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Alrededor de Marzio Conti, de izquierda a derecha, Marcelino Gutiérrez, director de EL COMERCIO; José Luis Prado, Javier Gámez, Merche Escobedo, Pelayo Fueyo, Lucía Falcón, Alberto Piquero, Diego Medrano; Jaime Martínez, presidente de Amigos de la Ópera, Cosme Marina, Alejandro Carantoña; María Riera Gutiérrez, directora general de Oviedo Filarmonía, y Paz de Alvear, jefa de la Redacción de Oviedo del periódico. Posteriormente, se incorporaría también Marisa Fanjul.
«Sin apoyo, la música clásica se morirá»

«Sin apoyo, la música clásica se morirá»

Recién inaugurada la XXIII Temporada de Teatro Lírico con 'El rey que rabió', que ha dirigido, el florentino protagoniza un encuentro en el Barceló lleno de talento y humor

ALBERTO PIQUERO

Domingo, 6 de marzo 2016, 01:26

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Marzio Conti (Florencia, 1960), flautista de reconocido prestigio internacional que a mitad de los 90 hizo el tránsito a la dirección orquestal, ha alcanzado también en ese terreno las mismas cimas artísticas. Desde 2011 lleva la batuta de Oviedo Filarmonía y aquí ha encontrado un lugar que «me ha dado muchísimo, soy muy de Oviedo». Esta semana inauguraba en el Teatro Campoamor la XXIII Temporada de Teatro Lírico, con la obra de Chapí, 'El rey que rabió'. Casi a continuación de haber puesto el epílogo a la Temporada de Ópera, con 'La Bohème'. Esta semana fue el protagonista de las Conversaciones de EL COMERCIO, que se celebran en el Hotel Barceló Oviedo Cervantes. Directo en las respuestas, 'molto vivace', ayudado en algunos matices del italiano por la directora general de Oviedo Filarmonía, María Riera Gutiérrez, dio lección magistral de música y vida.

Un género español

«La zarzuela es la zarzuela, una macedonia»

Siendo tan recientes las sensaciones que ha dejado sobre las tablas la representación de la zarzuela 'El rey que rabió', por ahí se inició el diálogo. «Es difícil, siendo una parte involucrada, explicar lo que ha pasado, sea positivo o negativo. Estoy contento porque creo que se ha hecho un buen trabajo, superior a lo que yo esperaba. Se dice que esta zarzuela es fácil, y no lo es. Quiero destacar especialmente al coro, compuesto por jóvenes de poco más de veinte años, con sus pendientes y tatuajes, muchos de los cuales estaban por primera vez ante un público de estas características. Los solistas, la escenografía de Emilio Sagi, han resultado magníficos; pero el papel principal es el del coro».

Yendo un paso más allá, también habla del género, que explica a sus amigos italianos de forma incontestable: «La zarzuela es la zarzuela». O sea, «un género mixto, una macedonia, que se relaciona mucho con los periodos en que es escrita cada una de las obras. A veces, más cercana a la opereta; en otras, a la ópera. 'El rey que rabió' apenas tiene música española, la conexión es europea, con el lenguaje pucciniano, con el rossiniano de 'El Barbero de Sevilla' (y se detiene para tararear un fragmento). Pero la zarzuela es la zarzuela».

Un 'viejo prodigio'

«Llegué tarde a la música, pero tenía oído crítico»

Embarcándose en su biografía musical, evoca que «comenzó muy tarde, a los diecisiete años. Sabía más de fútbol que de música. Eran los 'años de plomo' en Italia (los 70, con el terrorismo en las portadas cotidianas) y yo estudiaba en el liceo. Años muy calientes. A mí la política no me interesaba, salvo para ligar, con 'L'Unitá' debajo del brazo. Me parecía todo muy falso. Pero mi madre (María Vittoria Soldaini) tenía un abono del Comunale, de Florencia, y allí escuché 'Iván, el terrible' -que el próximo 20 de abril llevaremos junto a Oviedo Filarmonía al Auditorio-. En el liceo, sonaba el rock de Pink Floyd, de Génesis, de Jethro Tull. Yo reparé en la flauta de Ian Anderson (Jethro Tull). Y en mi desarrollo artístico fue fundamental mi padre (Gino Conti), un pintor autodidacta que acabó teniendo obra en galerías de París, Amsterdam y América. Me enseñó el valor de la belleza. La pintura me sigue produciendo una gran serenidad. Bueno, fui a visitar a un profesor de música, que también era carpintero, Benedetto, y le dije que quería tocar la flauta como Ian Anderson. En un mes, había acabado el libro que me proporcionó y decidí asistir al conservatorio. No me recibieron bien. Me dijeron: 'Este es un sitio serio'. Yo era un viejo de diecisiete años. Y muy peludo».

