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IGNACIO DEL VALLE
Domingo, 8 de julio 2018, 01:27
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Ppresenta esta tarde, a las 19.30 horas, la novela 'Deja que se muera España' (Tusquets), en la carpa A Quemarropa. William Navarrete, cubano de la generación de 1968, lleva publicados unos 25 libros de varios géneros, en varias lenguas, de los que tres son novelas. Vive en París desde 1991 y viaja a España al menos dos veces al año. Es periodista y traductor, además icenciado en Historia del Arte. Viajó en el Tren Negro y ayer recorría la Semana con ojos escrutadores.
-Los recuerdos de los años vividos en Cuba los tengo claros: no hay confusión posible con algo que haya sucedido después, pues no he vuelto. Creo que para la obra que escribo cuenta mucho lo vivido durante la infancia y la adolescencia, que son, a mi juicio, determinantes en la manera de ver el mundo.
-Vista desde el Caribe, España es un todo en el que no solemos establecer grandes diferencias entre un catalán y un andaluz, un castellano y un canario. Es en América donde España logró su sueño de unidad, porque nosotros, los americanos, tenemos ingredientes genéticos y culturales de cada región del reino, y porque fue del otro lado del Atlántico donde España se reinventó a plenitud. Ahora bien, vista desde Francia, da la impresión de ser un país que no logró resolver nunca el tema de la identidad nacional. Un país que se desangra cíclicamente, como en una autofagia inevitable. España seguirá siendo para mí un misterio. Un maravilloso misterio, cabe añadir.
-De Asturias tengo tres cosas. La primera, un antepasado, llamado Diego de Ávila Albadiana, nacido en la villa de Pravia, hacia 1560. Lo que solemos llamar un conquistador, o sea, uno de los primeros hombres que construyó villas en Cuba y dejó vasta prole de la que desciende casi toda la región de Holguín hoy día . La segunda, un plato en el imaginario doméstico: la famosa fabada asturiana, que en mi casa se evocaba siempre con nostalgia y que yo no conocí, al menos en su integridad, porque nací después del triunfo de la debacle nacional (1959) y, en consecuencia, siempre faltaban mínimo dos ingredientes para hacerla como era debido. La tercera, la Covadonga que mi abuela invocaba, de amplio arraigo en la vida cubana desde el siglo XIX, mediante sociedades de beneficencia, centros cultuales y hasta clínicas y hospitales.
-Porque es más un canto de cariño a España que un gesto de indiferencia. Para bien o para mal fuimos, con Filipinas y Puerto Rico, la última colonia, pero también los que mayor cantidad de españoles recibimos durante la primera mitad del siglo XX, ya sea porque hubo una política oficial de 'blanqueamiento' de la población cubana entre los años 1910 y 1930, o porque la guerra civil española aportó a miles de peninsulares, una vez más, hacia Cuba. España se ha convertido hoy, para muchos cubanos, en la última tabla de salvación, amparados en la Ley del Nieto que concede la nacionalización a los nietos de españoles. Todo esto resulta muy irónico, porque muchos de los cubanos que descendemos de españoles tuvimos bisabuelos que lucharon por la independencia de Cuba. Y ahora, sus nietos y bisnietos buscan los orígenes que sus ancestros desdeñaban para regresar, por la vía de la legalidad, al regazo de la Madre Patria.
-La novela es el más cómodo, pero también el que más inspiración y voluntad exige. Pendiente: teatro. Y en eso estoy, a dos manos, con una escritora francesa. A la vista, una nueva novela en ciernes y un libro de relatos sobre Italia que estoy escribiendo directamente en francés, algo que solo hago para el ensayo o el relato.
-Como todo: abigarrado, diverso, bizantino. Creo que ya no sabemos ni donde estamos parados. La tendencia la dicta una aplicación o una red social. La libertad sigue siendo hacerle caso o no a la tendencia. Y en todo eso, un zafarrancho descomunal en el que nadie se oye, y lo peor, nadie logra hacerse oír. Incluso en Francia, donde el escritor tuvo hasta poco cierta influencia en la opinión pública, ahora se presta más atención a lo que balbucea un futbolista o lo que dice quien logra mayor número de seguidores y de deditos para arriba en las redes sociales.
-Más que recomendar un libro prefiero pedir a cada visitante a la Semana que no salga del recinto sin haber comprado mínimo tres. Por cada libro que se compre se le está dando días de oxígeno al futuro de la humanidad. Si la televisión tiene la misión de atiborrarnos la mente de estupideces, lo único que todavía nos puede poner a salvo es la lectura. Palpar el papel, pensar, comunicar secretamente con quien está escribiendo para ser leído, ir al encuentro del autor, preguntar, intercambiar, no aceptar plácidamente el producto que se tiene ante los ojos. De eso tiene, forzosamente, que nacer un individuo mejor. Lecturas, miles. Tantas que no sé que tendré tiempo leer y qué no durante la vida. Mi último libro leído, 'Crematorio,' de Rafael Chirbes, un autor que se malogró justo en el momento en que empezaba a escribir su obra más desgarradora.
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