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MIGUEL LORENCI
Jueves, 28 de agosto 2014, 00:09
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Era a la rumba catalana lo que John Lee Hooker al blues o Bob Dylan al folk electrificado. Su muerte deja huérfano este género que Pere Pubill Calaf -Peret para el mundo y los carteles- creó y engrandeció y sobre el que edificó una carrera desigual de casi siete décadas. Pionero del género convertido en maestro, el rey de la rumba perdió ayer la batalla contra un cáncer de pulmón al que había plantado cara con entereza, fe evangélica y buen humor. «Es preferible reír que llorar, así la vida se debe tomar», cantaba el pasado 30 de julio al anunciar que padecía un tumor.
Rumbero por excelencia y padre del 'invento', el cantante y músico catalán abrió sendas por las que transitaron todos cuantos han sido algo en este género de fusión gitana y latina, de Los Amaya a Estopa pasando por Las Grecas o Macaco. Se le reconocía su aportación en 2010 con uno de los grandes galardones de la XIV edición de los Premios de la Música y abriéndole la puertas del Liceo para dirigir un curso de rumba.
Pere Pubill Calaf nació en Mataró en 1935. En 1947 debutó con su hermana Pepita sobre las tablas del barcelonés teatro Tívoli, ganando un concurso infantil que presidía Eva Perón. Se había criado en el corazón más gitano del barrio de El Raval, hoy crisol multiétnico. Los clanes calés gestaron allí una revolución musical de la que Peret sería alma y protagonista. La rumba gitana se mezcló con la guaracha y el mambo de Pérez Prado para alumbrar un nuevo género: la rumba catalana. Nació con ella ese rasgueo percusivo conocido como 'el ventilador' que Peret ejecutaba con enérgica maestría. «Un truco ingenioso y de fácil ejecución», según otro sabio rumbero y rumboso, el desaparecido Gato Pérez.
La escuela del mercadillo
Peret tuvo una infancia libre, feliz y sin escuela. Su vocación musical era inédita en su familia. Aprendió en la calle y en los mercados que recorría con su padre, tratante de tejidos, al que todos conocían como «el mig amic». Así titularía Peret uno de sus temas, un tributo a su progenitor que Manuel Vázquez Montalbán saludó como «el mejor tema de la nova cançó catalana».
Su talento para la guitarra, que se convirtió en su sombra, y su innato gracejo le hicieron un hueco en las juergas rumberas del mercadeo de paños. Como a Dylan, a Peret le cambió la vida un accidente de moto sufrido con 16 años. Fue el principio de una carrera artística con escalas en el Teatro Victoria del Paralelo con sus fieles palmeros, los primeros singles, el traslado a Madrid y la inmensa popularidad de los años 60 y 70. Una época en que en discotecas y bôites se pinchaban sus rumbas.
Su primer álbum es de 1968. Incluía éxitos como 'Una lágrima', 'El gitano Antón' o 'Amor a todo gas', que medio siglo después siguen en la memoria colectiva. La revista 'Rockdelux' lo incluyó en la lista de los 100 mejores discos españoles del siglo XX. En 1974 alcanzó la cima de su popularidad representando a España en Eurovisión con 'Canta y sé feliz'. Poco antes, su tema 'Borriquito' fue número 1 en España, Holanda y Alemania.
Retiro y regreso
En los ochenta desaparece. Primero se entrega a la fe evangélica que profesa y predica y luego batalla y vence al cáncer en sus primero embates. Pero hasta lo más granado de la movida lo recuerda. Ahí queda la gloriosa versión de 'La noche del Hawaiano' que hicieran Los Peatones, el grupo más efímero de la historia, una insólita unión de media hora entre 'El Último de la Fila' y 'Radio Futura' en una fiesta de Radio 3. Regresó en los noventa con tanto empuje como antes, manteniendo vivo un legado y un repertorio que comparte, como probó el disco de homenaje de 2000, con versiones remozadas de sus éxitos junto a Ojos de Brujo, Los Enemigos, Fermín Muguruza -gran amigo suyo-, Amparanoia o el mismísimo David Byrne. Fue por aquella época cuando volvió a pisar tierras asturianas. En el festival 'Llanes al Cubo' (2008), en el Antroxu de Avilés (2011) en la Semana Grande de Gijón (2010).
El rumbero mayor del reino gozaba de una extraordinaria salud artística mientras menguaba su salud física. Sus majestuosas patillas azabache enmarcaron durante años un rostro gitano, travieso y sonriente que acabó rematado por una barba cana y una prominente calvicie. En 2007 regresaba con el disco 'Que levante el dedo' y en 2009 regaló un soberbio repaso a melodías que marcaron su infancia, como 'Rascayú' o 'María de la O', en 'De los cobardes nunca se ha escrito nada'. Cayó enfermo cuando ultimaba su primer disco cantado íntegramente en catalán -'Peret als barris de Manresa'-, una última época de su vida en la que prestó su respaldo al indepentismo, y tras concluir un nuevo trabajo en castellano. Puro genio.
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