El hecho fue que al cabo ingresó en la Academia de Niza y a renglón seguido en el Conservatorio Superior de Música, de París, residencia de una de las escuelas de flauta mejores del mundo, donde ascendió de grado, al de «viejo prodigio», dice sin perder el humor.

«Llegué tarde a la música, pero tenía un oído crítico. Y en Italia, por entonces, al igual que en España, no existían escuelas de flauta valiosas, aunque ahora los mejores flautistas y oboístas salen precisamente de Italia y de España».

De los conciertos a la dirección

«Mantengo el corazón del músico de concierto»

Debutó en la RAI, en Turín, y su siguiente escenario fue el Festival de Salzburgo. «Fue muy impactante, una locura». Hasta que después de haber logrado éxitos concertísticos por los teatros del mundo, de pronto, «la casualidad» le puso en las manos una batuta. «Estaba haciendo un concierto complicado de Tchaikovski, en el Comunale, de Florencia, dirigido por Piero Belluzzi, y le confesé que empezaba a aburrirme de la flauta, que si podía darme algunas clases de dirección. Accedió y me hizo creer que tenía un talento natural para la dirección. Además, ese mismo año, murió Alain Marion (uno de sus profesores en la Escuela Superior de París) y algo se interrumpió en mi vida. Tenía 36 años. Abandoné la carrera de flauta y pasé a dirigir la Orquesta Sinfónica de Abruzzese. Belluzzi me había dicho que se ganaba mucho más. Fue el error de mi vida», dice entre risas. Más en serio, confiesa: «Dirigir es más sencillo que tocar. Dirigir 'La Bohème', con toda su dificultad, es más fácil que interpretar un concierto de 'La flauta mágica', de Mozart. En lo que me siento menos dotado es para la política organizativa. Mantengo la sangre y el corazón del músico de concierto».

La Sinfónica de Abruzzese sería la primera orquesta bajo su tutela, a la que se sumarían muchas más, en Turín, en Roma... Y de nuevo el azar le aguardaba a la vuelta de la esquina. Se avecinaba su llegada a Oviedo Filarmonía. En esa época, dirigía la Orquesta Nacional Clásica de Andorra, que tenía una de sus actuaciones en el Auditorio de Madrid. Allí estaba el musicólogo Luis G. Iberni, quien le informó de que acaso pudiera ser el próximo director titular de Oviedo Filarmonía. La hipótesis azarosa se ha acabado convirtiendo en fecunda realidad.

Música de puertas abiertas

«Fue una lección de humildad el encuentro con la peña Symmachiarii»

Son muchos los logros que Marzio Conti ha obtenido al frente de Oviedo Filarmonía, atrayendo a grandes figuras del panorama internacional, mediante grabaciones como la dedicada a Saint-Saëns, poniendo banda sonora a películas extraordinarias, elevando a cotas de virtuosismo los conciertos del Auditorio Príncipe Felipe o, en marcador simultáneo, acercando la música clásica a orillas inéditas. Así llegó a entrar en contacto con la peña oviedista Symmacharii. «Fue fantástico, y, además, una lección de humildad. Había quedado con el representante de los Symmachiarii, que se retrasaba. Pensé que no tenía por qué esperar. Pero lo hice. Y fue traer un aire diferente, en el que es fundamental su posición de aficionados al fútbol que están contra la violencia». Le acompañaron afinando en la interpretación del himno del Oviedo en el Nuevo Carlos Tartiere y algunos de ellos han comenzado a asistir a los conciertos de la temporada musical.

