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Alberto Contador, Nairo Quintana, Esteban Chaves y Chris Froome, durante la subida a Mas de la Costa.
Una paliza sin consecuencias

Una paliza sin consecuencias

El suizo Frank se reivindica en la tremenda cuesta de Mas de la Costa, donde Contador no se despega de Quintana

J. GÓMEZ PEÑA

Jueves, 8 de septiembre 2016, 00:28

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Matthias Frank tantea una valla, la agarra y echa allí el ancla tras ganar la etapa. Es suizo, tiene 29 años y se sienta como un viejo con artrosis. Más que las piernas, le duelen los ojos. Queman. Calcinados por la visión de la rampa final de cemento por la que ha subido a la meta de Mas de la Costa, balcón sobre Llucena. El muro, del 21% de desnivel, parecía una de esas olas como catedrales acuáticas que buscan los grandes surfistas.

Frank, alpinista, pertenece a una especie con mala suerte: la de los buenos ciclistas sin pegada. «Llevo más de dos años sin ganar nada», maldecía. Para cambiar su destino tenía que lanzarse al despiadado mar interior de Castellón. Aguas calientes. Allí estaba una de esas olas de piedra que tanto gustan a la Vuelta: cuatro kilómetros con un desnivel medio del 12,5%, con piso de hormigón. La desmesura. En Llucena viven de las fábricas de azulejos. Tienen un buen maestro: la naturaleza alicató en vertical la subida a Mas de la Costa.

La hizo tan alta que Quintana y sus rivales -Contador, Chaves y Froome- se limitaron a salir a flote; a, como dijo el líder colombiano, «salvar el día». Ya le queda uno menos para ganar la Vuelta. Frank, que iba delante en la fuga, se dedicó a salvar su carrera, a cambiarla. Pudo con Cataldo y resistió ante la remontada de Gesink, Konig, Herrada y Pello Bilbao. Al entrar en la meta se cubrió la cara con las manos. No lo creía.

En la salida, en Castellón, el perfume era de gasolina. Procedía del autobús del Tinkoff. De Contador. El ciclista que dispone de un carburante único: la locura. «Yo no corro para ser segundo o tercero». Y va cuarto, a unos segundos de Chaves, a medio minuto de Froome y a cuatro de Quintana. Contador reventó la etapa del domingo en un repecho que ni puntuaba. La montaña es él. Ese temor hubo en la salida. Todos miraban al autobús del Tinkoff. «Mi objetivo no es el podio, sino divertirme», avisó.

Arranque descosido

Ni Contador, ni Froome, ni Chaves encontraron el escenario para revolucionar la etapa. Eso selló el salvoconducto para la fuga. Es el signo de esta Vuelta, la carrera que ha hecho de las metas clavadas sobre muros su marca de fábrica. Le funciona. «Es el espectáculo que reclama la gente», defiende Javier Guillén, director de la ronda. Le avalan las audiencias televisivas, que se desploman en las jornadas llanas. Pero esa llave para el éxito arrastra un efecto colateral: los ciclistas están hartos de la tortura. «Esto es una salvajada», definían en la cima de Mas de la Costa. «Otra más». «Estamos hartos de subir estos puertos imposibles», criticó David López.

La jornada de hoy, la decimoctava, es la última de transición hasta el paseo por Madrid del día final y previa a las dos últimas jornadas decisivas: la crono de mañana Jávea-Calpe y la ascensión al Alto de Aitana del sábado.

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