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María Jimena Duzán, en un puente de Logroño, donde participó en las jornadas organizadas por Futuro en Español. Justo Rodríguez
«Lo único que tiene un periodista es su credibilidad»

«Lo único que tiene un periodista es su credibilidad»

La periodista colombiana María Jimena Duzán, compañera de García Márquez en una época memorable, ultima un esperado libro sobre el presidente Santos y el proceso de paz

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Domingo, 29 de octubre 2017, 00:37

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Tiene una de las voces más interesantes del periodismo en español. María Jimena Duzán lleva 40 de sus 56 años escribiendo columnas en los principales medios de Colombia. Paramilitares mataron a su hermana, también periodista, y sicarios de Pablo Escobar acabaron con la vida de su mentor, Guillermo Cano, director de El Espectador. Se exilió en España tras varios intentos de secuestro. Ahora es periodista de la Revista Semana en Bogotá, su ciudad, donde dirige un conocido programa de debate político en televisión.

Premiada y, ante todo, respetada por sus colegas, esta semana maravilló al público de las jornadas organizadas por Futuro en Español en Logroño con sus reflexiones y sus recuerdos de una época envidiable. Cuando veía a un Gabriel García Márquez aún desconocido bailar (bien), cantar (mal) y despachar crónicas asombrosas, como la de la protesta en el remoto estado del Chocó, que en verdad no había tenido lugar pero donde se exponían las razones con tanto fundamento que llegó a suceder después.

-¿Era buen periodista o realmente escribía tan bien que se le perdonaba todo?

-Era más lo segundo. Creo que Gabo era un gran inventor y que utilizó el periodismo para inventar, y que esta era una especie de licencia que siempre tuvo y que la subsanaba con esa asombrosa capacidad para escribir.

-Se agradece que diga que tenía sus defectos porque hay un exceso de referencias inmaculadas...

-Uno no puede olvidar cómo era Gabo por el hecho de preservar la memoria. Tenía muchas fisuras en su percepción de lo que era la verdad en el periodismo, pero, bueno, es parte de su grandiosidad. En esa época en El Espectador tenía una relación muy estrecha con el editor, el ‘Mono’ Salgar. Le vigilaba porque no se fiaba del todo. Él decía, con aquel humor que tenía, que él sí había conocido lo que era la explotación del hombre por el mono. ¡Lo tenía encima! Cada crónica lo tenía encima y cada crónica era majestuosa.

-¿Cómo reaccionó ante la muerte del director de El Espectador?

-Gabo estaba aquel año, 1986, en La Habana. Era el festival de cine. No podía regresar a Colombia porque le acusaban de ser un guerrillero. Guillermo Cano me envió con la misión de pedirle que escribiera una crónica sobre los 75 años del diario. Gabo se crió allí como periodista y eran muy amigos. Le pregunté por la pieza y me dijo que no la iba a hacer, que ese país era una mierda y que mataban por una crónica. Me pareció que estaba exagerando por lo que le había pasado y le dije que no era así, que eso no sucedía en Colombia. Resulta que a los tres días yo salía de un cine y me llamaron porque Gabo me buscaba. Me lo dijo llorando: «Acaban de matar a mi amigo Guillermo Cano». Yo me apené muchísimo y le dije: «Gabo, tenías toda la razón». Él dijo: «Este es un país de mierda». Fue una tristeza. Gabo lloró toda la noche y se quedó callado. Y Mercedes, su mujer, también. Recuerdo que llegó Fidel Castro y no podíamos hablar ni Gabo ni yo. No quiso recordarle ni hablar de él. Le tenía a la muerte pavor. No hablaba de ella.

-¿Le preguntó por la crónica?

-Ya no. ¿Para qué? No contaba con ella. Pero tres meses después me envió un sobre con un perfil absolutamente espectacular sobre su gran amigo Guillermo Cano que está en el libro ‘Gabo periodista’. Se faja un perfil de Cano que me hizo llorar, que nos hizo llorar y que aún me hace llorar si lo releo. Tres años más tarde fue cuando pusieron la bomba contra el periódico El Espectador.

-Y un año después de aquella bomba los paramilitares asesinaron a su hermana, que rodaba un documental para la BBC sobre la violencia política.

-El día que la enterramos Gabo llegó a Bogotá y me llamó. Me dijo que fuera a cenar con ellos esa noche y, tal y como era él, no me dijo nada, ni pésame ni nada. Hablamos de todo, pero nunca de la muerte porque a Gabo no le gustaba nada. Era su manera de ser solidario.

-¿No se planteó abandonar el periodismo?

-Sí me lo planteé. Que por hacer el trabajo uno tenga que enfrentar la vida... Sin embargo, uno desarrolla una especie de obsesión por saber por qué. Por qué matan a los que matan. Eran demasiadas preguntas que yo tenía que resolver y sabía que si no las resolvía no iba a hacer bien lo que hubiera decidido hacer. Por eso no dejé de ser periodista. Y si soy sincera ahora las estoy empezando a resolver.

-¿Necesitó contarlo en aquel libro ‘Mi viaje al infierno’?

-Exacto. Esa fue una de las razones. Ahí empecé a entender qué me pasó y si uno entiende lo que le pasa a uno, uno entiende lo que le pasa al barrio y a la ciudad y al país. Entonces empiezas a ser mejor periodista, mejor ser humano. Fue mi manera de sanarme. Yo fui víctima de un conflicto.

