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El pianista Grigory Sokolov tocó obras de Mozart y Beethoven en el Auditorio Príncipe Felipe.
Apoteosis de Grigory Sokolov  en el auditorio

Apoteosis de Grigory Sokolov en el auditorio

Considerado uno de los mejores intérpretes del mundo, convirtió su actuación en una experiencia emotiva, toda una liturgia sonora

RAMÓN AVELLO

Miércoles, 15 de febrero 2017, 00:15

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Para un músico fuera de las convenciones y al margen de la mercadotecnia, que se le califique como el primer pianista del mundo es algo banal. Sokolov no es el primero ni el segundo porque es único, diferente a todos, más hondo, más comunicativo, más personal. Asistir a un concierto de él -en Oviedo ya hemos podido hacerlo, al menos, en cinco o seis ocasiones- es más una experiencia emocional y de liturgia sonora que de espectáculo musical. Sokolov se dirige al piano como un autómata, exige que las luces estén en penumbra y empieza a tocar enlazando las dos obras de Mozart sin interrupciones ni aplausos. Cuando termina sale también disparado del escenario. Como la gente aplaude, regresa, saluda y sigue tocando.

Esa personalidad intransferible de Sokolov se traslada a sus programas, que habitualmente constan de tres partes, la tercera, no anunciada, la abierta y generosa de los bises. Ayer en Oviedo, el programa empezó con dos visiones de Mozart, desde la a priori sencilla 'Sonata en Do Mayor', KV 545, llamada 'fácil' y bautizada por Mozart como 'Pequeña sonata para principiantes', a la trágica 'Fantasía en do menor', K.475 y su hermana la 'Sonata en do menor', Kv. 457. En la primera extrae toda la musicalidad adornando la melodía, especialmente en las repeticiones, dando un carácter espontaneo muy lírico y de una gran emotividad. La segunda es como la vertiente trágica de Mozart, una sonata en la que Sokolov retrasa los tiempos, juega con los matices, con las intensidades, transmitiendo un sentido pasional, el de un intérprete que toca a quemarropa. Y todo eso sin mover un pelo.

En la segunda parte, dos versiones sublimes de Beethoven. La 'Sonata n.º 27 en Mi menor' es una obra en cierta manera programática, que tenía en sus borradores breves títulos. En el primer movimiento, el 'Combate entre el corazón y la cabeza', y en el segundo la 'Conversación con la bienamada'. Y, cerrando esta segunda parte, la 'Sonata n.º 32', última de las sonatas de Beethoven. Se puede hablar de una interpretación especialmente única, estratoférica, de esta última. La mejor que se puede escuchar de ella. Además, en un momento de honda inspiración de Sokolov. Al final de la 'arietta', la tímbrica y el color trascendían las limitaciones sonoras del piano. Eran como sonidos de campanas, cantos muy ligados y un sentido de enorme quietud que parecía convertir a esta sonata en un preludio del silencio.

Remató con las propinas, el momento esperado. Se abrió al repertornio romántico con un 'improntu' de Schubert exquisitamente cantado, el Chopin de los nocturnos y un aire, probablemente de Rameau, en el que la sonoridad del piano imita por medio del toque al clavecín. Seis propinas, y el público seguía de pie aplaudiendo en lo que es, como todos los de Sokolov, un concierto irrepetible y sublime.

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