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DIEGO MEDRANO
Viernes, 21 de abril 2017, 00:27
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La Cátedra Alarcos de la Universidad de Oviedo celebra el Centenario del Premio Nobel Camilo José Cela, unido a los actos del Día del Libro, con la venida de su hijo, Camilo José Cela Conde, jubilado de la enseñanza universitaria en Palma de Mallorca, escritor y antropólogo de éxito con un sinfín de publicaciones en su haber, cuya ponencia no pudo despertar más interés: 'El taller del escritor'. José Antonio Gómez, por parte de la Facultad de Filosofía y Letras, calificó el acto de «un lujo en la llamada Real Universidad Literaria de Asturias, en palabras de Canella». Josefina Martínez, directora de la Cátedra, equiparó a Cela con Alarcos: «Ambos al cabo de la calle, en el ajo de la cuestión, unidos por una amistad constante y sin fisuras». Eduardo San José, profesor de Filología Hispánica, subrayó «las veces que la máscara coincide con el actor»: su afán por escribir y no tanto por ser escritor, los dedos deformados de su mano derecha debido a sus extenuantes jornadas, su condición plena de menestral (el que trabaja con las manos) y de obrero de la pluma. Para San José: «Nuestro Dickens, nuestro Víctor Hugo, hermanado con Asturias en la figura de su amigo Alarcos y de Juan Benito Argüelles, muchos años secretario personal, fundador de Tribuna Ciudadana y del Premio Tigre Juan».
El grueso de la intervención del Cela Conde lo llevó glosar al vagabundo, el protagonista del viaje a la Alcarria o del Madrid asfixiante de posguerra en 'La Colmena': «El Cela auténtico fue el vagabundo, aquel al que Pío Baroja no quiso prologar su primer libro, el Pascual Duarte, porque opinaba que ir a la cárcel era cosa de jóvenes». Destaco el afán persistente en su progenitor de no guiarse por la facilidad: «Escribir de otra forma siempre como único reto». El afán indesmayable de buscar nuevos registros. Un escritor de herramientas modestas, pluma y papel, holandesas o pasquines comerciales, para quien sentarse a la mesa a trabajar un mínimo de diez horas era lo prioritario.
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