Política cultural

«No se puede comparar a Pink Floyd con Mozart»

En el último concierto de Año Nuevo, que Oviedo Filarmonía desplegó en el Teatro Campoamor, Marzio Conti introdujo la sesión previamente con una alocución en la que se rebelaba frente al populismo creciente y apelaba a unas políticas culturales dignas de tal nombre. Insiste en ello: «El problema de la música y la cultura es voluntad política. Si no se apoyan, acabarán muriéndose». No tiene inconveniente en expresarlo de modo contundente. «Digo lo que pienso, antes o después hay que morir», recurre a la variante del humor negro.

De otro lado, sostiene que puede haber géneros musicales más exigentes para el oyente que otros. De la zarzuela, estima que «no tiene por qué ser minoritaria. Y puede modernizarse, hacerse más contemporánea». Sin embargo, «la ópera hay que dejarla donde está». En lo referido a la música popular, aquella que estuvo en sus orígenes adolescentes y rockeros, opina que «no es posible comparar a Pink Floyd con Mozart o Vivaldi, es la historia quien lo dicta. Aunque ignoro lo que ocurrirá dentro de doscientos años». En cualquier caso, la certeza es que «la música clásica pertenece a una herencia que hay que cuidar, para lo que resulta indispensable la educación, pues de otra manera se extinguirá». Y, en ese sentido, lamenta que «para los políticos de hoy, que carecen de ese ADN musical, siempre hay que justificar la importancia de la música. Lo es porque contribuye al crecimiento de las personas. Se trata de que los ciudadanos puedan distinguir, en la música y en todo, para ser libres. Aunque a ellos les parezca peligroso».

También reprocha las disposiciones legislativas, italianas y españolas, que «prohíben a un músico que toque en una orquesta poder impartir su magisterio en un conservatorio. Son leyes estúpidas. Como lo serían si impidieran al mejor neurocirujano ser catedrático universitario. La música, el arte, han de estar convalidados por los méritos».

Educaciónr

«Hay que dar a los jóvenes

la oportunidad de ir a los ensayos»

¿La música está al alcance de todos los oídos? ¿Son precisos códigos y conocimientos para que fructifique la pasión melómana? A juicio de Marzio Conti, en principio, no hay requisitos imprescindibles. «¿Cuántas almas estamos perdiendo?», contrainterroga. Y expone una anécdota cercana: «Una amiga de mi hija fue por primera vez a una ópera hace escasas fechas. Le sorprendió todo. Y salió prendida de un entusiasmo total. No sucederá siempre así, pero hay que darles a los jóvenes la oportunidad de vivirlo. Sólo hay que facilitarlo, incluyendo que vayan a los ensayos de la ópera, de la zarzuela, de los conciertos sinfónicos. La música es sensorial, inmediata. Es como enamorarse, que no sabes por qué, simplemente te enamoras».

Una isla de la música

«A veces, me pongo crítico, pero ese es un rasgo de un asturiano más, ¿no?»

Ya es un lustro el que Marzio Conti lleva respirando en la ciudad de Oviedo. Hace balance humano y musical. «Musicalmente, a veces es complicada. Por momentos, los ovetenses se asemejan a los florentinos en un cierto esnobismo. Es una ciudad pequeña con muchas 'capillas'. Pero es que posee un altísimo nivel musical. Es una isla en España, si la comparamos a otras ciudades de su magnitud. ¿Dónde hay ese nivel? La temporada del Auditorio tiene un cartel que envidian mis amigos de Florencia. No se ha de perder lo que ya tenemos, lo que se ha logrado hasta aquí. Y, honestamente, en el plano humano, se me ha dado más que en ningún otro lugar, más que en mi propia ciudad. Soy muy de Oviedo y estoy muy agradecido, es un honor desarrollar aquí mi trabajo. Si el clima es frío y húmedo, la gente no lo es, sino todo lo contrario. Es verdad que en ocasiones puedo ponerme crítico, pero eso es un rasgo asturiano más, ¿no?».

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