historia empezó a reconocerlo, cuando, en 2011, se cumplieron 250 años de su muerte y salieron a la luz diez sinfonías que nunca habían llegado a las cuerdas y vientos de una orquesta. Los estudiosos siempre le tuvieron por grande y ahora la memoria colectiva lo asirá también a sus conocimientos, gracias al estudio y biografía de Paulino Capdepón Verdú, académico de la Real de Historia y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, especializado en recuperación de la música del pasado. Capdepón acaba de culminar su investigación de años sobre el músico, gracias al mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, que destinó una de las becas al estudio «necesario» del legado vital y musical de este prohombre asturiano.
Hoy esa investigación, que se expande, «al ambiente cultural musical de la España del siglo XVIII», como advierte su autor, es una enorme obra de 2.500 páginas, abrazadas por dos tomos. En ellas, además de la biografía, en la que se da cuenta de que Ramón Garay fue «uno de los autores más influyentes de su época», pese a que «la mayor parte de su gran legado ha dormido el sueño del olvido», se aporta la transcripción de todas sus partituras. Llegó a componer unas 300 obras, que para esta causa han sido «ordenadas con relación amónica».
Descrita como una edición de lujo por su propio autor, 'El compositor asturiano Ramón Garay (1761-1823)', que así se titula, ofrece aspectos «totalmente inéditos» de la pericia vital y musical del avilesino, logrados tras escrutar las fuentes conservadas tanto en el Principado, como en el archivo de la catedral de Jaén, donde Garay fue maestro de capilla. Jaén fue su casa y su ciudad durante cuatro décadas. No en vano hoy tiene un conservatorio de música, con orquesta propia, que lleva su nombre.
A capillas catedralicias, como la de Jaén y también como la de Oviedo, viaja, precisamente, el académico para enmarcar el legado de Garay. Habla el profesor castellano en sus libros de los tiempos en que esos espacios eran auténticos templos de formación. «En el XVIII, el principal centro musical sigue siendo, al igual que siglos anteriores, la capilla de música de las catedrales, colegiatas o monasterios, en las que desarrollan su labor los principales compositores de aquella época», explica, para avanzar al instante, que «precisamente será en una capilla musical catedralicia, la de Oviedo, donde se formará como compositor Ramón Garay». Su vinculación con la iglesia está patente en su obra, fundamentalmente sacra.
La datación biográfica es uno de los pilares de la investigación, que lleva a contar cómo el contemporáneo de Mozart venía de una familia en la que la música no era algo ajeno. Hijo del organista de la colegiata de Covadonga, recibió las primeras nociones precisamente de su padre, que le instruyó inicialmente en solfeo, canto y órgano. A muy temprana edad es una de las voces del coro del convento de la Merced. A los 18 años entra en la masa coral de la catedral de Oviedo. Allí se formó para viajar luego a Madrid, donde recibió clases del organista José Lidón, maestro de la Real Capilla y director de la orquesta de la condesa de Benavente, que le acercó a la obra de Haydn, al que admiró profundamente, como, con el tiempo, los expertos comprobaron en sus sinfonías. De Madrid, Garay se trasladó a Jaén, donde se convirtió en maestro de capilla de la catedral, cargo que ocupó durante 36 años. Allí estuvo hasta su muerte, «asumiendo una posición muy discreta en lo social y entregado a su trabajo en cuerpo y alma».
En ese tiempo compuso todo tipo de obras ligadas a la música litúrgica. Piezas que se estrenaban con puntualidad en el templo mayor. Pero también dio forma a diez sinfonías, que estuvieron guardadas en un silencioso cajón hasta su 250 aniversario. En ellas experimentó con los avances que otros músicos de su tiempo, como Mozart, iban haciendo. Todos estos datos, sumados al «análisis de las fuentes», a la interpretación de su herencia, a la recopilación de partituras y a la contextualización de una música y una vida, compendian el proyecto, cuya ejecución Paulino Capdepón califica de «complicadísima», aunque muy satisfactoria. Sobre todo porque acabará cumpliendo su objetivo: «Contribuir no solo al mejor conocimiento del quehacer compositivo del autor, sino también llenar un importante hueco en la historia musical asturiana y española, que tiene en Garay a uno de sus exponentes más brillantes y destacados».
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