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El cineasta Alberto Rodríguez.
Alberto Rodríguez, el observador certero

Alberto Rodríguez, el observador certero

El cineasta sevillano, con 17 nominaciones por ‘La isla mínima’, se reafirma en su apuesta por retratar el pasado reciente y desnudar la condición humana

Rosario González

Miércoles, 28 de enero 2015, 20:44

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El caso del cineasta Alberto Rodríguez Librero (Sevilla, 1971) no es precisamente el de un principiante, aunque su tranquila pero ascendente trayectoria y su presencia habitual en festivales y premios, hace tomar conciencia del nuevo panorama que se dibuja cada vez más nítido. Forma parte de una generación distinta, nacida en lo profesional al compás de la reconversión de una industria del cine acuciada por la crisis y las nuevas formas de consumo que, sin embargo, logró remontar en 2014 con cifras históricas de taquilla y de cuota de pantalla. Pone nombre y apellidos a una cantera de directores, productores y guionistas que llegó pisando fuerte y que, además del manejo de los nuevos medios de producción, comparten un alto grado de formación y talento para dar con buenas historias que conecten con el público.

También la Academia ha estado atenta y, las dos últimas películas del director sevillano, Grupo 7 y La isla mínima, acapararon 16 y 17 nominaciones respectivamente a los Premios Goya. De las 16 nominaciones de Grupo 7 entre ellas a la mejor película, mejor director y mejor actor-, solo culminaron en premio dos para sus actores Joaquín Núñez, Goya al mejor actor revelación, y Julián Villagrán, que se llevó el premio al mejor actor de reparto.

Mientras continúa alumbrando proyectos, el cineasta sigue sin buscar el foco ni prodigarse en los medios, a pesar de su cada vez más consolidada carrera. Rodríguez prefiere continuar su labor de observador de las situaciones cotidianas, ese algo que palpita en el ambiente y que moldea para recrearlo ante la cámara de la manera más fiel posible. Parte central de un lenguaje cinematográfico en el que apuesta sobre todo por desnudar la condición humana, más allá de los conflictos sociales que abordan sus películas.

Una búsqueda que se repite en cintas anteriores como Siete vírgenes (2005), donde aborda el tránsito a la madurez de un adolescente y logró seis nominaciones a los premios Goya, entre ellos el de mejor película, mejor dirección, mejor actor y mejor guion original. Se llevó a casa el de mejor actor revelación para Jesús Carroza, situación similar a la de la anterior edición de los Goya con Grupo 7.

True detective a la española

Con La isla mínima, Rodríguez hace retroceder al espectador hasta 1980 y lo sitúa en un pueblo de las marismas del Gualdaquivir para seguir una investigación policial junto a sus dos antagónicos protagonistas, dos agentes protagonizados por Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez. Un tándem comparado -con mayor o menor acierto- con el formado por Matthew McConaughey y Woody Harrelson en la exitosa y multipremiada serie de televisión americana True Detective. Ambos comparten nominación al mejor actor, además de la nominación de Nerea Barros como actriz revelación y la Mercedes León como actriz de reparto.

Todos ellos dirigidos por la minuciosa batuta de Alberto, que no duda en ensayar una y otra vez cada frase, cada secuencia o cada gesto hasta dar con un resultado satisfactorio. Ese que refleje con la mayor autenticidad posible cada escena y sumerja al espectador en una historia totalmente extrapolable a la calle donde vive, al bar donde desayuna o al piso de enfrente. Que sus personajes logren aproximarse a un público que se sienta cerca, reconocido en el otro.

Aunque diseñado bajo el mismo patrón, La isla mínima se configura como su trabajo más ambicioso, curtido ya en anteriores largometrajes en algo que maneja con soltura, como es el reflejo certero de las atmósferas turbias y adentrarse sin descarrilar en temas oscuros, ya fuera la limpieza policial de la Sevilla de la Expo 92 o el tiempo convulso y de crispación del 1980 anterior al Golpe de Estado. Bajo esa premisa, pasea de la mano al espectador por un pasado reciente recreado de manera cruda y violenta, incluyendo en el retrato el trasfondo político sin aspavientos. Todo ello enmarcado en una obra que oscila entre el cine negro y el werstern crepuscular, con personajes definidos por la vida dura, anclados en el tiempo que transcurre con pesadez en el inmenso paisaje moldeado por el barro y el agua de las marismas.

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