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Las jugadoras de la Escuela de Madres del Baloncesto Villa de Mieres posan para la foto de la plantilla.
Pasión maternal por el baloncesto

Pasión maternal por el baloncesto

En Mieres, madres e hijas comparten club y vivencias en el deporte de la canasta

IVÁN ÁLVAREZ

Martes, 28 de junio 2016, 00:26

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Canastas de generación en generación. En el Baloncesto Villa de Mieres 2012, madres e hijas asumen una doble función fruto de su vínculo maternofilial. Animan desde la grada cuando sus familiares juegan y disfrutan para seguir aprendiendo cuando son ellas las que están dentro de la pista.

«Empezaron las niñas con el club y se nos ocurrió a las madres comenzar nosotras también. Las había que nunca habíamos jugado y otras que en la juventud, en la etapa del instituto, sí lo habían hecho. Poco a poco fue creciendo el grupo y ya somos unas veintisiete», explica Rebeca Fraile, una de las componentes de la Escuela de Madres. «Primero me apunté yo y, cuando salió la Escuela, ya jugamos las dos», desvela su hija Nela Alonso, de once años, componente del equipo alevín y que acumula su quinta temporada en el club «contenta» por el desarrollo dentro de la pista.

El tándem entre Rebeca y Nela, al igual que en el resto de casos que se dan en el club, desemboca en una simbiosis en la que está muy presente la ilusión y las ganas de continuar con el aprendizaje. «No es lo mismo que vayas a ver a tu hija y después no juegues que verla y jugar tú después. Voy a ver a mi hija y veo lo que hace bien y lo que hace mal. Aprendo de ella porque ellas lo hacen mucho más rápido que nosotras, que algunas no habíamos jugado nunca al baloncesto y sabemos menos de técnica», confiesa Belén Carvajal, una de las jugadores del conjunto mierense.

«Nunca había cogido un balón de baloncesto. Soy bajita y nunca me había dado por eso, pero al tener a mi hija metida en el equipo y llevarla todos los días a entrenar se nos ocurrió la idea a nosotros de disfrutarlo también», dice Belén, que reconoce que cuando surgió la idea a algunas les parecía «una locura». «Comenzamos por diversión y luego te engancha. A mí me encantó y es el día de hoy que no me pierdo un entrenamiento y, si no puedo jugar un partido, me muero», comenta entre risas.

Madres e hijas comparten pasión y en ese doble rol de jugadoras y mentoras no suelen tener trabas porque no coinciden en los horarios de entrenamiento. «Ellas entrenan por la tarde y nosotras, de diez a once y media. Está muy bien porque así ya terminaste de trabajar y es el que más nos conviene», aclara Belén, que reconoce que durante la temporada sí que han llegado a coincidir durante la fecha y el horario aproximado del partido. «Te gusta que ella te diga cuando te ve lo que haces bien y lo que haces mal. La verdad es que se crea un vínculo muy bonito», añade en referencia a su hija Alba, que a sus once años acumula una mayor experiencia, ya que lleva cinco dentro de una pista.

Su idilio con la canasta surgió prácticamente con los libros a cuestas, a los seis años. «Vinieron a los colegios, probé un día, me empezó a gustar y ahora estoy aquí», confiesa Alba, que cumple su último año de alevín y pasará a la categoría infantil. «Era una forma de divertirme, de practicar algo que me gustaba y de hacer amigas», profundiza. Un sentir similar al de su madre, que pone de manifiesto que nunca es tarde para seguir progresando.

Con la misma afición por el deporte, surgen las bromas sobre qué generación es más efectiva. Alba reconoce que está presente esa comparativa, pero también señala que condiciona la base de cada una. «Como ellas llevan menos tiempo jugando, tampoco se puede decir nada», indica comprensiva y conciliadora.

Un fenómeno en expansión

El anhelo de disfrutar del baloncesto y seguir los pasos de sus hijos es un fenómeno en auge. Lo es, en gran parte, gracias a la labor desarrollada por Nacho Heredia, que, tras poner en marcha un equipo de madres en Oviedo, hizo lo propio en Mieres. «Surgió en la temporada 2013-2014. Ante la novedad del club en Mieres, las familias se empezaron a motivar. Las madres y los padres comenzaron a practicar el deporte y el club fue creciendo», evoca Arturo Álvarez, presidente de la entidad baloncestística mierense. «No existía una competición estructurada», recuerda Rebeca Fraile respecto a unos inicios en los que la única manera de medir su potencial era enfrentarse en encuentros amistoso al Centro Asturiano ovetense.

«Comenzamos con diez chicas y ya son cerca de treinta», indica Arturo Álvarez acerca del crecimiento de la sección de su club. Un auge que provocó un efecto dominó e impulsó a la Federación de Baloncesto del Principado de Asturias (FBPA) a regular un formato de competición. «Se hizo una liguilla porque a raíz de hacerlo nosotras otras madres más de Gijón y de Oviedo hicieron lo mismo. Se juega una vez al mes, terminó ahora en junio y contempla partidos de 3x3 y alguno de cinco contra cinco», explica Rebeca. «Ahora ya somos cinco. Cuantos más equipos sean mucho mejor. Ahora, cuando terminó la liga, nos dijeron que se había creado uno en el Nazaret», abunda Belén Carvajal.

La forma de calibrar las evoluciones en los entrenamientos llega mensualmente con esos partidos, que miden el nivel de un club como el mierense, que ve cómo su vestuario de las madres se nutre formando un grupo heterogéneo respecto a la edad. «Hay variedad. Las tenemos desde 'babys', en el que los hijos son muy pequeños, hasta diez o doce, que son alevines e infantiles. Tenemos madres con un rango de edad muy amplio. Las hay con más de 50 y también más jovencitas, claro», expone Rebeca. Ella, además de por el vínculo sanguíneo, está unida a su hija por otro lazo, el de la pasión por el baloncesto.

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