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Asturias suena en Lorient

Asturias suena en Lorient

El Festival Intercéltico celebró su gran día con el desfile de setenta y cinco bandas de gaitas y grupos de baile, dos de ellos asturianos

Alberto Piquero

Lunes, 4 de agosto 2014, 08:25

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Del mismo modo que tras unos fuegos artificiales extraordinarios, el aire queda impregnado de colores y el silencio se hace extraño, así el gran día del Festival Intercéltico de Lorient, la Grande Parade, que ayer volvió a congregar un año más a casi tres mil artistas desfilando por las calles de la ciudad, partiendo a las diez de la mañana desde el Stade du Moustoir. Trece banderas de las distintas comunidades y naciones de identificación celta abrieron el paso, que se prolongaría durante tres horas en ese inicio, entre ellas, por supuesto y en lugar eminente, la asturiana, enarbolada por el gaitero Jesús Fernández, ganador en la edición de 2013 del Trofeo Mac Crimmon. Iban precedidas por una ambulancia y un taxi de época, que bordearon la parte exterior del campo, recordando el centenario de la IGuerra Mundial.

Asturias estuvo representada por la Banda de Gaitas Camín de Fierro, que tiene su epicentro en Teverga, allí por el Valle del Oso, con sobrio despliegue muy aplaudido. Y por el Grupo de Baile de Fitoria, cuya sede radica en el perímetro de Oviedo, en la falda del Naranco, encabezado por tres gaiteros del grupo y acompañado por miembros de la delegación oficial asturiana con las galas tradicionales correspondientes, entre las que no faltaron junto a la montera picona y el tocado bordado, garrotes de respeto y varas de avellano de las que guían el ganado. También se sumaron de la misma guisa, los concursantes del Trofeo Mac Crimmon, Fabián Fernández, Javier Menéndez y, desde luego, Álvaro Álvarez, flamante vencedor del certamen. Desfilaron unos y otros al compás de pasacalles, muñeiras o alboradas, en un popurrí ininterrumpido. Una prueba de la comunión que se da por parte del público se calculaban ochenta mil asistentes en el recorrido con los protagonistas del itinerario, se observó en la salida del Stade du Moustoir, cuando la gente apiñada solicitaba información y pose fotográfica a algunos de los componentes de ambas formaciones. «Es algo habitual», indicaba Iñaki Santianes, jefe de la delegación, apuntando a la evidencia de un lazo muy estrecho que une mediante cordón popular el acontecimiento artístico y la integración en el mismo de los ciudadanos locales y los venidos de la rosa de los vientos. Se advierte un hilvanado espontáneo y sentido.

El trayecto tampoco es breve, hasta el puerto de pesca, en el otro extremo de la villa, longitud que puede ponderarse en torno a los tres kilómetros, cruzando arterias principales en cuyas aceras protegidas por vallas, se podían contar cuatro y cinco hileras de rostros expectantes. Un curioso merodeo a otras avenidas fuera del programa, solitarias y somnolientas, revela que aquí todo el mundo está al borde de la Grande Parade des Nations Celtes.

Y en el fragor festivo, un mosaico cromático con cada banda de gaitas, con cada grupo de baile, marineros, sombrillas de encaje, trajes recamados, gafas de sol post-modernas en jóvenes gaiteros, indumentarias lectivas de raíces rurales y también de domingo, guitarras españolas hay que decir que en manos de agrupaciones de latitudes ajenas, barbas patriarcales y de las nuevas generaciones, un arco iris. Hablando de relevos generacionales, ahí estuvieron incluso los bebés en brazos o los numerosísimos niños que formaron parte fundamental de los cuadros. Al final, decíamos al principio, el aire que durante varias horas fue reemplazado por el sonido de las gaitas, vuelve al silencio, que se hace raro. Quedan vibrando las melodías en algún rincón del espíritu. Cerró el desfile la banda de bomberos de Morbihan, sin intervenciones contra ningún fuego, aunque la temperatura humana y artística resultara febril. Y feliz.

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