-¿Qué le pasó con Álvaro Uribe, el ex presidente de Colombia?

-Me propusieron hacer un libro sobre Uribe a quien yo conocí cuando era un hombre liberal, pero que en aquel entonces ya tenía unas ideas populistas. Él accedió y me dejó entrar durante 24 meses. Retrato cómo gobernaba. Me di cuenta de que había una gran similitud entre lo que es, que es un capataz de campo, un dueño de finca, y su manera de dirigir el país. Es un líder muy feudal. Yo lo describí así, el libro se vendió muy bien y a él no le gustó. No hemos vuelto a hablar.

-Está a punto de terminar su esperado libro sobre Juan Manuel Santos…

-Este libro es mucho más complejo. No es tanto sobre Santos, sino sobre lo que Santos hizo, que es el acuerdo de paz, con el cual yo estoy completamente de acuerdo, con todas las imperfecciones que tiene y con las críticas que uno puede hacerle a ese mismo acuerdo. Formo parte de ese grupo de colombianos que agradece que se haya parado una guerra que duraba 55 años. Cubrí ese conflicto y estuve también en La Habana cuando se producían las negociaciones entre el Gobierno y las FARC. Me impresionó mucho cómo fue tejiéndose todo el acuerdo y lo dramático que se produjo cuando se perdió aquel referéndum, que fue un cúmulo de errores que vamos a pagar muy duro y que van a convertir esta paz en una paz muy imperfecta.

-Hubo muchas mentiras sobre el proceso de paz en Colombia y una manipulación brutal, ¿cómo puede responder el periodismo ante esto?

-Ese sigue siendo un desafío que afrontan los periodistas en todo el mundo. Son las mentiras en las redes sociales. En este caso fueron dos. La primera mentira sirvió para que la Iglesia y los sectores cristianos se opusieran al acuerdo y es que según ellos ese acuerdo abría las puertas para imponer la homosexualidad. La segunda aún más absurda si cabe consistía en que Juan Manuel Santos, que es un neoliberal integral, era un ‘Castrochavista’. Fue una campaña que hizo Uribe que fue muy exitosa. Logró calar en ciertos círculos y creyeron que este presidente escondía sus cartas. Caló y hasta ahora ha sido muy difícil de atajar porque forma parte de la propaganda política, como la tienen ustedes aquí en Cataluña, como sucedió también en las elecciones de Trump o en el Brexit.

-Santos se formó en el programa Nieman para periodistas de la Universidad de Harvard, igual que usted. ¿Esa sensibilidad periodística no le sirvió para manejar la situación?

-Era muy mal periodista. Su familia era dueña del diario El Tiempo, el más importante, y utilizó el periodismo para llegar a la política. Santos es un gobernante muy distante y tiene un problema serio de comunicación. Hizo una defensa vergonzante del proceso, nunca con vigor. Aparte, los medios cumplieron una labor muy pasiva porque durante mucho tiempo las negociaciones fueron absolutamente secretas. Desde que se conoció el texto del acuerdo, que era farragoso y muy jurídico, sin alma, hasta que se hizo el plebiscito hubo solo dos meses. La gente no entendía el texto y los periodistas no le sacaron partido.

-¿Cómo se explica que medios como The Guardian o The New Yorker hayan publicado visiones tan parciales sobre la situación en Cataluña o hayan dado por buenas informaciones y fotos falsas?

-Porque este tema de las ‘fake news’ nos tiene completamente avasallados a todos los medios de comunicación. Todo sigue un mismo patrón que nos impone a los periodistas un gran desafío. La razón del periodismo es sacar la información que no está publicada. Hasta hoy, es lo que ha movido el mundo. Si nos toca hacer de validadores de lo que está pasando frente a una foto o un hecho que se difunde en las redes la razón cambia. Pero es cierto que si no trabajamos ese tema las mentiras se quedarán en verdad. Y eso va a afectar políticamente la realidad. Esta discusión profunda está atravesando la profesión en todo el mundo.

-¿Es posible el rigor y la calma en una época acelerada y marcada por las redes sociales?

-Lo único que tiene un periodista es su credibilidad. Vale oro en el mundo de las redes sociales, pero la credibilidad se ha construido siempre por fuera de las redes. No conozco a ningún periodista que se haya construido la credibilidad en una red. Hay que cambiar la manera de hacer periodismo pero teniendo como base la credibilidad. Para eso sí creo que lo más importante del periodismo es, volviendo a Gabo, no solamente contar la historia sino tener la ética para contar la historia. Es lo que va a sobrevivir. El periodismo en internet nos obliga a volver a lo básico, a lo mínimo, y eso es la credibilidad y la ética. Esto es cada vez mas fundamental. Lo demás, las crónicas, el reportaje, la forma, se está transformando, pero lo otro no.

-¿Le preocupa el futuro que Internet deja entrever para el periodismo?

-¡Nada! Al contrario. Nunca he estado tan optimista. Internet democratiza la información. Es como cuando nació la imprenta, que cambió el mundo. Es la oportunidad de reinventarse del periodismo. Agradezco estar en este momento en el que se cambia todo porque lo importante se vuelve lo esencial. Hace años el periodismo se había vuelto, al menos en Colombia y en Estados Unidos, en la profesión de unos tipos arrogantes, VIP, y ahora hemos vuelto a mezclarnos con la gente común. Eso está bien.

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