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Pantano celebra su victoria delante de Majka.
El Sky blinda a Froome
etapa 15ª

El Sky blinda a Froome

Los gregarios del líder se bastan para ahogar cualquier ataque sin que tenga que intervenir el británico

J. Gómez Peña

Domingo, 17 de julio 2016, 01:06

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Desde el Gran Colombier, el techo de región fronteriza del Jura, se ve todo: el Mont Blanc a un lado, el valle del Ródano a otro. De puntillas casi se adivina París, el podio del Tour al que se acerca Froome con zancadas como las del Mont Ventoux. Los ciclistas suben dos veces, por dos laderas, la tremenda y desconocida cuesta del Gran Colombier. Pero apenas ven nada. Van concentrados en la línea de sus pedales. Es lo único que la mayoría de ellos puede mirar.

¡Mucha calor!, se queja Valverde. Él y Nairo Quintana pedalean con el maillot abierto. Como casi todos. Hay uno que no: Froome, el líder absoluto, lleva la cremallera subida hasta el cuello. Nada parece afectarle. Los otros callan, reservan todo el aire para no ahogarse. En cambio, el británico no deja de charlar por la emisora. Hasta lanza un amago de ataque para ver si alguien le responde. Juega con el Tour. Con ese gesto de engaño comprueba que Quintana, pese a su asfixia, se atrevería a seguirle. Ve las narices dilatadas del colombiano, las bocas secas de resto.

Froome ha ordenado a su fiel Poels, un ganador de la Lieja-Bastogne-Lieja recalificado en gregario, que torture a sus rivales. El holandés, piernas de palo, encaja sus músculos y obedece. Suena la orquesta del Sky en esta montaña. Poels madura a todos. Es imposible subir más rápido, se rinde Valverde, tras un tímido ataque en alianza con Aru. Y cuando ya han comprendido que no pueden saltar el muro del Sky para amenazar al líder, todos escuchan cómo suena su derrota: Clack. Pssssssch.... Poels, mientras todos agonizan a su rueda, abre una cocacola y, con calma, le pega un trago. Brindis por Froome, el líder mejor blindado. Están intratables, asume Quintana. Desde el balcón del Gran Colombier, Froome empieza a divisar París. ¿Quién le va a discutir el triunfo si nadie puede con Poels, su escudero?

La etapa que al final le ganó el colombiano Járlinson Pantana al polaco Rafael Majka, nació a toda prisa. Seis puertos en apenas 160 kilómetros prohíben la pausa. Había tanta gente empeñada en meterse en la fuga que se largaron casi treinta corredores. Entre ellos, Jon Izagirre y Oliveira, dos peones de Quintana. Señales de humo. De guerra táctica. Con ellos se fueron Majka, Vuillermoz, Reichenbach, Zubeldia, Navarro, Zakarin, Alaphilippe y Pantano, un colombiano que no duda. Era mi día. Me la tenía que jugar, confesó. Su equipo, el IAM, desaparece. En 2010 acabó tercero el Tour del Porvenir que ganó su amigo Quintana, pero no ha tenido su suerte. Tenía que apostarlo todo, hasta la prominente ristra de dientes de su sonrisa, en cada descenso. Majka estaba más fuerte cuesta arriba, pero yo traté de no desesperarme, dijo. No era un día para frenar. Su vida deportiva estaba sobre el tapete. Por eso olvidó el freno en el descenso final de los Lacets del Gran Colombier. Cerró los ojos y cruzó los dedos. Atrapó al polaco Majka, que le miró como extrañado. ¿Un colombiano que baja? Sí. Y que esprinta. Pantano le aplastó en la meta de Culoz.

¡Jarlinson! Es el presidente!, le buscaba un periodista colombiano. Al otro lado del teléfono esperaba Juan Manuel Santos, la máxima autoridad de su país. Hola, presidente..., inició Pantano su conversación. Colombia ya tiene una etapa. Pero a Quintana, ídolo allá, le queda un día menos para dañar a Froome. Sigue pegado como un imán a su rueda. Y las balas del Movistar, las que lanza el generoso e incombustible Valverde, se incrustan contra los chalecos acorazados de los gregarios de Sky, que se reparten el trabajo en este Tour.

En el Gran Colombier, Poels se bastó contra todos. Hasta ejecutó a uno de los suspuestos aspirantes, Van Garderen. Los demás bastante tuvieron con seguirle cuando el Astana se apartó para lanzar a Aru, ya en la última subida. Los Lacets del Gran Colombier son desde aire como una serpiente de asfalto enroscada a la montaña. Rizos grises. Veneno para las piernas. Aru, valiente, aprovechó el castigo que había repartido su leal Diego Rosa. Y se atrevió a desafiar al Sky. Valverde le siguió. Estoy aquí para ayudar a Quintana, insiste pese a estar al nivel del colombiano. Yo ya he sido tercero en el Giro. Y ya me liberé al subir al podio del Tour el año pasado. Aquí sólo cuenta Nairo. Yo estoy para ayudarle y disfrutar, zanjó.

Disfrutó poco. Poels les vio marchar a él y a Aru. Ni pestañeó. Tampoco se inmutó cuando el francés Bardet quiso cavar unos metros de distancia. El gregario de Froome se pasó la mano por la frente. Más que los rivales, le molestaba la sal del sudor que le quemaba los ojos. Se ajustó las gafas para enfocar bien el punto de mira. Y, sin ningún síntoma de alarma, los atrapó a todos con su ritmo de máquina de coser. A su rueda, Mikel Nieve aseguraba el relevo. Por si acaso. A Froome le sobran balas en la recámara. Ni siquiera la caída, sin consecuencias, de Nieve en el revirado descenso final sobre brea caliente y traidora, alteró al Sky. Con Poels tenía de sobra. Es que así es imposible, repetía Valverde en la meta. La etapa ha sido durísima y no ha habido manera. A ese ritmo no hay quien ataque, siguió. Froome es el capo. Se vio.

El británico mostró sus galones. En el Gran Colombier sólo se le escuchó a él. Habló con Mollema, el segundo en la genral. Probó el temple de Quintana con un quite falso. Se arrimó a Aru y Bardet para amedrentarles por sus ataques. Y hasta se extrañó en voz alta por la táctica del Movistar: Esperaba más ataques de Quintana y Valverde. Eso fue lo que se oyó en la gran montaña del Jura. Eso y el chasquido espumoso de la cocacola que se bebió Poels a la salud de Froome. Brindis a una semana de alcanzar París.

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