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Luis Sepúlveda sostiene a su gato en su casa de Gijón.
«Todas las novelas mezclan realidad y ficción»

«Todas las novelas mezclan realidad y ficción»

Escritor

MIGUEL ROJO

Domingo, 11 de junio 2017, 00:54

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El escritor Luis Sepúlveda acaba de publicar su última novela, 'El fin de la historia' (Editorial Tusquets); mientras caminaba hacia su casa donde íbamos a charlar sobre el libro, recordé que en la promoción del mismo se habla de «el regreso de Luis Sepúlveda a la narrativa». Resulta chocante que se diga esto de un hombre que no ha dejado de escribir libros de narrativa desde que tiene «uso de razón literaria». Se lo pregunto, mientras saca un estupendo foie traído de Saint Malo, donde acaba de estar invitado con motivo del 25 aniversario de la publicación en francés de 'El viejo que leía novelas de amor'.

A mí también me molestó, los últimos treinta años no he hecho otra cosa que escribir narrativa, veintitantos libros entre novelas, libros de cuentos, libros infantiles... Da la sensación de que hasta que no escribas un 'best seller' para adultos no escribes narrativa, estás muerto...

'El fin de la historia' es una narración de suspense (ahora se dice 'thriller') aderezada con toques de novela negra por su acción y esa violencia emanada del poder político, y que recorre prácticamente toda la historia del siglo XX, desde la revolución rusa hasta el Chile actual, con un protagonista, Juan Belmonte (el mismo de su novela 'Nombre de Torero' y, según me cuenta, también de la próxima), que por modos y coincidencias en lugares podría ser el alter ego de Luis Sepúlveda.

¿Cuánto hay de autobigráfico y cuánto de ficción en la novela?

En todas las novelas hay una mezcla de realidad y de ficción difícil de separar. Esta novela parte de una serie de hechos que son muy reales. Por ejemplo, cuando un día de 1917 Trotski le perdona la vida al atamán Krasnoff, jefe de los cosacos contrarrevolucionarios, nadie se podía imaginar que ese gesto iba a tener consecuencias terribles en Chile 70 años después, porque un nieto suyo, Miguel Krasnoff, acabaría por transformarse en el mayor torturador, el mayor ejecutor físico de la dictadura de Pinochet. La otra pata de la realidad que lleva a la gestación de la novela ocurrió hace unos pocos años, en la época de la presidente Bachelet, cuando apareció en Santiago una delegación de cosacos que iba a exigir, precisamente, la liberación del tal Miguel Krasnoff por ser el último de los atamanes por vía sanguínea, un tipo sentenciado a cientos de años por genocida... Cuando esa noticia me llegó comprendí que ahí había una historia para ser novelada. Hasta ahí lo real, pero todos los escritores tenemos una llavecita que conduce al país de la ucronía: «¿Y si hubieran organizado un complot para liberar a Miguel Krasnoff...?» Si así fuera, sólo habría una persona capaz de oponerse a ello: Juan Belmonte... Esa fue la mezcla de realidad y ficción que se dio para construir esta novela.

Son curiosos los juegos o las malas pasadas que el azar provoca, y que hacen que su mujer, por ejemplo, a quien le dedica la novela, acabara siendo torturada por un descendiente de aquel hombre indultado por Trotski... O que esta novela, sin aquel gesto de perdón, no existiría.

Así es. Me gusta una frase que decía Borges sobre esto: «Sabemos muy poco de las leyes que rigen la casualidad».

¿Qué labor de estudio e investigación hay detrás de la obra?

Acabé acumulando más de 700 páginas de investigación, pero cada cien páginas de investigación se han de transformar en dos de literatura, sino se convierte en un ensayo.

La novela está llena de personajes tan novelescos que uno no sabe si fueron reales o producto de la fantasía de Sepúlveda. ¿El chileno que acabó siendo cocinero personal de Stalin, es verídico?

Absolutamente.

Y Luis Sepúlveda, narrador oral que te envuelve con su palabra igual que un paquetito para luego hacerte un lazo, se recrea contando la increíble historia de aquel cocinero que siguiendo a una hermosa mujer (y aquí llega otra historia de la joven que terminó haciendo cine para el Reich alemán), tras pasar por Lisboa y el Madrid de la Guerra Cívil, acabó por el azar de un estupendo plato de codornices en su salsa como cocinero de Stalin, y protagonista de primera mano de quién sabe cuántos secretos.

'El fin de la Historia' toca los grandes fracasos del siglo XX: el derrumbe de la URSS sin ninguna épica y donde los antiguos dirigentes, como Putin, se trasforman en los nuevos oligarcas; el otro fue el Chile que lleva a la democracia, en una transición muy inspirada en la española, sin reconocer a todas aquellas personas que pagaron con su vida por llegar a esta situación, eliminando cualquier tipo de disidencia hasta tener un país con una única forma de pensar, sin matices, lo que ha provocado una enorme apatía social y una clase política, tanto en Argentina como en Chile, absolutamente corrupta, salvo algunas excepciones.

¿Cómo vería Belmonte el futuro?

Es difícil de contestar, pero yo espero, como él, un gran cambio de mentalidad, especialmente en la gente joven, que ya empieza a manifestarse y, aunque aún no tienen las ideas claras, rompa el conformismo... En esta novela, he intentado mostrar unas referencias éticas, esa gente de ahora con más de 60 años que fueron protagonistas del pasado, que participaron en la lucha democrática con Allende y en otras revoluciones, y que siguen conservando lo más hermoso: la integridad moral.

Luis Sepúlveda se queda pensativo. Afuera, el sol hace reverdecer el césped. Y el cielo es de un azul tan limpio, que confunde a cualquier asturiano que se precie.

Hay algo de sensatez compartida por el protagonista de mi novela y por mí: a nuestros años ya no somos el Llanero del Antifaz que un día fuimos, queremos vivir en paz, él se fue a vivir en el culo del mundo, al sur de Chile, y yo también vivo en este bellísimo culo del mundo de la península ibérica que es Asturias, pero los dos seguimos teniendo esperanza de que el mundo cambie; ya no hay punto de retorno: el avión vuela o se estrella. Y tiene que volar.

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